“Cuando tenga más tiempo me cuidaré”
Hace semanas que compraste un libro que tenías muchas ganas de leer, pero aún no has abierto la primera página. Ahí sigue, sobre la mesilla, mirándote con esos ojos que dicen: “Aún no has sacado un hueco para empezarme y tenías mucha prisa por comprarme”. Tú te respondes: “En cuanto acabe estas cosas y tenga algo de tiempo, lo haré”.
Y así pasan los días, mientras el libro acumula polvo junto a otras pequeñas promesas que siempre parecen depender de un futuro más tranquilo.
Te lo repites casi sin darte cuenta: “Ahora no puedo, pero cuando tenga más tiempo me cuidaré. Cuando acabe este proyecto. Cuando los niños crezcan. Cuando pase esta racha”. Y mientras tanto, sigues adelante. Tachando tareas, resolviendo problemas, respondiendo mensajes, cumpliendo con todos menos contigo.
Vivimos en un mundo que glorifica la productividad, que aplaude el sacrificio y que nos hace sentir que el descanso es un lujo, no una necesidad. Pero ese “más tiempo” nunca llega. Porque cuando una urgencia se resuelve, aparece otra.
Y así, sin darte cuenta, el momento para cuidarte se convierte en un horizonte que siempre se aleja.
El cuerpo y la mente, sin embargo, no esperan a que la agenda esté despejada. Empiezan a enviar señales: un cansancio que no se quita durmiendo, una irritabilidad constante, una sensación de desconexión contigo mismo. Son avisos silenciosos de que vivir posponiéndote tiene un precio. Porque puedes seguir funcionando, claro, pero funcionar no es lo mismo que vivir. La vida no se detiene para que encuentres un hueco: es aquí, en medio del caos y las rutinas, donde puedes empezar a tratarte con la misma consideración que das a los demás.
Quizá no haga falta esperar a que llegue “ese” momento ideal. Puede que el único momento disponible sea este, imperfecto, lleno de interrupciones y obligaciones. Y aun así, aquí puedes empezar. No con todo a la vez, sino con pequeñas decisiones: una pausa consciente, una conversación pendiente contigo mismo, una noche de sueño que no se sacrifica por tachar otra tarea.
Porque el tiempo para cuidarte no aparece solo. Lo construyes cuando te das permiso para dejar de huir de ti. Cuando reconoces que no basta con sobrevivir a los días: también mereces habitarlo.
Quizá no se trate de esperar a tener tardes libres o semanas sin obligaciones, sino de comenzar con actos mínimos: diez minutos para estirarte, leer unas páginas, salir a caminar. No porque sean suficientes para resolverlo todo, sino porque son una forma de recordarte que también mereces atención aquí y ahora, no sólo en un futuro idealizado que nunca termina de llegar.
Hace semanas que compraste un libro que tenías muchas ganas de leer, pero aún no has abierto la primera página. Ahí sigue, sobre la mesilla, mirándote con esos ojos que dicen: “Aún no has sacado un hueco para empezarme y tenías mucha prisa por comprarme”. Tú te respondes: “En cuanto acabe estas cosas y tenga algo de tiempo, lo haré”.
Y así pasan los días, mientras el libro acumula polvo junto a otras pequeñas promesas que siempre parecen depender de un futuro más tranquilo.
Te lo repites casi sin darte cuenta: “Ahora no puedo, pero cuando tenga más tiempo me cuidaré. Cuando acabe este proyecto. Cuando los niños crezcan. Cuando pase esta racha”. Y mientras tanto, sigues adelante. Tachando tareas, resolviendo problemas, respondiendo mensajes, cumpliendo con todos menos contigo.
Vivimos en un mundo que glorifica la productividad, que aplaude el sacrificio y que nos hace sentir que el descanso es un lujo, no una necesidad. Pero ese “más tiempo” nunca llega. Porque cuando una urgencia se resuelve, aparece otra.
Y así, sin darte cuenta, el momento para cuidarte se convierte en un horizonte que siempre se aleja.
El cuerpo y la mente, sin embargo, no esperan a que la agenda esté despejada. Empiezan a enviar señales: un cansancio que no se quita durmiendo, una irritabilidad constante, una sensación de desconexión contigo mismo. Son avisos silenciosos de que vivir posponiéndote tiene un precio. Porque puedes seguir funcionando, claro, pero funcionar no es lo mismo que vivir. La vida no se detiene para que encuentres un hueco: es aquí, en medio del caos y las rutinas, donde puedes empezar a tratarte con la misma consideración que das a los demás.
Quizá no haga falta esperar a que llegue “ese” momento ideal. Puede que el único momento disponible sea este, imperfecto, lleno de interrupciones y obligaciones. Y aun así, aquí puedes empezar. No con todo a la vez, sino con pequeñas decisiones: una pausa consciente, una conversación pendiente contigo mismo, una noche de sueño que no se sacrifica por tachar otra tarea.
Porque el tiempo para cuidarte no aparece solo. Lo construyes cuando te das permiso para dejar de huir de ti. Cuando reconoces que no basta con sobrevivir a los días: también mereces habitarlo.
Quizá no se trate de esperar a tener tardes libres o semanas sin obligaciones, sino de comenzar con actos mínimos: diez minutos para estirarte, leer unas páginas, salir a caminar. No porque sean suficientes para resolverlo todo, sino porque son una forma de recordarte que también mereces atención aquí y ahora, no sólo en un futuro idealizado que nunca termina de llegar.