Pasmo
Dicen que Juan de Juni delante de Él no fue capaz de
mirarle a los ojos. Que en el silencio del taller el Crucificado le hablaba a
lo más profundo de su corazón. El escultor reaccionó recordando aquello de
“Dios de Dios, luz de luz”. Y cuando abrió los ojos no pudo evitarlo: imagen,
rostro, musculatura, sudario, posición, encarnadura, sangre… Las cuerdas se han
tensado. Suena el crujir de la cruz al ser alzada. Los rostros se contraen.
Suena un grito estremecedor en el Calvario “¿Por qué me has abandonado?” Una
lanza traspasa su costado y… ¡Pasmo!
Por la ventana que hay en el muro izquierdo de la iglesia,
frente a la reja tras la que las hijas de Santa Clara rezan, una luz tenue la
atraviesa. Se oye un ligero murmullo de oraciones de vísperas. La luz se va
posando sobre las imágenes, sobre los cuadros, sobre el interior, alumbrando la
oscuridad sin apenas espantarla. Delicada luz en medio de la calma. Desde la
reja de la clausura, la luz alumbra la libertad de unas mujeres que sólo viven
por y para Dios. Viven en la contemplación, abrazadas, asidas, unidas a Cristo.
Aquí todo se ofrece, nada se impone. Delicada luz en la iglesia del convento.
Nada violenta la penumbra, ni los sentimientos, ni la dulzura presente o la
fragilidad de lo cotidiano. Cae la tarde. La emoción y el silencio afinan la
penetrante mirada haciendo que todo sea proclamado.
¡Pasmo! La cabeza caída, sus ojos, su boca, las huellas de
las espinas de su frente. Habla el madero, la cruz que lo acoge ¡Pasmo! Carne
amoratada, verdosa, cuajada de sangre, herida y traspasada. Sus pies, aquellos
que anduvieron por encima de las aguas, expresan la tragedia, la angustia, el
dramatismo, la rigidez, el martirio, el derrumbamiento, el desplome, la muerte.
La sagrada imagen preside la tibieza de un lugar hecho a
la medida de las plegarias y los silencios de quienes se acercan a la roca que
nos salva, al surtidor, al manantial de agua viva y fuente inagotable de
salvación ¡Pasmo! Solo Él y nadie más.
¡Pasmo! Tus manos, tu costado, tus rodillas, tus heridas,
tu desnudez… Luz, plegaria y silencio. Sí, el silencio de una fe que no se
tuerce a pesar de las amargas esquinas de la vida. ¡Cuánta vida perforada,
traspasada, zarandeada, agujereada, maltratada, despreciada, insultada,
desprestigiada! ¡Cuántos amargos momentos en la vida! “Miserere mei Deus”.
¡Señor mío y Dios mío!
¡Pasmo! Un cuerpo desplomado desde hace más de cuatro
siglos ¡Tantos, Señor! Tanto tiempo derrotando las escorias podridas de cuantos
usan y toman tu santo nombre en vano. Tantos años pudiendo con la miseria sin
amor de aquellos que se apropian sin merecerlo de tu nombre. Pero Tú puedes con
todos. Tú eres más de los humildes, de los pequeños, de los débiles, de los
desanimados, de los desesperados, de los despreciados, de los maltratados… Tú
nos has salvado y liberado ¡Pasmo! Y expiró.
Salve, verdadero cuerpo,/nacido de María Virgen,/que fue
inmolado en la cruz/por los hombres,/cuyo lado perforado/manó sangre y
agua,/déjanos degustarte/en el trance de la muerte./ Oh dulce Jesús,/ Oh
piadoso Jesús, Oh hijo de María. ¡Ave verum corpus!
Dicen que Juan de Juni cuando salía del taller sólo
pensaba en Él, en sus clavos, en la cruz, en la madera, en su forma, en su
anatomía, en la angustia, en el tremendo derrumbe de su cuerpo… Dicen que
cuando comenzó a trabajar, cuando clavó la gubia labrando la madera, cuando
salieron las primeras virutas; el maestro susurró una oración “de la misma
naturaleza que el Padre…”. La muerte no es el final ¡Resurrexit
Dominus! Santísimo Cristo del Pasmo, Alfa y Omega.
Dicen que Juan de Juni delante de Él no fue capaz de
mirarle a los ojos. Que en el silencio del taller el Crucificado le hablaba a
lo más profundo de su corazón. El escultor reaccionó recordando aquello de
“Dios de Dios, luz de luz”. Y cuando abrió los ojos no pudo evitarlo: imagen,
rostro, musculatura, sudario, posición, encarnadura, sangre… Las cuerdas se han
tensado. Suena el crujir de la cruz al ser alzada. Los rostros se contraen.
Suena un grito estremecedor en el Calvario “¿Por qué me has abandonado?” Una
lanza traspasa su costado y… ¡Pasmo!
Por la ventana que hay en el muro izquierdo de la iglesia,
frente a la reja tras la que las hijas de Santa Clara rezan, una luz tenue la
atraviesa. Se oye un ligero murmullo de oraciones de vísperas. La luz se va
posando sobre las imágenes, sobre los cuadros, sobre el interior, alumbrando la
oscuridad sin apenas espantarla. Delicada luz en medio de la calma. Desde la
reja de la clausura, la luz alumbra la libertad de unas mujeres que sólo viven
por y para Dios. Viven en la contemplación, abrazadas, asidas, unidas a Cristo.
Aquí todo se ofrece, nada se impone. Delicada luz en la iglesia del convento.
Nada violenta la penumbra, ni los sentimientos, ni la dulzura presente o la
fragilidad de lo cotidiano. Cae la tarde. La emoción y el silencio afinan la
penetrante mirada haciendo que todo sea proclamado.
¡Pasmo! La cabeza caída, sus ojos, su boca, las huellas de
las espinas de su frente. Habla el madero, la cruz que lo acoge ¡Pasmo! Carne
amoratada, verdosa, cuajada de sangre, herida y traspasada. Sus pies, aquellos
que anduvieron por encima de las aguas, expresan la tragedia, la angustia, el
dramatismo, la rigidez, el martirio, el derrumbamiento, el desplome, la muerte.
La sagrada imagen preside la tibieza de un lugar hecho a
la medida de las plegarias y los silencios de quienes se acercan a la roca que
nos salva, al surtidor, al manantial de agua viva y fuente inagotable de
salvación ¡Pasmo! Solo Él y nadie más.
¡Pasmo! Tus manos, tu costado, tus rodillas, tus heridas,
tu desnudez… Luz, plegaria y silencio. Sí, el silencio de una fe que no se
tuerce a pesar de las amargas esquinas de la vida. ¡Cuánta vida perforada,
traspasada, zarandeada, agujereada, maltratada, despreciada, insultada,
desprestigiada! ¡Cuántos amargos momentos en la vida! “Miserere mei Deus”.
¡Señor mío y Dios mío!
¡Pasmo! Un cuerpo desplomado desde hace más de cuatro
siglos ¡Tantos, Señor! Tanto tiempo derrotando las escorias podridas de cuantos
usan y toman tu santo nombre en vano. Tantos años pudiendo con la miseria sin
amor de aquellos que se apropian sin merecerlo de tu nombre. Pero Tú puedes con
todos. Tú eres más de los humildes, de los pequeños, de los débiles, de los
desanimados, de los desesperados, de los despreciados, de los maltratados… Tú
nos has salvado y liberado ¡Pasmo! Y expiró.
Salve, verdadero cuerpo,/nacido de María Virgen,/que fue
inmolado en la cruz/por los hombres,/cuyo lado perforado/manó sangre y
agua,/déjanos degustarte/en el trance de la muerte./ Oh dulce Jesús,/ Oh
piadoso Jesús, Oh hijo de María. ¡Ave verum corpus!
Dicen que Juan de Juni cuando salía del taller sólo
pensaba en Él, en sus clavos, en la cruz, en la madera, en su forma, en su
anatomía, en la angustia, en el tremendo derrumbe de su cuerpo… Dicen que
cuando comenzó a trabajar, cuando clavó la gubia labrando la madera, cuando
salieron las primeras virutas; el maestro susurró una oración “de la misma
naturaleza que el Padre…”. La muerte no es el final ¡Resurrexit
Dominus! Santísimo Cristo del Pasmo, Alfa y Omega.