El valor de rendirse a tiempo
Te prometiste que esta vez sí. Que ibas a sostenerlo hasta el final: el curso, el proyecto, la relación, el libro de la mesilla… Pero pasan los días y, en lugar de curiosidad o sentido, sólo encuentras inercia. Sigues por costumbre, por orgullo, por no decepcionar; sigues porque un día dijiste “sí” y ahora sientes que decir “ya no” sería traicionarte, sería fracasar.
Rendirse tiene mala prensa. La confundimos con pereza, cobardía o falta de carácter. Sin embargo, hay una diferencia sustancial entre rendirse por miedo y soltar lo que ya no nos corresponde.
Lo primero es encogerse ante un obstáculo y salir corriendo para no afrontarlo. Lo segundo es reconocer, con calma y honestidad, que el esfuerzo dejó de apuntar a algo valioso. ¿Quiere decir esto, entonces, que seguir por mero compromiso es siempre lo correcto? ¿O que reconocer que ya no es nuestro camino equivale necesariamente a un fracaso?
En muchas ocasiones, la trampa del “ya he invertido demasiado” nos empuja a perseverar sin preguntarnos si todavía queremos eso por lo que luchamos. Y en esas circunstancias, llamamos “disciplina” a la negación de nuestras señales internas y “tenacidad” a la rigidez. ¿Qué sentido tiene mantenernos en pie a cualquier precio, si lo que sostenemos ya no nos merece la pena ni el esfuerzo? ¿Y si la motivación principal para hacerlo es obtener alivio por acabarlo y no satisfacción por haberlo hecho?
Terminar un libro que no disfrutamos solo para poder decir “lo acabé” no es un triunfo: es un tributo al orgullo que se paga con cansancio y con menos ganas de volver a ilusionarnos con algo nuevo.
Soltar, en cambio, abre un espacio. Implica aceptar pérdidas (una imagen de nosotros, unas expectativas que no se cumplen, un plan que nos hacía sentir seguros…) y aún así, comprometernos con lo que de verdad queremos. ¿No es acaso más valioso elegir con honestidad que completar con desgana?
Tal vez soltar un trabajo en el que ya no encuentras sentido, una relación que se quedó sin futuro o incluso una rutina que solo te drena no sea un acto de derrota, sino un gesto de coherencia. Porque, ¿qué ganamos realmente al resistir por resistir? ¿No es más honesto reconocer que cambiamos, que lo que ayer tenía sentido, hoy ya no nos dice nada?
Rendirse a tiempo no es perder: es respetar el tiempo que queda. Es decir “hasta aquí” para poder decir “sí” a otra cosa que tenga más sentido. Puede que la verdadera valentía no esté siempre en resistir, sino en apartarse a un lado para poder luchar por lo que verdaderamente queremos.
Te prometiste que esta vez sí. Que ibas a sostenerlo hasta el final: el curso, el proyecto, la relación, el libro de la mesilla… Pero pasan los días y, en lugar de curiosidad o sentido, sólo encuentras inercia. Sigues por costumbre, por orgullo, por no decepcionar; sigues porque un día dijiste “sí” y ahora sientes que decir “ya no” sería traicionarte, sería fracasar.
Rendirse tiene mala prensa. La confundimos con pereza, cobardía o falta de carácter. Sin embargo, hay una diferencia sustancial entre rendirse por miedo y soltar lo que ya no nos corresponde.
Lo primero es encogerse ante un obstáculo y salir corriendo para no afrontarlo. Lo segundo es reconocer, con calma y honestidad, que el esfuerzo dejó de apuntar a algo valioso. ¿Quiere decir esto, entonces, que seguir por mero compromiso es siempre lo correcto? ¿O que reconocer que ya no es nuestro camino equivale necesariamente a un fracaso?
En muchas ocasiones, la trampa del “ya he invertido demasiado” nos empuja a perseverar sin preguntarnos si todavía queremos eso por lo que luchamos. Y en esas circunstancias, llamamos “disciplina” a la negación de nuestras señales internas y “tenacidad” a la rigidez. ¿Qué sentido tiene mantenernos en pie a cualquier precio, si lo que sostenemos ya no nos merece la pena ni el esfuerzo? ¿Y si la motivación principal para hacerlo es obtener alivio por acabarlo y no satisfacción por haberlo hecho?
Terminar un libro que no disfrutamos solo para poder decir “lo acabé” no es un triunfo: es un tributo al orgullo que se paga con cansancio y con menos ganas de volver a ilusionarnos con algo nuevo.
Soltar, en cambio, abre un espacio. Implica aceptar pérdidas (una imagen de nosotros, unas expectativas que no se cumplen, un plan que nos hacía sentir seguros…) y aún así, comprometernos con lo que de verdad queremos. ¿No es acaso más valioso elegir con honestidad que completar con desgana?
Tal vez soltar un trabajo en el que ya no encuentras sentido, una relación que se quedó sin futuro o incluso una rutina que solo te drena no sea un acto de derrota, sino un gesto de coherencia. Porque, ¿qué ganamos realmente al resistir por resistir? ¿No es más honesto reconocer que cambiamos, que lo que ayer tenía sentido, hoy ya no nos dice nada?
Rendirse a tiempo no es perder: es respetar el tiempo que queda. Es decir “hasta aquí” para poder decir “sí” a otra cosa que tenga más sentido. Puede que la verdadera valentía no esté siempre en resistir, sino en apartarse a un lado para poder luchar por lo que verdaderamente queremos.