La bodega de Lorenzo Paredes
Los pasillos de la memoria me llevan este mes a bajar cinco escalones de la bodega de Lorenzo Paredes Carretero, en la castiza Puerta del Sol de Montijo. Dentro de ella se percibe un ambiente fresco. Mesas y bancos de madera, antiguos conos y tinajas portuguesas forman el mobiliario. La barra es pequeña hecha de madera, en ella Lorenzo desarrolla su maestría. Tras ella tres tinajas y un frigorífico. La superficie de las tinajas sirve de pizarra, apuntando lo que cada cliente toma. Tinajas decoradas con recortes de revistas que muestran a personalidades: Farah Diva, Lady Di, Rodríguez de la Fuente, entre otros. El resto de los conos su ornamentación seguía el mismo diseño: fotos y más fotos. Una de las tinajas está dedicada al Atlético de Madrid, pues Lorenzo es, a pesar de los sinsabores por los resultados, un fiel seguidor del equipo colchonero.
Lorenzo expende vino de la bodega de Macario Martín y cerveza. Comenzó con la bodega en 1953, asegura ser un buen lugar para el vino, ya que está orientada al norte, siendo por ello muy favorable. Le viene por tradición familiar aunque él pocas veces cosechó, pisó, y elaboró, pero sí almacenó y vendió buenos caldos. Afirmó en la entrevista que le hice en 1988 que quedaban pocos locales como el suyo en Montijo. Los que vienen a la bodega son buena gente. A la afirmación de Lorenzo añado: gente piadosa, devotos, fervorosos por asiduas visitas a los templos y cenobios de Baco. Repúblicas de la bebienda. Lugares para la intelectualidad, sabiduría y conversación. Refugio de notables, asilo de desorientados y aliento de abatidos y perjudicados. Bajo ordenanzas muy estrictas: ¡Prohibido escupir en el suelo!, ¡No olvides tirar de la cadena!, ¡Prohibido terminantemente el cante!, ¡Prohibido cantar mal. Si crees que cantas bien, canta, pero en la calle!, ¡No te preocupes, tú bebe!. Todo ello fue la impronta, el carácter de su espíritu, bajo el rito al compás de un trago de vino, que marcaba así a todo un mundo en armonía y saludable convivencia.
Bastaba una mesa y encima una frasca de boca ancha, protegida por un tapón grande de corcho para que empezara todo. O un mostrador de madera para poner los codos. Así era como comenzaba el gratificante ejercicio de empinar, mostrando con ello la devoción al claro o al tinto. Al fondo, una voz grave y solemne invitaba al consumo: ¡Apura que te llene! Cuando la hora de recogida se desmadraba llegaba lo peor. En la lenta quietud de la noche, surgía una letanía de advertencias. ¡Qué derecho vamos hoy!, ¡Si me muevo lo vierto!, ¡Cuidado con los tropezones! A llegar a casa, la reprimenda era cuasi siempre la misma ¡Cómo hueles a vino. No te puedes tener en pie! Entonces surgía la personalidad del perjudicado, que aguantando el equilibrio, respondía ante la dureza del vendaval: ¡Sé de sobra quién soy, a Noé le vas hablar de la lluvia!
Hoy saco varios de los nombres de aquellos cenobios desaparecidos y levantados en honor de Baco: La Celestina, Manolito Jiguero, Marina Zajaro, Manuel Méndez, Tío Zambrano, Joaquín Guzmán, Lorenzo el enterraó, El Basero, La tía Tornija, Francisco el Polo, El Mimbrero, Alfonso Cruz, El Galgo, Josefa la de la estación, Periquín, Tomás Pedraja, Villares, Pichón, El Colorao, Las cinco casas, La Parra, Silva, El Capitán, El Hoyo, El Furraquín, La Peña el Perdigón, el Tío Rigue. Pepe y Herminio Serrano. Evidentemente hay muchas más. La tiza que faenaba en aquellos templos ha sido derrotada, al igual que aquellos preclaros lugares. Las cuentas se hacen por otro sistema. Un sistema muy avanzado, que bajo la caricia de un dedo sobre una pantalla, presentan la factura gracias a la impresora del ordenador ¡Cómo avanzan las tecnologías! Termino en el recuerdo de la entrevista que le hice a Lorenzo en 1988. Memoria de emoción no al bajar los escalones de la bodega, sino la dificultad en subirlos por el abatimiento sufrido de su fiel clientela.
Los pasillos de la memoria me llevan este mes a bajar cinco escalones de la bodega de Lorenzo Paredes Carretero, en la castiza Puerta del Sol de Montijo. Dentro de ella se percibe un ambiente fresco. Mesas y bancos de madera, antiguos conos y tinajas portuguesas forman el mobiliario. La barra es pequeña hecha de madera, en ella Lorenzo desarrolla su maestría. Tras ella tres tinajas y un frigorífico. La superficie de las tinajas sirve de pizarra, apuntando lo que cada cliente toma. Tinajas decoradas con recortes de revistas que muestran a personalidades: Farah Diva, Lady Di, Rodríguez de la Fuente, entre otros. El resto de los conos su ornamentación seguía el mismo diseño: fotos y más fotos. Una de las tinajas está dedicada al Atlético de Madrid, pues Lorenzo es, a pesar de los sinsabores por los resultados, un fiel seguidor del equipo colchonero.
Lorenzo expende vino de la bodega de Macario Martín y cerveza. Comenzó con la bodega en 1953, asegura ser un buen lugar para el vino, ya que está orientada al norte, siendo por ello muy favorable. Le viene por tradición familiar aunque él pocas veces cosechó, pisó, y elaboró, pero sí almacenó y vendió buenos caldos. Afirmó en la entrevista que le hice en 1988 que quedaban pocos locales como el suyo en Montijo. Los que vienen a la bodega son buena gente. A la afirmación de Lorenzo añado: gente piadosa, devotos, fervorosos por asiduas visitas a los templos y cenobios de Baco. Repúblicas de la bebienda. Lugares para la intelectualidad, sabiduría y conversación. Refugio de notables, asilo de desorientados y aliento de abatidos y perjudicados. Bajo ordenanzas muy estrictas: ¡Prohibido escupir en el suelo!, ¡No olvides tirar de la cadena!, ¡Prohibido terminantemente el cante!, ¡Prohibido cantar mal. Si crees que cantas bien, canta, pero en la calle!, ¡No te preocupes, tú bebe!. Todo ello fue la impronta, el carácter de su espíritu, bajo el rito al compás de un trago de vino, que marcaba así a todo un mundo en armonía y saludable convivencia.
Bastaba una mesa y encima una frasca de boca ancha, protegida por un tapón grande de corcho para que empezara todo. O un mostrador de madera para poner los codos. Así era como comenzaba el gratificante ejercicio de empinar, mostrando con ello la devoción al claro o al tinto. Al fondo, una voz grave y solemne invitaba al consumo: ¡Apura que te llene! Cuando la hora de recogida se desmadraba llegaba lo peor. En la lenta quietud de la noche, surgía una letanía de advertencias. ¡Qué derecho vamos hoy!, ¡Si me muevo lo vierto!, ¡Cuidado con los tropezones! A llegar a casa, la reprimenda era cuasi siempre la misma ¡Cómo hueles a vino. No te puedes tener en pie! Entonces surgía la personalidad del perjudicado, que aguantando el equilibrio, respondía ante la dureza del vendaval: ¡Sé de sobra quién soy, a Noé le vas hablar de la lluvia!
Hoy saco varios de los nombres de aquellos cenobios desaparecidos y levantados en honor de Baco: La Celestina, Manolito Jiguero, Marina Zajaro, Manuel Méndez, Tío Zambrano, Joaquín Guzmán, Lorenzo el enterraó, El Basero, La tía Tornija, Francisco el Polo, El Mimbrero, Alfonso Cruz, El Galgo, Josefa la de la estación, Periquín, Tomás Pedraja, Villares, Pichón, El Colorao, Las cinco casas, La Parra, Silva, El Capitán, El Hoyo, El Furraquín, La Peña el Perdigón, el Tío Rigue. Pepe y Herminio Serrano. Evidentemente hay muchas más. La tiza que faenaba en aquellos templos ha sido derrotada, al igual que aquellos preclaros lugares. Las cuentas se hacen por otro sistema. Un sistema muy avanzado, que bajo la caricia de un dedo sobre una pantalla, presentan la factura gracias a la impresora del ordenador ¡Cómo avanzan las tecnologías! Termino en el recuerdo de la entrevista que le hice a Lorenzo en 1988. Memoria de emoción no al bajar los escalones de la bodega, sino la dificultad en subirlos por el abatimiento sufrido de su fiel clientela.