La cultura de la inmediatez frente a la paciencia y el esfuerzo
La primera vez que Fátima me comentó que el vídeo que había editado (¡de un minuto!) era larguísimo, me dejó sin palabras. Papá, así pierde interés y lo dejan. Y sí, llevaba razón. La palabra esperar suena cada vez más a pasado. Vivimos la cultura de la inmediatez, la que promete soluciones instantáneas salvo para atascos en las carreteras, ceses o dimisiones cuando pillan a nuestros administradores metiendo mano o para ver circular al AVE ese tren que no llega con la misma puntualidad con la que tenemos a nuestras mejores turistas, las grullas.
Las nuevas generaciones (y los que ya no lo somos) nos hemos acostumbrado a que todo vaya deprisa. Si la página tarda más de dos segundos en cargar, tecleamos compulsivamente saturando el portátil. Pretendemos saber si la próxima semana lloverá en Hervás y mantenernos informados de si lo hará con datos minuto a minuto. El mundo se nos queda sin reposo y es una desgracia porque los que hemos probado la comida a fuego lento y con “chup chup”, sabemos de la diferencia en el resultado. ¡Qué rico el cocido que preparan mis amigos Javi y Julia…!
Aún quedamos algunos que añoramos y valoramos las cosas en la vida que necesitan de su tiempo. Nuestro bosque mediterráneo de encinas, alcornoques y robles no ha florecido de la noche a la mañana. La naturaleza extremeña es tan terca como sabia y necesita tiempo. Por eso, nuestro arbolado autóctono es el más resistente a los incendios forestales mientras que aquellos que repoblaron con pinos sufren año tras año las consecuencias de arder como teas.
La prisa de nuestros alumnos roza lo cómico. Uno de ellos me preguntó si conocía alguna “app” en la que se estudiara exclusivamente la geografía de Extremadura y que lo explicara “rapidito”. Claro, le dije, su nombre es estudiar. Debió pensar, que mi algoritmo no era el adecuado…
La inmediatez tiene consecuencias: genera ansiedad. Vivimos el futuro pensándolo en el presente. Todo parece llegar tarde, incluso cuando llega pronto. Quién ha visto anochecer en Los Canchales sabe que hay momentos que se disfrutan si uno deja que el tiempo haga su trabajo.
La paciencia es un músculo que fortalece la voluntad. Es la que acompaña a quien planta un olivo pensando más en el futuro que en el presente. Quizá la clave esté en recuperar el equilibrio: usar la rapidez cuando es útil y reivindicar la calma cuando es necesaria. Igual que la grulla vuelve cada invierno, hay aprendizajes que solo llegan con tiempo, paciencia y un poquito de esfuerzo.
La primera vez que Fátima me comentó que el vídeo que había editado (¡de un minuto!) era larguísimo, me dejó sin palabras. Papá, así pierde interés y lo dejan. Y sí, llevaba razón. La palabra esperar suena cada vez más a pasado. Vivimos la cultura de la inmediatez, la que promete soluciones instantáneas salvo para atascos en las carreteras, ceses o dimisiones cuando pillan a nuestros administradores metiendo mano o para ver circular al AVE ese tren que no llega con la misma puntualidad con la que tenemos a nuestras mejores turistas, las grullas.
Las nuevas generaciones (y los que ya no lo somos) nos hemos acostumbrado a que todo vaya deprisa. Si la página tarda más de dos segundos en cargar, tecleamos compulsivamente saturando el portátil. Pretendemos saber si la próxima semana lloverá en Hervás y mantenernos informados de si lo hará con datos minuto a minuto. El mundo se nos queda sin reposo y es una desgracia porque los que hemos probado la comida a fuego lento y con “chup chup”, sabemos de la diferencia en el resultado. ¡Qué rico el cocido que preparan mis amigos Javi y Julia…!
Aún quedamos algunos que añoramos y valoramos las cosas en la vida que necesitan de su tiempo. Nuestro bosque mediterráneo de encinas, alcornoques y robles no ha florecido de la noche a la mañana. La naturaleza extremeña es tan terca como sabia y necesita tiempo. Por eso, nuestro arbolado autóctono es el más resistente a los incendios forestales mientras que aquellos que repoblaron con pinos sufren año tras año las consecuencias de arder como teas.
La prisa de nuestros alumnos roza lo cómico. Uno de ellos me preguntó si conocía alguna “app” en la que se estudiara exclusivamente la geografía de Extremadura y que lo explicara “rapidito”. Claro, le dije, su nombre es estudiar. Debió pensar, que mi algoritmo no era el adecuado…
La inmediatez tiene consecuencias: genera ansiedad. Vivimos el futuro pensándolo en el presente. Todo parece llegar tarde, incluso cuando llega pronto. Quién ha visto anochecer en Los Canchales sabe que hay momentos que se disfrutan si uno deja que el tiempo haga su trabajo.
La paciencia es un músculo que fortalece la voluntad. Es la que acompaña a quien planta un olivo pensando más en el futuro que en el presente. Quizá la clave esté en recuperar el equilibrio: usar la rapidez cuando es útil y reivindicar la calma cuando es necesaria. Igual que la grulla vuelve cada invierno, hay aprendizajes que solo llegan con tiempo, paciencia y un poquito de esfuerzo.
























