Juanito Carretero
El sol apenas flagela la tarde. El
infame solano ha pasado de largo. Los años se van. Hoy, primer domingo de
octubre, echaban el cierre los cines de verano y se descolgaban por las
esquinas las carteleras. Aquellas pantallas del Emperatriz, La Concha, Palmera, Salón
Moderno y Avenida, en las que la ficción se abría a los sueños y al
entretenimiento, para que la realidad nos devolviera, al salir de ellos, a la
razón y la lógica. También era el día en el que los chinches, hemípteros
canallas, se batían en retirada horadando el bayón en busca de una cueva, de
una caverna segura donde guarecerse ante el letargo de la invernada. Tocaba
ahora vivir de la sangre almacenada tras el nobilísimo oficio de idas y venidas
por los muslos que habían dejado a la intemperie los pantalones cortos y
frescos de verano.
Antiguamente se decía que hay
gente que parece que únicamente sale a la calle en determinadas ocasiones. Hoy,
primer domingo de octubre, es uno de esos días. Día de procesión de gloria, de
volteo de campanas, de la hermosura de un rito exacto para la liturgia de un
regreso, un traslado y un adiós en su ermita.
Las manos vendimian y trajinan los
últimos racimos. Del membrillero cuelgan los frutos moldeados por la luna de
septiembre que acabarán dormidos y derramados sobre el almíbar de la sepultura
dorada de una lata. Pronto llegarán días de brasero, de nieblas mañaneras, de
aliento traspasando las bufandas y de echar un cobertor en la cama. De churros calientes
transportados en una banasta, bajo la hermosura del penetrante pregón a golpe
de pedal de un muchacho despertando a la mañana. ¡Y chuuuuuuuurrrroooooos! Hay
cosas por las que parece que el tiempo no pasa, esas que se hacen, por la
belleza que proclaman, eternas.
Pienso que ni él mismo sabe lo
grande que fue como jugador de fútbol, y lo noble y grande que es como persona.
Estoy hablando, para quien no lo conozca, de un corazón que jugó al fútbol ¡Y
cómo jugó al fútbol! Es tan sencillo que cuando hablas con él, con su silencio,
parece que tú eres el digno de admirar y él un recogepelotas. Cuando él, Juan
Carretero, Juanito Carretero, como siempre le llamó la afición, fue en la U.D. Montijo un gigante sobre
la hierba.
Carretero es un hombre tímido, silencioso
y sonriente que se adueñó del césped del Francisco de Alarcón. A veces, cuando
no eran sus tardes, resultaba desconcertante, hasta los andares se le
transformaban, igual que las faenas broncas de Curro Romero y Rafael de Paula.
“Carretero, cuántos disgustos nos das”, se escuchaba. Sin embargo, cuando eran
las suyas -fueron muchas las gloriosas-, entonces, cuando rompía, llegaba el
desagravio. Se pegaba tres verónicas y varios ayudados por alto, parando,
mandando y templando el fútbol y el tiempo. Rápidamente, de manera espontánea,
los olé se oían en la tribuna. Aquello era pura armonía de partitura compuesta
al compás por una pasión deportiva.
Juan Carretero, en las tardes
soleadas de domingos de gloria, derrumbó, atemorizó, desmoralizó y rompió las cinturas
de los defensas que le salían a su paso. Su velocidad, sus quiebros, sus
regates explosivos, al más puro estilo del colchonero Ufarte. Sus genialidades
y sus goles, pusieron en pie a una afición emborrachada e hipnotizada por sus
jugadas, viendo cómo al marcador le había dado un vuelco.
Toni en corto para Marcos, éste
para Moni, Moni controla y cambia para Carretero ¡Vaya autopase de Carretero!
¡Atención que pisa área!… ¡Qué no daría yo ahora por volver a cantar sus goles
en la radio! Juan Carretero ocupará siempre un lugar privilegiado en las vitrinas deportivas de la U.D. Montijo porque ha sido un
genio vestido de futbolista, un maestro pletórico de esencia, sentimiento,
poderío arte y grandeza.
El sol apenas flagela la tarde. El infame solano ha pasado de largo. Los años se van. Hoy, primer domingo de octubre, echaban el cierre los cines de verano y se descolgaban por las esquinas las carteleras. Aquellas pantallas del Emperatriz, La Concha, Palmera, Salón Moderno y Avenida, en las que la ficción se abría a los sueños y al entretenimiento, para que la realidad nos devolviera, al salir de ellos, a la razón y la lógica. También era el día en el que los chinches, hemípteros canallas, se batían en retirada horadando el bayón en busca de una cueva, de una caverna segura donde guarecerse ante el letargo de la invernada. Tocaba ahora vivir de la sangre almacenada tras el nobilísimo oficio de idas y venidas por los muslos que habían dejado a la intemperie los pantalones cortos y frescos de verano.
Antiguamente se decía que hay gente que parece que únicamente sale a la calle en determinadas ocasiones. Hoy, primer domingo de octubre, es uno de esos días. Día de procesión de gloria, de volteo de campanas, de la hermosura de un rito exacto para la liturgia de un regreso, un traslado y un adiós en su ermita.
Las manos vendimian y trajinan los últimos racimos. Del membrillero cuelgan los frutos moldeados por la luna de septiembre que acabarán dormidos y derramados sobre el almíbar de la sepultura dorada de una lata. Pronto llegarán días de brasero, de nieblas mañaneras, de aliento traspasando las bufandas y de echar un cobertor en la cama. De churros calientes transportados en una banasta, bajo la hermosura del penetrante pregón a golpe de pedal de un muchacho despertando a la mañana. ¡Y chuuuuuuuurrrroooooos! Hay cosas por las que parece que el tiempo no pasa, esas que se hacen, por la belleza que proclaman, eternas.
Pienso que ni él mismo sabe lo grande que fue como jugador de fútbol, y lo noble y grande que es como persona. Estoy hablando, para quien no lo conozca, de un corazón que jugó al fútbol ¡Y cómo jugó al fútbol! Es tan sencillo que cuando hablas con él, con su silencio, parece que tú eres el digno de admirar y él un recogepelotas. Cuando él, Juan Carretero, Juanito Carretero, como siempre le llamó la afición, fue en la U.D. Montijo un gigante sobre la hierba.
Carretero es un hombre tímido, silencioso y sonriente que se adueñó del césped del Francisco de Alarcón. A veces, cuando no eran sus tardes, resultaba desconcertante, hasta los andares se le transformaban, igual que las faenas broncas de Curro Romero y Rafael de Paula. “Carretero, cuántos disgustos nos das”, se escuchaba. Sin embargo, cuando eran las suyas -fueron muchas las gloriosas-, entonces, cuando rompía, llegaba el desagravio. Se pegaba tres verónicas y varios ayudados por alto, parando, mandando y templando el fútbol y el tiempo. Rápidamente, de manera espontánea, los olé se oían en la tribuna. Aquello era pura armonía de partitura compuesta al compás por una pasión deportiva.
Juan Carretero, en las tardes soleadas de domingos de gloria, derrumbó, atemorizó, desmoralizó y rompió las cinturas de los defensas que le salían a su paso. Su velocidad, sus quiebros, sus regates explosivos, al más puro estilo del colchonero Ufarte. Sus genialidades y sus goles, pusieron en pie a una afición emborrachada e hipnotizada por sus jugadas, viendo cómo al marcador le había dado un vuelco.
Toni en corto para Marcos, éste para Moni, Moni controla y cambia para Carretero ¡Vaya autopase de Carretero! ¡Atención que pisa área!… ¡Qué no daría yo ahora por volver a cantar sus goles en la radio! Juan Carretero ocupará siempre un lugar privilegiado en las vitrinas deportivas de la U.D. Montijo porque ha sido un genio vestido de futbolista, un maestro pletórico de esencia, sentimiento, poderío arte y grandeza.