La paradoja del sufrimiento psicológico
Es muy común ver el sufrimiento emocional como algo que hay que evitar, eliminar o solucionar rápidamente. Nos han enseñado que, al igual que ocurre con una infección, el malestar psicológico debe combatirse con prontitud y eficacia, no vaya a ser que se extienda. Muchas personas vienen a terapia con esta idea.
Es una buena señal que seamos conscientes de nuestro malestar emocional y queramos trabajar en él. Eso nos hace responsables de nuestro propio autocuidado y más capaces de gestionar ciertas emociones cuando aparezcan. Sin embargo, la mentalidad de “solucionar problemas” a toda costa, suele ser una trampa, porque querer erradicar el dolor emocional de inmediato y a cualquier precio, nos conduce a un círculo de auténtico sufrimiento.
La vida humana conlleva, inevitablemente, momentos de malestar, dolor y ansiedad. A lo largo de nuestra historia personal, todos pasamos por pérdidas, decepciones, inseguridades y una infinidad de sentimientos difíciles. Cuando nos sobreviene una emoción dolorosa o un pensamiento perturbador, tendemos a buscar una solución rápida que nos permita liberarnos de ellos: recurrimos a distracciones, evitamos situaciones que los disparan o incluso nos convencemos de que, con la suficiente “fuerza de voluntad”, podemos controlar o suprimir estos sentimientos incómodos. Pero ¿qué ocurre cuando adoptamos esta actitud de lucha y evitación de forma automática?
Un ejemplo cotidiano: al recibir una crítica o un rechazo, es común que surjan emociones como tristeza, enfado o frustración. Si yo en lugar de permitirme sentir ese malestar unos instantes (para ver cómo es, por qué me ha afectado tanto, validarlo y poder gestionarlo), trato de buscar una solución inmediata, como racionalizar la situación, ignorar el sentimiento o incluso negar que el evento me haya afectado en absoluto, lo más probable es que este evento se me repita mentalmente (me acuerde, me vengan pensamientos de cómo debería haber respondido, le de vueltas…)
Aceptar la inevitabilidad del sufrimiento psicológico no significa resignarse ni dejar de buscar formas saludables de gestionarlo. Significa no pelearme con algo que no puedo cambiar. Significa que yo soy capaz de estar con un evento aunque resulte doloroso, porque puedo lidiar también con esas emociones. Se trata de comprender que, al igual que no podemos evitar sentir dolor físico, tampoco podemos impedir que ciertos pensamientos y sentimientos aparezcan en nuestras vidas.
Cuando dejamos de percibir nuestras emociones difíciles como problemas que debemos solucionar y le abrimos un hueco en nuestra experiencia (aunque no nos guste), empezamos a tratarnos con más compasión y paciencia, y descubrimos que el malestar, aunque doloroso, pierde parte de su intensidad y dominio sobre nosotros.
Es muy común ver el sufrimiento emocional como algo que hay que evitar, eliminar o solucionar rápidamente. Nos han enseñado que, al igual que ocurre con una infección, el malestar psicológico debe combatirse con prontitud y eficacia, no vaya a ser que se extienda. Muchas personas vienen a terapia con esta idea.
Es una buena señal que seamos conscientes de nuestro malestar emocional y queramos trabajar en él. Eso nos hace responsables de nuestro propio autocuidado y más capaces de gestionar ciertas emociones cuando aparezcan. Sin embargo, la mentalidad de “solucionar problemas” a toda costa, suele ser una trampa, porque querer erradicar el dolor emocional de inmediato y a cualquier precio, nos conduce a un círculo de auténtico sufrimiento.
La vida humana conlleva, inevitablemente, momentos de malestar, dolor y ansiedad. A lo largo de nuestra historia personal, todos pasamos por pérdidas, decepciones, inseguridades y una infinidad de sentimientos difíciles. Cuando nos sobreviene una emoción dolorosa o un pensamiento perturbador, tendemos a buscar una solución rápida que nos permita liberarnos de ellos: recurrimos a distracciones, evitamos situaciones que los disparan o incluso nos convencemos de que, con la suficiente “fuerza de voluntad”, podemos controlar o suprimir estos sentimientos incómodos. Pero ¿qué ocurre cuando adoptamos esta actitud de lucha y evitación de forma automática?
Un ejemplo cotidiano: al recibir una crítica o un rechazo, es común que surjan emociones como tristeza, enfado o frustración. Si yo en lugar de permitirme sentir ese malestar unos instantes (para ver cómo es, por qué me ha afectado tanto, validarlo y poder gestionarlo), trato de buscar una solución inmediata, como racionalizar la situación, ignorar el sentimiento o incluso negar que el evento me haya afectado en absoluto, lo más probable es que este evento se me repita mentalmente (me acuerde, me vengan pensamientos de cómo debería haber respondido, le de vueltas…)
Aceptar la inevitabilidad del sufrimiento psicológico no significa resignarse ni dejar de buscar formas saludables de gestionarlo. Significa no pelearme con algo que no puedo cambiar. Significa que yo soy capaz de estar con un evento aunque resulte doloroso, porque puedo lidiar también con esas emociones. Se trata de comprender que, al igual que no podemos evitar sentir dolor físico, tampoco podemos impedir que ciertos pensamientos y sentimientos aparezcan en nuestras vidas.
Cuando dejamos de percibir nuestras emociones difíciles como problemas que debemos solucionar y le abrimos un hueco en nuestra experiencia (aunque no nos guste), empezamos a tratarnos con más compasión y paciencia, y descubrimos que el malestar, aunque doloroso, pierde parte de su intensidad y dominio sobre nosotros.