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Pedro Gutiérrez
Martes, 08 de Julio de 2025 Actualizada Martes, 08 de Julio de 2025 a las 11:58:30 horas

Música y verano: una chispa que enciende los sentidos


Hay algo casi mágico entre la música y el verano. Como si al llegar el calor, el alma pidiera banda sonora. No es solo una coincidencia estacional: cuando el sol aprieta, cuando los días se alargan y la vida parece salirse un poco del guion, la música aparece —y no de forma discreta— para colorearlo todo. Y es que verano no es solo una estación, es una actitud. Las rutinas se aflojan, el tiempo se dilata y nos abrimos, casi sin darnos cuenta, al juego, al encuentro, al gozo. En ese contexto, la música se cuela en cada rincón. Ya sea en una playa con amigos, en una terraza al caer la tarde, en un festival a cielo abierto o simplemente en el coche, con las ventanas bajadas y una canción que parece escrita para ese momento exacto.
No es raro que los grandes hits —esos que no puedes sacarte de la cabeza— lleguen justo en verano. Hay una razón detrás: artistas y discográficas saben que este es el momento en que estamos más dispuestos a dejarnos llevar. Nacen así los llamados “temas del verano”: canciones que se pegan como la sal al cuerpo, que hacen que los pies se muevan sin permiso, que hablan de amores fugaces, de noches sin dormir o de esa libertad que, aunque breve, lo cambia todo. Y sí, muchos de esos temas acaban guardados en la memoria como una postal sonora de años que no se olvidan.
Los festivales, por su parte, son otra historia. O más bien, otra forma de contar la misma historia: miles de personas reunidas por una pasión común. Desde pequeños pueblos con escenarios improvisados hasta mastodontes como Glastonbury o el FIB, lo que se vive allí va más allá de la música. Es comunión, es piel erizada al primer acorde, es abrazar a un desconocido que canta lo mismo que tú. Bajo las estrellas, la música une lo que la vida cotidiana a veces separa.
Y luego están los viajes. ¿Quién no ha recordado un lugar por una canción? A veces no hace falta mucho: un bolero en un bar de La Habana, un indie suave en una cafetería de Berlín, una guitarra flamenca en una calle de Granada… De repente, ese tema se convierte en el mapa emocional del verano. Lo escuchas años después y es como si volvieras a pisar ese suelo, a sentir ese viento, a mirar esos ojos.
También hay espacio para lo íntimo. El verano invita a descubrir nuevas músicas o redescubrir las viejas —esas que habías guardado sin querer—. Algunos componen, otros escriben. Muchos simplemente se dejan inspirar por la luz, por el amor, por el silencio mismo. Es una estación fértil, como si el alma encontrara un respiro para crear.
En resumen, el verano sin música sería como un cielo sin luna. Porque más que acompañarnos, la música nos vive: amplifica las emociones, sostiene los recuerdos, transforma lo cotidiano en algo memorable. Es la chispa que hace del verano una pequeña fiesta para el alma.

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