El peligro de confundir amor con sacrificio
Imagina una persona que siempre está dispuesta a ceder. Si su pareja necesita ayuda, está ahí. Si hay que cambiar planes, se adapta. Si el otro tiene un mal día, lo deja todo para consolarle, incluso si eso significa abandonar sus propias prioridades.
Podría parecer la personificación del amor y la generosidad, pero, ¿a qué precio?
Muchas veces, la idea del amor se asocia erróneamente con la entrega incondicional. En películas, libros y canciones, se celebra el sacrificio por la persona amada como el máximo acto de devoción. Es frecuente escuchar frases como “si de verdad me quisiera, no le costaría hacer eso por mí”, “me quiere tanto que lo deja todo por estar conmigo”...
Por supuesto que amar a alguien implica tener a esa persona como una prioridad en tus elecciones. Sin embargo, cuando ese sacrificio se vuelve constante, rígido y unidireccional, las relaciones suelen transformarse en algo desequilibrado y agotador.
Amar no es sinónimo de sacrificar nuestra identidad, nuestras necesidades o nuestro bienestar para que la otra persona esté bien… o al menos no es hacerlo siempre. Cuando caemos en esta confusión, dejamos de construir una relación equilibrada y empezamos a cargar con un peso que no nos corresponde y que, a largo plazo, genera resentimiento, agotamiento y una desconexión profunda con nosotros mismos.
Este patrón no solo afecta al “que se sacrifica”. También perjudica al otro miembro de la relación, quien, consciente o no, empieza a asumir que el amor de su pareja implica ese sacrificio constante.
La relación deja de ser un espacio de mutuo cuidado y se convierte en un escenario de dependencia emocional donde una de las partes lleva el peso principal de la carga.
Todos entendemos que a lo largo de una relación de pareja es fácil que en distintos momentos, un miembro esté más implicado que el otro. Eso es algo habitual. Tampoco es posible, ni deseable estar constantemente con una calculadora sumando las cosas que uno hace y las que recibe. No es esto lo que pretendo exponer aquí. La relación, debería ser un espacio en el que ambos se apoyan, pero donde también se reconoce que cada uno tiene sus propias necesidades, sueños y límites.
El amor no se mide por cuánto estamos dispuestos a sacrificarnos, sino por la capacidad de crecer juntos mientras respetamos nuestras individualidades.
Si bien es natural y también necesario que haya momentos en los que demos más de nosotros mismos, es igualmente importante que no olvidemos quiénes somos en el proceso.
Imagina una persona que siempre está dispuesta a ceder. Si su pareja necesita ayuda, está ahí. Si hay que cambiar planes, se adapta. Si el otro tiene un mal día, lo deja todo para consolarle, incluso si eso significa abandonar sus propias prioridades.
Podría parecer la personificación del amor y la generosidad, pero, ¿a qué precio?
Muchas veces, la idea del amor se asocia erróneamente con la entrega incondicional. En películas, libros y canciones, se celebra el sacrificio por la persona amada como el máximo acto de devoción. Es frecuente escuchar frases como “si de verdad me quisiera, no le costaría hacer eso por mí”, “me quiere tanto que lo deja todo por estar conmigo”...
Por supuesto que amar a alguien implica tener a esa persona como una prioridad en tus elecciones. Sin embargo, cuando ese sacrificio se vuelve constante, rígido y unidireccional, las relaciones suelen transformarse en algo desequilibrado y agotador.
Amar no es sinónimo de sacrificar nuestra identidad, nuestras necesidades o nuestro bienestar para que la otra persona esté bien… o al menos no es hacerlo siempre. Cuando caemos en esta confusión, dejamos de construir una relación equilibrada y empezamos a cargar con un peso que no nos corresponde y que, a largo plazo, genera resentimiento, agotamiento y una desconexión profunda con nosotros mismos.
Este patrón no solo afecta al “que se sacrifica”. También perjudica al otro miembro de la relación, quien, consciente o no, empieza a asumir que el amor de su pareja implica ese sacrificio constante.
La relación deja de ser un espacio de mutuo cuidado y se convierte en un escenario de dependencia emocional donde una de las partes lleva el peso principal de la carga.
Todos entendemos que a lo largo de una relación de pareja es fácil que en distintos momentos, un miembro esté más implicado que el otro. Eso es algo habitual. Tampoco es posible, ni deseable estar constantemente con una calculadora sumando las cosas que uno hace y las que recibe. No es esto lo que pretendo exponer aquí. La relación, debería ser un espacio en el que ambos se apoyan, pero donde también se reconoce que cada uno tiene sus propias necesidades, sueños y límites.
El amor no se mide por cuánto estamos dispuestos a sacrificarnos, sino por la capacidad de crecer juntos mientras respetamos nuestras individualidades.
Si bien es natural y también necesario que haya momentos en los que demos más de nosotros mismos, es igualmente importante que no olvidemos quiénes somos en el proceso.