Presto ha de serenar el tiempo
El pintor Pieter Bruegel el Viejo (Países Bajos ca.1525-Bruselas, 1569), escenificó en su obra ‘El triunfo de la Muerte’, hecha entre 1562-1563, una alegoría moral en la que la muerte triunfa sobre las cosas mundanas, simbolizado a través de un gran ejército de esqueletos arrasando la Tierra. Todos los estamentos sociales están incluidos en la composición, sin que el poder o la devoción puedan salvarles. Recordando lo efímero de los bienes terrenales y su condición igualitaria como mortales.
Escribo a mediados de marzo cuando se han cumplido cinco años de la aparición del brote de enfermedad por coronavirus (covid-19) que fue notificado por primera vez en Wuhan (China) a finales de 2019. La pandemia motivó confinamientos, separó a familiares, mató a personas de una forma cruel y en soledad. Agotó a los sanitarios, puso a prueba muchos errores de la globalización y empobreció a la población. Fue un mundo encerrado y asustado, cambiando nuestro estilo de vida. A final de octubre de dos mil veinte falleció el actor Sean Connery, que hizo el papel del franciscano fray Guillermo de Baskerville, en la película ‘El nombre de la rosa’, que sentenció a su inseparable discípulo Adso de Melk, cuando llegan a la abadía: “para dominar la naturaleza hemos de aprender a obedecerla”.
El tiempo de confinamiento obligado, lucha, ayuda y solidaridad, trajeron días callados, produciendo, impaciencia y derrumbe por las andanzas del virus. Conviene el escritor italiano Cesare Pavese que es hermoso escribir porque reúne dos alegrías: hablar uno solo y hablarle a la multitud. En aquellos días escribí sobre la peste que mermó las poblaciones de nuestra comarca en la primera decena del siglo dieciséis (había muchos cuerpos sepultados de las pestilencias pasadas). Epidemia que volvió en el final de aquella centuria, sin perdonar casi a ningún lugar, aldea, villa y ciudad. Levantándose ermitas a los venerados Santos Mártires Fabián y Sebastián protectores contra la peste. Organizándose procesiones extraordinarias para pedir protección y amparo.
Enfermos pobres y transeúntes eran socorridos en el hospital de pobres, localizado próximo a la ermita de San Isidro, que antes fue el primer templo parroquial de Montijo. Establecimiento de curación que dejó su actividad para ser asumida por la Orden Hospitalaria del emeritense padre Cristóbal de Santa Catalina, con la fundación del hospital y capilla de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Las infecciones y las epidemias fueron la principal causa de mortalidad cuando el Homo Sapiens vivía en las cavernas hace decenas de miles de años. La peste había hecho presencia a finales del siglo VII en la próxima villa romana de Torre Águila, ocasionando estragos en su población, teniendo que ampliar la necrópolis para enterrar a los muertos. También escribí sobre el cólera (pedimos con reverencia; separad la pestilencia de este pueblo montijano), tifus, difteria, paludismo, fiebres tercianas (usándose quina, dieta y refrescos), pulmonía, sarampión, tuberculosis, viruela (se satisfaga al médico titular veinte pesetas por la vacuna que adquirió para preservar al pueblo de la viruela), tisis y gripe (en virtud del excesivo número de defunciones con motivo de la epidemia reinante, están para agotarse los nichos construidos en el cementerio). Busqué el Apocalipsis y leí, en su sexto capítulo, caballos de color blanco, pardo, negro y amarillo: hambre, guerra, peste y muerte. Pero la finalidad del Apocalipsis es revelación, fuente de nuestra esperanza. Que intuyó el pasaje de la ‘Aventura de los rebaños de ovejas’ que narra El Quijote: “Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien ya está cerca”.
El pintor Pieter Bruegel el Viejo (Países Bajos ca.1525-Bruselas, 1569), escenificó en su obra ‘El triunfo de la Muerte’, hecha entre 1562-1563, una alegoría moral en la que la muerte triunfa sobre las cosas mundanas, simbolizado a través de un gran ejército de esqueletos arrasando la Tierra. Todos los estamentos sociales están incluidos en la composición, sin que el poder o la devoción puedan salvarles. Recordando lo efímero de los bienes terrenales y su condición igualitaria como mortales.
Escribo a mediados de marzo cuando se han cumplido cinco años de la aparición del brote de enfermedad por coronavirus (covid-19) que fue notificado por primera vez en Wuhan (China) a finales de 2019. La pandemia motivó confinamientos, separó a familiares, mató a personas de una forma cruel y en soledad. Agotó a los sanitarios, puso a prueba muchos errores de la globalización y empobreció a la población. Fue un mundo encerrado y asustado, cambiando nuestro estilo de vida. A final de octubre de dos mil veinte falleció el actor Sean Connery, que hizo el papel del franciscano fray Guillermo de Baskerville, en la película ‘El nombre de la rosa’, que sentenció a su inseparable discípulo Adso de Melk, cuando llegan a la abadía: “para dominar la naturaleza hemos de aprender a obedecerla”.
El tiempo de confinamiento obligado, lucha, ayuda y solidaridad, trajeron días callados, produciendo, impaciencia y derrumbe por las andanzas del virus. Conviene el escritor italiano Cesare Pavese que es hermoso escribir porque reúne dos alegrías: hablar uno solo y hablarle a la multitud. En aquellos días escribí sobre la peste que mermó las poblaciones de nuestra comarca en la primera decena del siglo dieciséis (había muchos cuerpos sepultados de las pestilencias pasadas). Epidemia que volvió en el final de aquella centuria, sin perdonar casi a ningún lugar, aldea, villa y ciudad. Levantándose ermitas a los venerados Santos Mártires Fabián y Sebastián protectores contra la peste. Organizándose procesiones extraordinarias para pedir protección y amparo.
Enfermos pobres y transeúntes eran socorridos en el hospital de pobres, localizado próximo a la ermita de San Isidro, que antes fue el primer templo parroquial de Montijo. Establecimiento de curación que dejó su actividad para ser asumida por la Orden Hospitalaria del emeritense padre Cristóbal de Santa Catalina, con la fundación del hospital y capilla de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Las infecciones y las epidemias fueron la principal causa de mortalidad cuando el Homo Sapiens vivía en las cavernas hace decenas de miles de años. La peste había hecho presencia a finales del siglo VII en la próxima villa romana de Torre Águila, ocasionando estragos en su población, teniendo que ampliar la necrópolis para enterrar a los muertos. También escribí sobre el cólera (pedimos con reverencia; separad la pestilencia de este pueblo montijano), tifus, difteria, paludismo, fiebres tercianas (usándose quina, dieta y refrescos), pulmonía, sarampión, tuberculosis, viruela (se satisfaga al médico titular veinte pesetas por la vacuna que adquirió para preservar al pueblo de la viruela), tisis y gripe (en virtud del excesivo número de defunciones con motivo de la epidemia reinante, están para agotarse los nichos construidos en el cementerio). Busqué el Apocalipsis y leí, en su sexto capítulo, caballos de color blanco, pardo, negro y amarillo: hambre, guerra, peste y muerte. Pero la finalidad del Apocalipsis es revelación, fuente de nuestra esperanza. Que intuyó el pasaje de la ‘Aventura de los rebaños de ovejas’ que narra El Quijote: “Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien ya está cerca”.