Dolor de ausencias
    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        
    
    
    
	
	
        
        
        			        			        			        
        
                
        
        Todos somos conscientes que al vivir en sociedad y sobre todo si vivimos en un pequeño municipio en el que todos nos conocemos, estamos ligados a unos vínculos con los demás que, sobre todo, cuando te haces mayor vas comprobando, día a día, como esos vínculos se rompen porque algunas de esas personas que has visto o te han acompañado en tu vida cotidiana van desapareciendo para siempre. En el momento que esto ocurre surge en tu interior un  periodo de gran intensidad emocional conocido como dolor de ausencias.
Es cierto que la sociedad, cada uno en su entorno, se va regenerando dándole paso a nuevos seres pero duele ver como van desapareciendo aquellos que han formado parte, aunque sea simbólicamente, en muestras vidas.
Cuando eres joven y ves morir a personas de tu entorno, apenas le das importancia. Es una anécdota más de la vida de un pueblo, pero cuando eres mayor y ves morir a una persona conocida, no hace falta que sea familiar, simplemente con que sea de tu entorno, te duele aceptar la realidad de esa pérdida y aunque no sueles expresar las emociones, ese punzante dolor interno lo sientes. Es, como si fuesen desapareciendo imágenes, rostros, del mapa de tu vida. Es cierto que enseguida, el tiempo, suaviza esa sensación de tristeza. Entras de lleno en tu vida cotidiana y como suele decirse, la vida sigue pero… ¿quién no se ha recreado recordando momentos convividos, gestos, sonrisas y hasta lágrimas, en algunos casos, con la persona que nos deja? Una muerte, con menor o mayor cercanía, siempre duele, sobre todo, si ha formado parte en tu vida cotidiana. En tu día a día.
Es curioso, en mis artículos que casi siempre he hablado de todo, jamás he hablado de esas personas, que no forman parte de nuestros seres queridos, pero que las conoces desde siempre, aunque sea de vista, con la que te cruzas casi a diario y le das los buenos días sin pararte… son personas que cuando conoces la noticia de su muerte, te duele. En ese momento lamentas no haberle regalado más sonrisas. Es algo que nunca me lo había planteado. Esa es la verdad. Si no hubiera tenido que ponerme hoy frente al ordenador para escribir mi artículo de este mes. Sin embargo, gracias a plantearme sobre que iba a escribir en esta ocasión, y recordando varias muertes recientes, nació este tema y, sinceramente, me ha gustado comentarlo porque lo vivimos a diario y apenas le damos importancia. Como mucho sentimos o expresamos un lamento instantáneo y poco más.
Hoy, mientras escribo este artículo, he aprendido algo importante: ¡Recrearme más en las pequeñas cosas! Lo que si es cierto que no creo que exista una fórmula para el dolor de las ausencias, cada uno tienen que crearse la suya propia.
 
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                                                                            	
                                        
                            
    
    
	
    
Todos somos conscientes que al vivir en sociedad y sobre todo si vivimos en un pequeño municipio en el que todos nos conocemos, estamos ligados a unos vínculos con los demás que, sobre todo, cuando te haces mayor vas comprobando, día a día, como esos vínculos se rompen porque algunas de esas personas que has visto o te han acompañado en tu vida cotidiana van desapareciendo para siempre. En el momento que esto ocurre surge en tu interior un  periodo de gran intensidad emocional conocido como dolor de ausencias.
Es cierto que la sociedad, cada uno en su entorno, se va regenerando dándole paso a nuevos seres pero duele ver como van desapareciendo aquellos que han formado parte, aunque sea simbólicamente, en muestras vidas.
Cuando eres joven y ves morir a personas de tu entorno, apenas le das importancia. Es una anécdota más de la vida de un pueblo, pero cuando eres mayor y ves morir a una persona conocida, no hace falta que sea familiar, simplemente con que sea de tu entorno, te duele aceptar la realidad de esa pérdida y aunque no sueles expresar las emociones, ese punzante dolor interno lo sientes. Es, como si fuesen desapareciendo imágenes, rostros, del mapa de tu vida. Es cierto que enseguida, el tiempo, suaviza esa sensación de tristeza. Entras de lleno en tu vida cotidiana y como suele decirse, la vida sigue pero… ¿quién no se ha recreado recordando momentos convividos, gestos, sonrisas y hasta lágrimas, en algunos casos, con la persona que nos deja? Una muerte, con menor o mayor cercanía, siempre duele, sobre todo, si ha formado parte en tu vida cotidiana. En tu día a día.
Es curioso, en mis artículos que casi siempre he hablado de todo, jamás he hablado de esas personas, que no forman parte de nuestros seres queridos, pero que las conoces desde siempre, aunque sea de vista, con la que te cruzas casi a diario y le das los buenos días sin pararte… son personas que cuando conoces la noticia de su muerte, te duele. En ese momento lamentas no haberle regalado más sonrisas. Es algo que nunca me lo había planteado. Esa es la verdad. Si no hubiera tenido que ponerme hoy frente al ordenador para escribir mi artículo de este mes. Sin embargo, gracias a plantearme sobre que iba a escribir en esta ocasión, y recordando varias muertes recientes, nació este tema y, sinceramente, me ha gustado comentarlo porque lo vivimos a diario y apenas le damos importancia. Como mucho sentimos o expresamos un lamento instantáneo y poco más.
Hoy, mientras escribo este artículo, he aprendido algo importante: ¡Recrearme más en las pequeñas cosas! Lo que si es cierto que no creo que exista una fórmula para el dolor de las ausencias, cada uno tienen que crearse la suya propia.






















                    
                    
                    
                    
                    