Martes, 07 de Octubre de 2025

Actualizada Lunes, 06 de Octubre de 2025 a las 19:21:41 horas

Elisa Martín
Lunes, 06 de Octubre de 2025 Actualizada Lunes, 06 de Octubre de 2025 a las 17:14:56 horas

Comunicación para la esperanza

Vivimos rodeados de mensajes que parecen diseñados para inquietarnos. Las noticias, los programas, las redes sociales, las conversaciones en la calle: todo parece girar en torno al miedo, la urgencia y la catástrofe inminente. Este clima no solo desgasta nuestra energía, también reduce nuestra capacidad de imaginar un futuro mejor. En los más jóvenes, la constante exposición a discursos alarmistas está sembrando desde hace tiempo ansiedad y sensación de parálisis. Y está teniendo efecto en su salud mental. 
Sin embargo, el mundo también está lleno de avances, de historias de solidaridad, de innovaciones que mejoran la vida. No es ingenuidad reconocerlo: es justicia. Y hoy quiero poner el foco en que cada relato que elegimos compartir construye parte de la atmósfera emocional en la que estamos viviendo. Las palabras tienen mucha repercusión. 
Hace poco tuve una conversación con un grupo de adolescentes en un taller. Les pedí que nombraran lo primero que le venía a la mente al pensar en el futuro. La mayoría respondió con palabras como “difícil”, “crisis climática”, “guerra”, “desastre”, “es lo que hay”... Pero después de un silencio, alguien se atrevió a decir “amigo”, otro chaval mencionó “playa” y finalmente surgieron también “música”, “concierto”, y avanzamos con “iniciativa”, “nuevas oportunidades”... Fue como abrir una ventana en una habitación cerrada. Bastó un cambio en el foco para que la conversación girara de la angustia a la imaginación. Y también cambiaron los gestos y la energía. Más sonrisas, más seguridad. Esa experiencia me confirmó una vez más que el modo en que hablamos sobre el futuro moldea lo que creemos posible.
No podemos controlar todo lo que dicen los medios ni las expresiones de quienes buscan manipularnos con miedo. Pero sí podemos elegir cómo nos comunicamos en nuestro círculo cercano. Nuestras palabras, nuestro tono de voz y hasta nuestros silencios tienen un efecto real en quienes nos escuchan. Por eso necesitamos asumir la responsabilidad de cultivar conversaciones que no nieguen los problemas, pero que al mismo tiempo den espacio a la esperanza, a las soluciones, a la valentía de imaginar lo mejor. Es un acto social  y personal a la vez: resistir a la cultura del miedo y proponer un lenguaje que construya confianza y comunidad. Si cada uno de nosotros ejercita esta forma de comunicación, realista, pero también esperanzadora, estaremos sembrando pequeñas semillas de futuro. Y quizás ésa sea la manera más poderosa de cambiarlo.

 

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