La importancia de nuestras creencias
En una conversación reciente, alguien mencionó la famosa frase: “Lo importante es ser feliz”. Una afirmación tan sencilla y bien intencionada que pocos se atreven a cuestionar. Sin embargo, al reflexionar más a fondo, me di cuenta de lo problemático que puede ser este tipo de creencias, especialmente cuando se toman al pie de la letra..
Vivimos en una sociedad que idolatra la felicidad, como si fuera el único estado emocional válido y deseable. Esta obsesión por la felicidad ha generado una serie de mitos y malentendidos que generan bastante insatisfacción. Al igual que con la ansiedad o la tristeza, la creencia de que debemos estar felices todo el tiempo puede llevarnos a ignorar o reprimir emociones importantes con tal de no sentir incomodidad.
Todas las emociones, no solo la felicidad, tienen un propósito y un valor. La tristeza, por ejemplo, puede ser una señal de que necesitamos tomarnos un tiempo para reflexionar y sanar. El miedo puede alertarnos sobre peligros potenciales y ayudarnos a prepararnos para enfrentarlos. Ignorar o minimizar estas emociones en favor de una búsqueda constante de felicidad puede llevarnos a una vida superficial y poco auténtica.
Uno de los mayores problemas de esta creencia es que simplifica en exceso la complejidad de nuestra experiencia emocional. Al igual que no podemos simplemente “elegir” nuestros pensamientos, tampoco podemos forzar a nuestras emociones a alinearse con un ideal de felicidad constante. Por lo que, además de no ser adecuado para vivir una auténtica, esta presión por ser feliz puede hacernos sentir inadecuados o defectuosos cuando inevitablemente enfrentamos momentos de dificultad o dolor.
Pongamos el ejemplo de María, una joven que ha crecido escuchando que debe ser feliz y positiva sin importar las circunstancias. Al perder su trabajo, María se siente devastada, pero en lugar de permitirse procesar su tristeza y frustración, se obliga a ponerse una máscara de felicidad. Finge encontrarse bien, se siente culpable cuando le expresa a alguna amiga su malestar, se machaca porque “algo debe estar haciendo ella mal cuando todo el mundo consigue ser feliz y ella no”... Esta represión emocional no solo le impide lidiar con su situación de manera saludable, sino que también agrava su malestar, llevándola a sentirse cada vez más desconectada de sus verdaderas emociones.
La verdadera paz emocional no proviene de evitar las emociones “negativas”, sino de aprender a aceptarlas y manejarlas de manera saludable. Esto implica cuestionar nuestras creencias sobre lo que significa ser feliz y permitirnos experimentar toda la gama de emociones humanas nos guste o no.
En una conversación reciente, alguien mencionó la famosa frase: “Lo importante es ser feliz”. Una afirmación tan sencilla y bien intencionada que pocos se atreven a cuestionar. Sin embargo, al reflexionar más a fondo, me di cuenta de lo problemático que puede ser este tipo de creencias, especialmente cuando se toman al pie de la letra..
Vivimos en una sociedad que idolatra la felicidad, como si fuera el único estado emocional válido y deseable. Esta obsesión por la felicidad ha generado una serie de mitos y malentendidos que generan bastante insatisfacción. Al igual que con la ansiedad o la tristeza, la creencia de que debemos estar felices todo el tiempo puede llevarnos a ignorar o reprimir emociones importantes con tal de no sentir incomodidad.
Todas las emociones, no solo la felicidad, tienen un propósito y un valor. La tristeza, por ejemplo, puede ser una señal de que necesitamos tomarnos un tiempo para reflexionar y sanar. El miedo puede alertarnos sobre peligros potenciales y ayudarnos a prepararnos para enfrentarlos. Ignorar o minimizar estas emociones en favor de una búsqueda constante de felicidad puede llevarnos a una vida superficial y poco auténtica.
Uno de los mayores problemas de esta creencia es que simplifica en exceso la complejidad de nuestra experiencia emocional. Al igual que no podemos simplemente “elegir” nuestros pensamientos, tampoco podemos forzar a nuestras emociones a alinearse con un ideal de felicidad constante. Por lo que, además de no ser adecuado para vivir una auténtica, esta presión por ser feliz puede hacernos sentir inadecuados o defectuosos cuando inevitablemente enfrentamos momentos de dificultad o dolor.
Pongamos el ejemplo de María, una joven que ha crecido escuchando que debe ser feliz y positiva sin importar las circunstancias. Al perder su trabajo, María se siente devastada, pero en lugar de permitirse procesar su tristeza y frustración, se obliga a ponerse una máscara de felicidad. Finge encontrarse bien, se siente culpable cuando le expresa a alguna amiga su malestar, se machaca porque “algo debe estar haciendo ella mal cuando todo el mundo consigue ser feliz y ella no”... Esta represión emocional no solo le impide lidiar con su situación de manera saludable, sino que también agrava su malestar, llevándola a sentirse cada vez más desconectada de sus verdaderas emociones.
La verdadera paz emocional no proviene de evitar las emociones “negativas”, sino de aprender a aceptarlas y manejarlas de manera saludable. Esto implica cuestionar nuestras creencias sobre lo que significa ser feliz y permitirnos experimentar toda la gama de emociones humanas nos guste o no.