Martes, 21 de Octubre de 2025

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Andrés Acevedo
Martes, 03 de Septiembre de 2024 Actualizada Martes, 03 de Septiembre de 2024 a las 14:05:06 horas

El precio de cumplir las expectativas ajenas

Desde pequeños, la mayoría aprendemos a buscar la aprobación de los demás, especialmente de figuras importantes como nuestros padres o maestros. Es un proceso natural y saludable. Estas figuras son nuestros primeros modelos y son de los que más aprendemos. Con el tiempo, esa búsqueda de aceptación se amplía al entorno social y profesional, haciendo que adquiramos valores o compromisos que no habíamos tenido hasta la fecha. No hay ningún inconveniente en esto, sin este proceso seríamos personas rígidas y estancas. Sin embargo, a veces puede volverse inflexible y extenderse más allá de lo conveniente.
A veces en nuestro afán por complacer a otros, comenzamos a desconectarnos de lo que realmente queremos o necesitamos. Vivir para cumplir con lo que los demás esperan de nosotros nos empuja a adoptar decisiones basadas en lo que “deberíamos” hacer, y no en lo que deseamos.
Pensemos en Marta, quien, desde pequeña, escuchó que la estabilidad financiera era la clave para una vida feliz. A pesar de su pasión por el arte, eligió una carrera en administración porque era lo “sensato”. Con el paso de los años, Marta fue acumulando logros profesionales, pero también una sensación cada vez mayor de insatisfacción. Aunque desde fuera parecía tenerlo todo, en su interior sentía que algo importante faltaba. Marta había construido una vida en función de lo que otros valoraban, no de lo que ella realmente quería.
Este tipo de situaciones no son raras. Cumplir con expectativas ajenas nos proporciona un alivio momentáneo: el de sentir que estamos haciendo lo correcto.
Sin embargo, a largo plazo, nos habituamos a vivir buscando la validación externa, y nuestra autoestima empieza a depender de lo que los demás piensen o digan de nosotros. Nos volvemos esclavos de una imagen que no refleja quiénes somos realmente, sino quiénes creemos que deberíamos ser.
Si este proceso se prolonga demasiado, perdemos el contacto de lo que nos gusta porque deja de ser una información útil (si no lo uso para tomar decisiones ¿para qué lo quiero?).
Nos fijamos más en lo que debería ser. Como quien va a un restaurante y mira la carta tratando de elegir el plato que más se ajusta a un criterio (lo más saludable, precio económico o gusto de los otros comensales) en lugar de buscar qué es lo que le apetece probar.
El problema no es cumplir con ciertas expectativas ajenas, sino hacerlo de manera automática y sin cuestionar si realmente están alineadas con lo que queremos. En ocasiones debemos elegir entre ser coherentes con lo que se espera de nosotros o ser nosotros mismos.

 

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