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Manuel García Cienfuegos
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Los miradores de Mari Arrobas

En mayo de 1982 salía a la luz la Revista Agla. La historia de la Agrupación Cultural Agla comenzó en 1979. Un año después, el 7 de septiembre, en el atrio de la iglesia de San Pedro se realizó la primera Ofrenda Floral a Ntra. Señora de Barbaño. En ella participó el grupo de danza y varios grupos de la recién creada “Escuela de danza”. En febrero de 1981 fueron aprobados los estatutos de la Agrupación. Vuelvo a la Revista Agla de la que fui cofundador y director desde 1982 a 1989. Deseo detenerme en su número cuatro, septiembre de 1985. Entre los asuntos que trataba se informaba sobre la actuación que Agla ofreció en Leganés, siendo presidente de la Casa Regional de Extremadura de aquella ciudad madrileña, Manuel González de la Rubia. La actuación terminó con el Himno de Extremadura, estrenado en mayo de aquel año, en el Teatro Romano de Mérida, con letra de Juan José Rodríguez Pinilla y música de Miguel del Barco Gallego.

La Revista Agla de 1985 publicó un artículo de la entonces profesora María de las Nieves Arrobas Vila, se jubiló en 1998, y se marchó a las moradas eternas a comienzos del pasado junio de este año. Han sido muchos los afectos que me han unido a quien fue mi profesora y fiel seguidora de mis trabajos y afanes por la historia y la cultura. Hago memoria de la rotundidad del sueño por ella deseado: “conocer un Montijo cuidado y próspero en todos los sentidos”. Y su canción preferida: “Rezo una pequeña plegaria por ti” de Areta Franklin. Este mes, desde aquí, transcribo, en su recuerdo, la descripción que hizo sobre “Los Miradores”. Acudo al texto: “¿Qué son los miradores? ¿Dónde están? Estoy segura que muchos de vosotros ni sabéis que existen, pues no lo habéis visto nunca. Pero ahí están en algunas casas, situados siempre en lo más alto de la doble vertiente del tejado y asentados sobre una gran bóveda que cubre el tramo medio del ‘doblado’ o altos de la casa. Hay varios tipos: los formados por una pequeña terraza a la que se sube por una empinada escalera terminada en una encantadora ‘linterna’ parecida a la que existe en la bóveda del crucero, de la iglesia de San Pedro; otros tienen en el medio de la terraza un pequeño torreón, base casi siempre del pararrayos o la veleta; algunos son simplemente una escalera con dos o más tramos, terminada en un alto rellano. Y los más sencillos solamente la terraza rodeada por una típica baranda de ladrillo triangular de influencia morisca.

Se pueden contar en el pueblo aproximadamente una docena de estas construcciones que, desgraciadamente van perdiendo su encanto al colocarse en ellas antenas de televisión o depósitos de agua. Pero ¿con qué fin se edificaron? Después de preguntar a los más ancianos y a personas relacionadas con la construcción, he llegado a la conclusión que en tiempos pasados, la escasez de carreteras y medios de comunicación tenía que suplirse de alguna manera. Para ello las familias adineradas se hacían construir en lo más alto de sus casas un ‘mirador’, desde donde podían divisarse los cuatro puntos cardinales. O lo que es lo mismo: si por Los Arenales había estallado la tormenta o el río desbordado llegaba cerca de la Puebla o cuando por fin, después de una larga sequía se veían nubarrones por el lado portugués o incluso se había declarado un incendio en las eras durante el verano.

Ante cualquier acontecimiento o circunstancia climatológica, desde el ‘mirador’ se podían sacar conclusiones claras, o al menos conjeturas de cómo, podían estar desarrollándose el acontecimiento. Después, había tiempo para enganchar la ‘serré’ (popularización del charré francés), y de una manera sosegada, tranquila, como se hacía todo en aquella época, dirigirse a la finca, al sembrado o al ejido. Con los modernos medios de comunicación y transporte la importancia de los ‘miradores’ ha desaparecido, pero testigos olvidados de otros tiempos, ahí están como siempre. Ahora, mirando las estrellas”.

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