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Andrés Acevedo
Martes, 08 de Julio de 2025 Actualizada Martes, 08 de Julio de 2025 a las 12:12:22 horas

La supuesta maternidad perfecta

Te dicen que será el momento más bonito de tu vida. Que sentirás una conexión instantánea. Que la maternidad te llenará, te transformará y te completará. Y aunque todo eso puede tener algo de verdad, lo que casi nunca se menciona con la misma intensidad es lo otro: el miedo, la culpa, la soledad o la sensación de estar haciéndolo mal sin saber exactamente por qué.
Durante el embarazo, las expectativas se dibujan con una nitidez casi irreal. Hay una imagen socialmente compartida sobre lo que significa “ser una buena madre”: estar disponible en todo momento, sentir felicidad constante, saber intuitivamente qué necesita el bebé y, además, mantener la casa, la pareja, los amigos, el trabajo… Y si no se logra, la sensación que queda es que el fallo está en una misma.
Lo complicado es que muchas de estas ideas no se dicen de forma directa, pero se respiran. En los comentarios bienintencionados, en los anuncios, en las redes sociales donde otras madres parecen tenerlo todo bajo control. La maternidad real, la que también implica ambivalencia, cansancio extremo y momentos de desconexión emocional, no siempre tiene cabida en esos discursos.
Es entonces cuando aparece el juicio interno y la culpa. Porque, ¿cómo explicar que a veces necesitas espacio? ¿Que no siempre sientes ternura? ¿Que hay días en los que solo querrías dormir o llorar? 
La presión por cumplir con un ideal puede ser tan fuerte que muchas madres primerizas se sienten incapaces de compartir lo que realmente les pasa, por miedo a no encajar en ese molde que se supone deberían habitar con naturalidad.
La maternidad es una experiencia profundamente humana, y como tal, está atravesada por contradicciones. Amar y estar agotada. Sentirte agradecida y también desbordada. Tener miedo y al mismo tiempo no querer estar en otro lugar. 
Aceptar esa complejidad no significa fracasar como madre, sino reconocer que también tú necesitas cuidado. Que no todo gira alrededor de dar, sino también de poder recibir: apoyo, comprensión, compañía. Sin esos espacios, la exigencia se vuelve asfixiante y la maternidad deja de ser un vínculo para convertirse en una lista interminable de obligaciones.
Tal vez lo necesario no sea esforzarse por ser una “buena madre”, sino empezar a preguntarse: ¿qué tipo de madre quiero ser yo? ¿Qué necesito para sostenerme sin romperme? ¿Dónde está mi voz entre tantas voces que me dicen cómo debería sentirme? Porque sólo cuando nos damos permiso para vivir la maternidad de forma más libre y menos perfecta, es cuando realmente podemos habitarla desde un lugar más sincero y sostenible.

 

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