El verano del membrillo
El tiempo que nos ha llegado lo
llamaron nuestros mayores verano del membrillo porque por estas fechas llega su
recolección. Síntoma de que el verano se aleja aunque se resiste. El horizonte
presenta colores dorados, atemperados, suaves y tenues. Es la luz del sol del
membrillo, del trasunto y fin del verano derrochando belleza. Los días son más
lentos, más cortos, transcurren más despacio, como queriendo retrasar la
delicadeza de esta luz adornada por los racimos de la uva violácea que aún
siguen llenando los esportones.
Por los Arenales el olivar está
precioso. La aceituna vive con ganas y fuerzas este tiempo de maduración que le
ha traído el envero. Pronto la diosa Minerva ganará su batalla particular y
nacerá el muy antiguo, virginal, saludable, sagrado y santo óleo verde que nos
procurará alimento, curación, fortaleza y luz para nuestras vidas.
Cuentan que Plinio alabó las
aceitunas enseradas de la colonia romana emeritense, calificándolas de muy
dulces, como si fueran uvas pasas. Cuando apriete el frío comenzará el vareo y
la aceituna acabará en la almazara. Entonces se escuchará el giro en el machado
y triturado de las piedras del molino. Los capachos y la prensa darán salida al
aceite, el orujo y el alpechín. Antiguas almazaras, viejos lagares y molinos de
aceite. En la Puerta del Sol, en el comienzo del callejón de la Zorra y, en los
Barreales, el molino de don Modesto Pinilla Porras, bautizado bajo la
advocación de Nuestra Señora del Carmen.
Dicen que el sol del membrillo
produce alteraciones meteorológicas que puede durar, incluso, más allá del humo
de las castañas asadas del mes de noviembre. Llegarán los Santos y los Difuntos
y estará aún el calor del verano del membrillo. También cuentan que lo del
cambio climático es una verdad cierta, por tal espero que aparezcan las temidas
olas. No las olas de playa Manilva, esas no, las otras, las que faltan por
venir que volverán loco al puntero y a la capucha del bueno del fraile del
tiempo: seco, revuelto, viento, bueno, inseguro, ventoso, húmedo y lluvia.
Recuerdo cómo competía el fraile
del puntero, alojado en su artística capilla de cartón, y un precioso y esbelto
gallo portugués que presidía el antiguo chinero de la salita. Uno y otro
ejercían de apoyo y complemento de lo que predecía el hombre del tiempo. Cuando
llegaban temporales inciertos, al fraile le salían agujetas de tanto bajar y
subir el puntero. En casa, sin embargo, teníamos más fe en el gallo. Nuestro
gallo pasaba del azul (buen tiempo) al lila y rosa pálido (humedad y lluvia).
Esa mutación de colores se razona y explica al estar las alas del gallo
recubiertas de bromuro de zinc haciendo que ante la presencia de humedad o no
en el ambiente cambien de color.
Pronto vendrán las olas de frío.
Frío que dejará a todo el mundo tieso como un polo. Frío que nos llegará del
norte, de Siberia, de Rusia, de todas partes, y exclamaremos entre tiriteras
“Aquí no estamos preparados para el frío”. Expresión con la que no estoy de
acuerdo porque el otro día escuché decir que el señor Ambrosio murió a la
friolera de no sé cuántos años. Ahora todo cambia según la procedencia de la
ventisca. Ya no hace un calor que achicharre, ni frío que pele, ahora son
sensaciones térmicas. Ya no hace mal tiempo, ahora tenemos climatología
adversa.
Aquí, con el verano del membrillo,
andamos confundidos porque ya no hay crisis, ni recesión, ni deflación, ni
trabajadores en paro. Aquí hay una suave desaceleración del consumo y un
cachondeo de gripe, madre, reina y emperatriz de todas las alarmas, controlada
por un Plan de Contingencia gracias a los chorros de agua pulverizada del
microclima que proclama que el desarrollo sostenible cambiará el modelo
económico. ¡Chúpate esa! Y además con un par de huevos. ¡Ah!, y que sean de
gallina de corral.
El tiempo que nos ha llegado lo
llamaron nuestros mayores verano del membrillo porque por estas fechas llega su
recolección. Síntoma de que el verano se aleja aunque se resiste. El horizonte
presenta colores dorados, atemperados, suaves y tenues. Es la luz del sol del
membrillo, del trasunto y fin del verano derrochando belleza. Los días son más
lentos, más cortos, transcurren más despacio, como queriendo retrasar la
delicadeza de esta luz adornada por los racimos de la uva violácea que aún
siguen llenando los esportones.
Por los Arenales el olivar está
precioso. La aceituna vive con ganas y fuerzas este tiempo de maduración que le
ha traído el envero. Pronto la diosa Minerva ganará su batalla particular y
nacerá el muy antiguo, virginal, saludable, sagrado y santo óleo verde que nos
procurará alimento, curación, fortaleza y luz para nuestras vidas.
Cuentan que Plinio alabó las
aceitunas enseradas de la colonia romana emeritense, calificándolas de muy
dulces, como si fueran uvas pasas. Cuando apriete el frío comenzará el vareo y
la aceituna acabará en la almazara. Entonces se escuchará el giro en el machado
y triturado de las piedras del molino. Los capachos y la prensa darán salida al
aceite, el orujo y el alpechín. Antiguas almazaras, viejos lagares y molinos de
aceite. En la Puerta del Sol, en el comienzo del callejón de la Zorra y, en los
Barreales, el molino de don Modesto Pinilla Porras, bautizado bajo la
advocación de Nuestra Señora del Carmen.
Dicen que el sol del membrillo
produce alteraciones meteorológicas que puede durar, incluso, más allá del humo
de las castañas asadas del mes de noviembre. Llegarán los Santos y los Difuntos
y estará aún el calor del verano del membrillo. También cuentan que lo del
cambio climático es una verdad cierta, por tal espero que aparezcan las temidas
olas. No las olas de playa Manilva, esas no, las otras, las que faltan por
venir que volverán loco al puntero y a la capucha del bueno del fraile del
tiempo: seco, revuelto, viento, bueno, inseguro, ventoso, húmedo y lluvia.
Recuerdo cómo competía el fraile
del puntero, alojado en su artística capilla de cartón, y un precioso y esbelto
gallo portugués que presidía el antiguo chinero de la salita. Uno y otro
ejercían de apoyo y complemento de lo que predecía el hombre del tiempo. Cuando
llegaban temporales inciertos, al fraile le salían agujetas de tanto bajar y
subir el puntero. En casa, sin embargo, teníamos más fe en el gallo. Nuestro
gallo pasaba del azul (buen tiempo) al lila y rosa pálido (humedad y lluvia).
Esa mutación de colores se razona y explica al estar las alas del gallo
recubiertas de bromuro de zinc haciendo que ante la presencia de humedad o no
en el ambiente cambien de color.
Pronto vendrán las olas de frío.
Frío que dejará a todo el mundo tieso como un polo. Frío que nos llegará del
norte, de Siberia, de Rusia, de todas partes, y exclamaremos entre tiriteras
“Aquí no estamos preparados para el frío”. Expresión con la que no estoy de
acuerdo porque el otro día escuché decir que el señor Ambrosio murió a la
friolera de no sé cuántos años. Ahora todo cambia según la procedencia de la
ventisca. Ya no hace un calor que achicharre, ni frío que pele, ahora son
sensaciones térmicas. Ya no hace mal tiempo, ahora tenemos climatología
adversa.
Aquí, con el verano del membrillo,
andamos confundidos porque ya no hay crisis, ni recesión, ni deflación, ni
trabajadores en paro. Aquí hay una suave desaceleración del consumo y un
cachondeo de gripe, madre, reina y emperatriz de todas las alarmas, controlada
por un Plan de Contingencia gracias a los chorros de agua pulverizada del
microclima que proclama que el desarrollo sostenible cambiará el modelo
económico. ¡Chúpate esa! Y además con un par de huevos. ¡Ah!, y que sean de
gallina de corral.