Pregona una cosa y haz otra
Cuentan que había una época en la que lo importante en las personas y lo que verdaderamente la dignificaba era la equivalencia entre lo que se prometía hacer y lo que verdaderamente se hacía. Y digo cuentan, pero esa época la viví yo. Los contratos eran verbales y muchas propiedades no tenían escrituras. Todo el mundo sabía quién era el dueño.
Hoy es una quimera encontrar algo así. El relato que voy a contar sucedió no hace mucho tiempo en un pequeño pueblo extremeño, un pueblo en el que todos se conocían y en el que la mayor importancia se tenía por la cooperación, la amabilidad y la honestidad. Todo bien hasta que llegó Don Pedro. Don Pedro era un señor carismático, una persona con don de palabra, apuesto, un hombre lleno de promesas y que parecía tener buenas intenciones. El iba a cambiar los destinos del pueblo. Si se hacía con la alcaldía, tenía brillantes ideas para impulsar al pueblo.
En sus mítines hablaba de la importancia de ser un pueblo unido, de trabajar todos en una misma dirección, de la importancia de trabajar para la comunidad. Todo ello con una sonrisa demoledora, una sonrisa que escondía otras intenciones.
Cómo era de esperar, Don Pedro convenció a la mayor parte del pueblo que lo eligió en masa. En cuanto fue elegido alcalde, y aun habiendo prometido que ayudaría a los agricultores hizo lo contrario y desecó una de las principales lagunas cercanas al pueblo para que perdiera valor. Lo compró a bajo precio y lo alquiló a una empresa que montó un parque fotovoltaico del que el pueblo no ganaba nada.
Un día, una joven del pueblo, Elvira oyó cómo el ahora alcalde hablaba refiriéndose a un solar para construir la residencia de mayores de venderlo a una empresa para edificar apartamentos turísticos. Anduvo lista y pudo grabar la parte importante de la conversación.
Organizó una reunión en la plaza y contó a los vecinos los propósitos enseñando el engaño que había grabado. Al verse acorralado, Don Pedro intentó defenderse, pero era tarde y como en el cuento del traje nuevo del emperador, Don Pedro tuvo que abandonar su cargo y el pueblo.
A partir de ahí, el pueblo decidió que las propuestas en elecciones se harían por escrito y ante notario, y en caso de incumplirse se tiraría de patrimonio personal. Desde entonces, el pueblo funciona y esta acción nos recuerda que lo que importa son las acciones que respaldan a las palabras. En un mundo en el que nos dicen una cosa y hacen otra, la verdadera integridad brilla como un faro, guiando a todos hacia un futuro mejor. Y eso nos vale en todos los órdenes de nuestra vida, incluido el de las personas que nos rodean. lucas.miura@gmail.com
Cuentan que había una época en la que lo importante en las personas y lo que verdaderamente la dignificaba era la equivalencia entre lo que se prometía hacer y lo que verdaderamente se hacía. Y digo cuentan, pero esa época la viví yo. Los contratos eran verbales y muchas propiedades no tenían escrituras. Todo el mundo sabía quién era el dueño.
Hoy es una quimera encontrar algo así. El relato que voy a contar sucedió no hace mucho tiempo en un pequeño pueblo extremeño, un pueblo en el que todos se conocían y en el que la mayor importancia se tenía por la cooperación, la amabilidad y la honestidad. Todo bien hasta que llegó Don Pedro. Don Pedro era un señor carismático, una persona con don de palabra, apuesto, un hombre lleno de promesas y que parecía tener buenas intenciones. El iba a cambiar los destinos del pueblo. Si se hacía con la alcaldía, tenía brillantes ideas para impulsar al pueblo.
En sus mítines hablaba de la importancia de ser un pueblo unido, de trabajar todos en una misma dirección, de la importancia de trabajar para la comunidad. Todo ello con una sonrisa demoledora, una sonrisa que escondía otras intenciones.
Cómo era de esperar, Don Pedro convenció a la mayor parte del pueblo que lo eligió en masa. En cuanto fue elegido alcalde, y aun habiendo prometido que ayudaría a los agricultores hizo lo contrario y desecó una de las principales lagunas cercanas al pueblo para que perdiera valor. Lo compró a bajo precio y lo alquiló a una empresa que montó un parque fotovoltaico del que el pueblo no ganaba nada.
Un día, una joven del pueblo, Elvira oyó cómo el ahora alcalde hablaba refiriéndose a un solar para construir la residencia de mayores de venderlo a una empresa para edificar apartamentos turísticos. Anduvo lista y pudo grabar la parte importante de la conversación.
Organizó una reunión en la plaza y contó a los vecinos los propósitos enseñando el engaño que había grabado. Al verse acorralado, Don Pedro intentó defenderse, pero era tarde y como en el cuento del traje nuevo del emperador, Don Pedro tuvo que abandonar su cargo y el pueblo.
A partir de ahí, el pueblo decidió que las propuestas en elecciones se harían por escrito y ante notario, y en caso de incumplirse se tiraría de patrimonio personal. Desde entonces, el pueblo funciona y esta acción nos recuerda que lo que importa son las acciones que respaldan a las palabras. En un mundo en el que nos dicen una cosa y hacen otra, la verdadera integridad brilla como un faro, guiando a todos hacia un futuro mejor. Y eso nos vale en todos los órdenes de nuestra vida, incluido el de las personas que nos rodean. lucas.miura@gmail.com