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Martes, 10 de Abril de 2012

Oscar a la mejor imitación


Quizá parezca un poco tarde para ponerme a hablar de los Oscar, pero no quería dejar pasar la oportunidad de aportar mi opinión sobre este tema. Un año más, los votantes de la Academia de Hollywood se han dejado obnubilar por el trabajo imitativo. Si bien el Oscar se lo llevó para casa Meryl Streep por hacer de Margaret Thatcher en una película que no he visto ni veré jamás, a las puertas del mismo se quedó Michelle Williams por resucitar a Marilyn Monroe en una cinta que sí he visto y que no pienso volver a ver, ya que, salvando el trabajo de la actriz, es aburrida e insípida hasta decir basta. Para Williams era su tercera nominación y, sin lugar a dudas, lo que hizo en sus anteriores trabajos aspirantes al premio me parece mucho más interesante: fue la esposa engañada de un cowboy homosexual en ‘Brokeback Mountain’ (Ang Lee, 2006) y vivió otro matrimonio tormentoso junto al enorme Ryan Gosling en una obra maestra que todavía no se ha estrenado en España y que lleva por título ‘Blue Valentine’ (Derek Cianfrance, 2010). No es que la versión de Marilyn que ha llevado a cabo sea floja o no se acerque a la realidad. Más bien lo contrario. Pero el problema, siempre desde mi punto de vista (porque sé que más de uno no estará para nada de acuerdo con lo que voy a decir en las siguientes líneas), es que considero que hay mucho más trabajo detrás del actor que tiene que partir desde cero que del que cuenta con un referente real. Me explico: todos conocemos a Marilyn Monroe y todos conocemos a Margaret Thatcher. Muchas (incluso muchos) las han imitado y algunas seguro que de manera fidedigna hasta la obsesión, ya que es fácil reconocer sus tics, sus poses, su aspecto. Sin embargo, cuando una actriz recibe un guión de pura ficción y tiene que dar cuerpo, voz y alma a un personaje que sólo existía en la mente de un guionista, con sólo unas indicaciones ha de llevar a cabo un trabajo de creación, ya sea modificando su aspecto, modulando su voz de manera distinta o recurriendo a otros trucos, pero lo mejor de todo es cuando consigue hacerlo sin ningún aditamento.  Así, sin pelucas llamativas, sin maquillajes reconocibles, sin prótesis nasales… Michelle Williams conseguía en ‘Blue Valentine’ hacernos creer que no era la misma actriz que descubrimos en la serie ‘Dawson’s Creek’. Incluso mejor que eso: Michelle Williams conseguía que nos olvidásemos de Michelle Williams y nos centrásemos en una tal Cindy de la que no sabíamos absolutamente nada antes de comenzar la película. Y eso es lo difícil y lo que tendría que ser premiado.

¿Lo otro? Pues bien, no voy a negar que también debe haber un trabajo brutal en el proceso que los actores tienen que realizar para conseguir ser réplicas casi exactas de personajes conocidos. Pero entonces, ¿qué nos impediría darle un Goya a Carlos Latre si hiciera una película imitando a cualquiera de los muchos individuos a los que calca? ¿Y a José Mota? La discriminación estaría entonces en la diferencia de medios: si alguien imita a un personaje real en un biopic dramático resulta ser un actor genial; si lo hace para un programa o película de humor simplemente se le considera gracioso. Y yo no entiendo la diferencia. O sí, pero no quiero entenderla.

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