Por una sociedad libre de acoso escolar. Hoy va por ti, querida Sandra · Vanessa Cordero Duque
Se llamaba Sandra, tenía 14 años y seguramente un montón de sueños e ilusiones como cualquier persona de su edad. Llevaba la inocencia en su piel de niña, y mil cicatrices en su alma de adolescente. Le hubiera dado la mano, la hubiera abrazado, le hubiera hecho saber que podíamos solucionarlo. Pero ya no podrá ser. Jamás entenderé que los que hieren siempre sean los que ganen. Maldigo el silencio del centro escolar. La apatía de los profesores. Porque no, lo de que "es cosa de niños" no está en concordancia con lo que vemos día a día en esta sociedad. Una vida que no había comenzado se ha perdido por el maldito silencio. No lo comprendo. Muchos lo sabían y todos callaron. Y me pregunto ¿tan poco importa una vida? Me hierve la sangre, me tiemblan las manos y las lágrimas mojan el papel. Es inevitable.
Se llamaba Sandra, vivía en Sevilla y ya no volverá a reír. No volverá a hacerlo porque existen otras “niñas” que le hicieron la vida imposible hasta el punto de no poder más. Cuando cada día es un infierno, cuando te machacan el alma, cuando te hacen sentir nadie, cuando eso sucede llega un momento en que no puedes más. Y no es justo. No es justo que Sandra haya tenido que dejar el mundo cuando le quedaba todo por vivir.
La culpa no es solo de esas “niñas”, es de los padres que ya no saben inculcar respeto y empatía por el resto, es de todos esos profesores que vieron y callaron, es del propio centro por no activar el protocolo de acoso. Se pensaron que no era importante y lo único que se dignaron a hacer es cambiar a Sandra de clase, como si así fueran a evitar que los insultos llegaran a ella, cuando existen los móviles, las redes sociales, los recreos y las horas de salida y entrada del colegio.
Sandra no verá envejecer a sus padres, no conocerá el amor, no podrá estudiar aquello que deseaba ni lograr todo lo que un día soñó. Sandra ya no está y ahora hay que pedir responsabilidades al centro, a los profesores, a quienes le destrozaron la vida. Esta situación no puede ni debe quedarse así porque, desgraciadamente, no es un hecho aislado y si no se toman cartas en el asunto no será la última que decida que la vida no vale la pena vivirla de esa manera.
Sandra era un ángel, tenía la cara llena de ternura, de bondad, como a casi todos los niños que le suceden estas cosas. Allí donde esté no habrá más dolor, ni más lágrimas, ni más insultos. Ojalá que la hubieran ayudado quienes podían haberlo hecho. El centro y los profesores. Ojalá no lo olviden jamás, así como no lo olvidarán sus padres ni su familia, ni sus amigos, ni muchas personas que hoy la lloramos.
Sandra, niña dulce, no te merecías este final. Te merecías VIVIR entre sonrisas, entre amistades de verdad, entre flores y jardines repletos de belleza, te merecías un futuro sin las puertas cerradas, te merecías la vida que te han arrebatado. Vuela alto y sé todo lo feliz que no te dejaron ser aquí abajo. Ya no te dolerá el alma, preciosa. Y los que se quedan aquí abajo, los que no tuvieron el valor de ayudarte, créeme, tampoco te olvidarán.
Necesitamos que las autoridades actúen ya y no cuando suceden estos hechos para los que ya no hay solución.
La vida de las personas no debería ser el juguete de otras que no tienen alma, conciencia ni corazón.
DEP Sandra.
Se llamaba Sandra, tenía 14 años y seguramente un montón de sueños e ilusiones como cualquier persona de su edad. Llevaba la inocencia en su piel de niña, y mil cicatrices en su alma de adolescente. Le hubiera dado la mano, la hubiera abrazado, le hubiera hecho saber que podíamos solucionarlo. Pero ya no podrá ser. Jamás entenderé que los que hieren siempre sean los que ganen. Maldigo el silencio del centro escolar. La apatía de los profesores. Porque no, lo de que "es cosa de niños" no está en concordancia con lo que vemos día a día en esta sociedad. Una vida que no había comenzado se ha perdido por el maldito silencio. No lo comprendo. Muchos lo sabían y todos callaron. Y me pregunto ¿tan poco importa una vida? Me hierve la sangre, me tiemblan las manos y las lágrimas mojan el papel. Es inevitable.
Se llamaba Sandra, vivía en Sevilla y ya no volverá a reír. No volverá a hacerlo porque existen otras “niñas” que le hicieron la vida imposible hasta el punto de no poder más. Cuando cada día es un infierno, cuando te machacan el alma, cuando te hacen sentir nadie, cuando eso sucede llega un momento en que no puedes más. Y no es justo. No es justo que Sandra haya tenido que dejar el mundo cuando le quedaba todo por vivir.
La culpa no es solo de esas “niñas”, es de los padres que ya no saben inculcar respeto y empatía por el resto, es de todos esos profesores que vieron y callaron, es del propio centro por no activar el protocolo de acoso. Se pensaron que no era importante y lo único que se dignaron a hacer es cambiar a Sandra de clase, como si así fueran a evitar que los insultos llegaran a ella, cuando existen los móviles, las redes sociales, los recreos y las horas de salida y entrada del colegio.
Sandra no verá envejecer a sus padres, no conocerá el amor, no podrá estudiar aquello que deseaba ni lograr todo lo que un día soñó. Sandra ya no está y ahora hay que pedir responsabilidades al centro, a los profesores, a quienes le destrozaron la vida. Esta situación no puede ni debe quedarse así porque, desgraciadamente, no es un hecho aislado y si no se toman cartas en el asunto no será la última que decida que la vida no vale la pena vivirla de esa manera.
Sandra era un ángel, tenía la cara llena de ternura, de bondad, como a casi todos los niños que le suceden estas cosas. Allí donde esté no habrá más dolor, ni más lágrimas, ni más insultos. Ojalá que la hubieran ayudado quienes podían haberlo hecho. El centro y los profesores. Ojalá no lo olviden jamás, así como no lo olvidarán sus padres ni su familia, ni sus amigos, ni muchas personas que hoy la lloramos.
Sandra, niña dulce, no te merecías este final. Te merecías VIVIR entre sonrisas, entre amistades de verdad, entre flores y jardines repletos de belleza, te merecías un futuro sin las puertas cerradas, te merecías la vida que te han arrebatado. Vuela alto y sé todo lo feliz que no te dejaron ser aquí abajo. Ya no te dolerá el alma, preciosa. Y los que se quedan aquí abajo, los que no tuvieron el valor de ayudarte, créeme, tampoco te olvidarán.
Necesitamos que las autoridades actúen ya y no cuando suceden estos hechos para los que ya no hay solución.
La vida de las personas no debería ser el juguete de otras que no tienen alma, conciencia ni corazón.
DEP Sandra.