Vosotros en el cielo y nosotras en la gloria
Cuando el otoño buscaba el invierno, finales de noviembre, y andaba el humo de las castañas haciendo de las suyas, aquel día uno de nuestros diarios regionales ofrecía en sus páginas ocho esquelas mortuorias, ocho. Cuatro hombres y cuatro mujeres. De los cuatro hombres sus esposas no tenían consuelo. Ellas, las cuatro mujeres, todas eran viudas de…
Reconozco ser un fiel seguidor de las esquelas, debilidad de uno que es muy cumplido con los obituarios. Soy de los que defienden que la esquela es un género literario, al que siguen muchos lectores a primeras horas de la mañana. Hay gente que lo primero que lee en los periódicos son las esquelas. No se sorprendan, además de otras circunstancias, el número de esquelas publicadas delata alto, claro y despacio la cuota de mercado que tiene el medio, es decir, el periódico.
Los textos de las esquelas son muy clarificadores, ya que en muchas de ellas, dependiendo la posición que ocupen yernos y nueras, intuye uno si se va armar o no el dos de mayo a la hora de repartir la herencia. Nos hablan de queridos y queridas, de legítimos, amadas y más que amadas. De cabreos y desavenencias por la omisión de éste u otro nombre. ¡Fíjate no haber puesto a su yerno, con lo que en vida hizo por él! El tamaño, obviamente, marca diferencias sociales sobre quien ha expirado, señalando familias venidas a menos y nuevos ricos a más. Personalmente soy un agradecido de las esquelas porque gracias a ellas, en muchos casos, no he faltado y he llegado a tiempo para dar el pésame a la familia. Y muy especialmente con aquellas que nos recuerdan los aniversarios, primer mes o primer año. Regresando a las ocho esquelas, ocho, de aquel día del mes de noviembre comprobamos que los hombres palmamos antes que las mujeres. Practique esta saludable costumbre de fijarse en las esquelas y haga un seguimiento. Estará conmigo que usted, lector, y yo, quien escribe, conocemos a muchas familias en las que los hombres se marcharon hacen unos añitos, mientras que ellas, sus desconsoladas viudas siguen aquí. Y visto lo visto a muchas les queda cuerda para rato. Les explico.
Cuando suenan clarines y timbales del gorigori amén, tras colocar la plancha de hormigón, bajo el sellado de la nueva mansión adquirida, te rubrican con un “fcio” y aquí se acabó lo que se daba. Todo es llanto y desconsuelo. ¡Ay, Pepe de mi alma, qué vacío dejas en casa! ¡Ay, Juan, qué voy hacer sin ti! ¡Antonio, yo me quiero morir para irme contigo. Que venga el Señor y me recoja cuanto antes!
A los quince días -no falla- visita al cementerio. Nueva llantina, reagrupación de flores y dos velones de cera natural. Justo al mes, otra visita. El llanto pierde intensidad, es más difuminado, se acrecientan los suspiros. ¡Qué bien le ha quedado la lápida! Un precioso centro de flores ocupa toda la jardinera y dos velones alumbran dando esplendor y lustre. Y así se van sucediendo las visitas. Cada semana, cada diez días, cada quince… Y flores, y velas… Y limpia que te limpia. Y más lágrimas… ¡Ay, que yo no puedo sobrellevar esto! Y tú allí, limpio por fuera como los chorros del oro. Y más flores y más velas. Hasta qué… “Hoy te traigo unas clavellinas, las he comprado en el mercadillo. Con la paga que me ha quedado tengo que ir recortando. Y no voy a comprar más velas porque el aire las apaga, es una tontería”.
Las visitas se distancian cada vez más en el tiempo. Tras haber cumplido el primer año del óbito, el encargado del “cortijo de los callados”, que habla a menudo con ella, le dice “Veo que ya no le pone velones de cera. Los hay que tienen una pila y duran todo el año”. “Sí, lo sé, y además estoy pensando poner unas flores artificiales, porque mi yerno no me puede traer tanto. Me lo ha insinuado, y yo no quiero causar molestias. La verdad es que el dolor, la pena y el vacío hay que tenerlo dentro”.
Pasado un tiempo, un buen día, el que está dentro del nicho percibe que le están sacudiendo el polvo de la fachada, y mientras lo azuzan escucha esta conversación. “Carmen, me he enterado que te has apuntado a la Asociación de Viudas. Has hecho muy bien porque organizan muchas actividades. Dentro de un mes hay un viaje a la Costa del Sol”. “Sí, ya me he apuntado -responde la que sacude- necesito distraerme, cambiar de ambiente. La playa me vendrá bien -los ojos se le humedecen-, con lo que le gustaba a él ir a La Carihuela”… ¡Ay Señor!
Las componentes de la Asociación parten hacia Torremolinos para disfrutar de diez días de sol, playa, tranquilidad, buenos alimentos y lo que venga. La luna trasera del autobús exhibe una pancarta con el nombre de la asociación y el siguiente mensaje: “Vosotros en el cielo y nosotras en la gloria”. Tan real como la vida misma.
Así pasan y transcurren los años entre excursiones y el disfrute de ser abuela feliz. Pero como dicen que el tiempo no existe, que el tiempo son aquellas cosas que te pasan y por eso pasa todo tan deprisa, un buen día, el que se fue, percibe unos golpes. ¡Por fin, ya viene! El inocente no sabe que lo que queda de él es partido, troceado, introducido y tupido en un saco de plástico y enviado al fondo marcador.
Horas después llega ella. La pobre se quedó tiesita durmiendo la siesta sentada junto a la camilla bajo el calor del brasero. Llega maquillada y con aspecto dulce y sonriente porque en los tanatorios hacen milagros, se escarrancha y ocupa toda la finca, como siempre fue su costumbre. ¡Aquí también mando yo!
Con la emoción del momento, el que reposa en el saco murmulla entrecortadamente: ¡Bienvenida! Ya estás aquí, ya has caído… la de las flores de plástico, la de las excursiones, la playa, los bailes… ¿Sabes lo que te espera? Ya verás dentro de un mes lo favorecida que te encuentras, con lo que te gustaba ir a la peluquería. Aquí se te acabó todo, marimandona.
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Este artículo ha sido publicado en la Revista del Carnaval 2009 de la Asociación Cultural “Cazurros Romanos” de la ciudad de Mérida.
Reconozco ser un fiel seguidor de las esquelas, debilidad de uno que es muy cumplido con los obituarios. Soy de los que defienden que la esquela es un género literario, al que siguen muchos lectores a primeras horas de la mañana. Hay gente que lo primero que lee en los periódicos son las esquelas. No se sorprendan, además de otras circunstancias, el número de esquelas publicadas delata alto, claro y despacio la cuota de mercado que tiene el medio, es decir, el periódico.
Los textos de las esquelas son muy clarificadores, ya que en muchas de ellas, dependiendo la posición que ocupen yernos y nueras, intuye uno si se va armar o no el dos de mayo a la hora de repartir la herencia. Nos hablan de queridos y queridas, de legítimos, amadas y más que amadas. De cabreos y desavenencias por la omisión de éste u otro nombre. ¡Fíjate no haber puesto a su yerno, con lo que en vida hizo por él! El tamaño, obviamente, marca diferencias sociales sobre quien ha expirado, señalando familias venidas a menos y nuevos ricos a más. Personalmente soy un agradecido de las esquelas porque gracias a ellas, en muchos casos, no he faltado y he llegado a tiempo para dar el pésame a la familia. Y muy especialmente con aquellas que nos recuerdan los aniversarios, primer mes o primer año. Regresando a las ocho esquelas, ocho, de aquel día del mes de noviembre comprobamos que los hombres palmamos antes que las mujeres. Practique esta saludable costumbre de fijarse en las esquelas y haga un seguimiento. Estará conmigo que usted, lector, y yo, quien escribe, conocemos a muchas familias en las que los hombres se marcharon hacen unos añitos, mientras que ellas, sus desconsoladas viudas siguen aquí. Y visto lo visto a muchas les queda cuerda para rato. Les explico.
Cuando suenan clarines y timbales del gorigori amén, tras colocar la plancha de hormigón, bajo el sellado de la nueva mansión adquirida, te rubrican con un “fcio” y aquí se acabó lo que se daba. Todo es llanto y desconsuelo. ¡Ay, Pepe de mi alma, qué vacío dejas en casa! ¡Ay, Juan, qué voy hacer sin ti! ¡Antonio, yo me quiero morir para irme contigo. Que venga el Señor y me recoja cuanto antes!
A los quince días -no falla- visita al cementerio. Nueva llantina, reagrupación de flores y dos velones de cera natural. Justo al mes, otra visita. El llanto pierde intensidad, es más difuminado, se acrecientan los suspiros. ¡Qué bien le ha quedado la lápida! Un precioso centro de flores ocupa toda la jardinera y dos velones alumbran dando esplendor y lustre. Y así se van sucediendo las visitas. Cada semana, cada diez días, cada quince… Y flores, y velas… Y limpia que te limpia. Y más lágrimas… ¡Ay, que yo no puedo sobrellevar esto! Y tú allí, limpio por fuera como los chorros del oro. Y más flores y más velas. Hasta qué… “Hoy te traigo unas clavellinas, las he comprado en el mercadillo. Con la paga que me ha quedado tengo que ir recortando. Y no voy a comprar más velas porque el aire las apaga, es una tontería”.
Las visitas se distancian cada vez más en el tiempo. Tras haber cumplido el primer año del óbito, el encargado del “cortijo de los callados”, que habla a menudo con ella, le dice “Veo que ya no le pone velones de cera. Los hay que tienen una pila y duran todo el año”. “Sí, lo sé, y además estoy pensando poner unas flores artificiales, porque mi yerno no me puede traer tanto. Me lo ha insinuado, y yo no quiero causar molestias. La verdad es que el dolor, la pena y el vacío hay que tenerlo dentro”.
Pasado un tiempo, un buen día, el que está dentro del nicho percibe que le están sacudiendo el polvo de la fachada, y mientras lo azuzan escucha esta conversación. “Carmen, me he enterado que te has apuntado a la Asociación de Viudas. Has hecho muy bien porque organizan muchas actividades. Dentro de un mes hay un viaje a la Costa del Sol”. “Sí, ya me he apuntado -responde la que sacude- necesito distraerme, cambiar de ambiente. La playa me vendrá bien -los ojos se le humedecen-, con lo que le gustaba a él ir a La Carihuela”… ¡Ay Señor!
Las componentes de la Asociación parten hacia Torremolinos para disfrutar de diez días de sol, playa, tranquilidad, buenos alimentos y lo que venga. La luna trasera del autobús exhibe una pancarta con el nombre de la asociación y el siguiente mensaje: “Vosotros en el cielo y nosotras en la gloria”. Tan real como la vida misma.
Así pasan y transcurren los años entre excursiones y el disfrute de ser abuela feliz. Pero como dicen que el tiempo no existe, que el tiempo son aquellas cosas que te pasan y por eso pasa todo tan deprisa, un buen día, el que se fue, percibe unos golpes. ¡Por fin, ya viene! El inocente no sabe que lo que queda de él es partido, troceado, introducido y tupido en un saco de plástico y enviado al fondo marcador.
Horas después llega ella. La pobre se quedó tiesita durmiendo la siesta sentada junto a la camilla bajo el calor del brasero. Llega maquillada y con aspecto dulce y sonriente porque en los tanatorios hacen milagros, se escarrancha y ocupa toda la finca, como siempre fue su costumbre. ¡Aquí también mando yo!
Con la emoción del momento, el que reposa en el saco murmulla entrecortadamente: ¡Bienvenida! Ya estás aquí, ya has caído… la de las flores de plástico, la de las excursiones, la playa, los bailes… ¿Sabes lo que te espera? Ya verás dentro de un mes lo favorecida que te encuentras, con lo que te gustaba ir a la peluquería. Aquí se te acabó todo, marimandona.
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Este artículo ha sido publicado en la Revista del Carnaval 2009 de la Asociación Cultural “Cazurros Romanos” de la ciudad de Mérida.