AMS
Nos conocemos desde muy pequeños. Nuestros padres eran maestros y por entonces el ayuntamiento de Mérida tenía habilitadas casas para los maestros lo que homogeneizaba un poco a todos los que vivíamos allí en la barriada de la República Argentina.
Antonio era un personaje carismático, y lo era porque aunaba de alguna manera las formas de ser y hacer para que todos deseáramos ser amigos suyos. En las traseras de su casa que hacía esquina, tenían un garaje al que nunca accedían los coches, lo que nos permitía tener aquel lugar de juegos en los días en los que la inclemencia del tiempo no permitía salir a la calle. Por si fuera poco, Pilar, su madre, nos llevaba a Javi Nieto y a mí en verano por las tardes a “la charca”, que es cómo denominamos los de aquí al embalse romano de Proserpina, con su Seat 600, al que decíamos que se le terminaría oxidando la “cuarta” porque nunca en el trayecto vimos que la engranara con la palanca. Creo que fue con 12 años cuando la familia decidió dejar la barriada para marchar a vivir a un amplio piso en la Avenida José Fernández López en el que tuvimos la fortuna de que continuábamos teniendo la cochera (que seguía sin vehículos) y en la que pasamos muchos días de adolescencia ya con otra finalidad y, sobre todo, organizamos alguna que otro guateque. Ahí y gracias a él, ampliamos nuestro círculo de amistades a los hermanos Valdés, Matute, del Corral, Periáñez, Temprano, Márquez, Sánchez, Vivas…
Volvimos a encontrarnos a menudo en la etapa universitaria en Madrid en la que nos juntábamos con Luís Matute, otro amigo de la adolescencia en las fiestas y saraos típicos de esa época (para estudiar no recuerdo haber quedado ningún día je, je) Eran los tiempos en los que para hacer amistad decíamos estudiar “arte abstracto”. De Madrid, Luis y yo nos volvimos, pero Antonio se quedó y, a pesar de estudiar Ingeniería Industrial, desarrolló su trabajo fundamentalmente en Recursos Humanos aprovechando así sus dotes para las relaciones sociales, derivando su profesión a su trabajo de Coach para empresas (tuve la oportunidad de asistir a alguna de las que impartió en las que disfrutaba de sus enseñanzas y, sobre todo, de su amistad).
Hace ya unos años, una grave dolencia le ha ido minando el cuerpo (que no la mente) hasta que después de una larga lucha en la que nunca dio su brazo a torcer, ha descansado rodeado de toda su familia, una familia unida y ejemplar. Si bien es cierto que se ha ido, nos queda todo lo que aquí hizo que es mucho y de calidad. Se va un gran profesional, una gran persona, pero por encima de todo, un gran amigo. Antonio, Pepe, Tarri, Forfait, Mon… Cómo decían en su homilía, “Allí donde estés, la estarás organizando”. [email protected]
Nos conocemos desde muy pequeños. Nuestros padres eran maestros y por entonces el ayuntamiento de Mérida tenía habilitadas casas para los maestros lo que homogeneizaba un poco a todos los que vivíamos allí en la barriada de la República Argentina.
Antonio era un personaje carismático, y lo era porque aunaba de alguna manera las formas de ser y hacer para que todos deseáramos ser amigos suyos. En las traseras de su casa que hacía esquina, tenían un garaje al que nunca accedían los coches, lo que nos permitía tener aquel lugar de juegos en los días en los que la inclemencia del tiempo no permitía salir a la calle. Por si fuera poco, Pilar, su madre, nos llevaba a Javi Nieto y a mí en verano por las tardes a “la charca”, que es cómo denominamos los de aquí al embalse romano de Proserpina, con su Seat 600, al que decíamos que se le terminaría oxidando la “cuarta” porque nunca en el trayecto vimos que la engranara con la palanca. Creo que fue con 12 años cuando la familia decidió dejar la barriada para marchar a vivir a un amplio piso en la Avenida José Fernández López en el que tuvimos la fortuna de que continuábamos teniendo la cochera (que seguía sin vehículos) y en la que pasamos muchos días de adolescencia ya con otra finalidad y, sobre todo, organizamos alguna que otro guateque. Ahí y gracias a él, ampliamos nuestro círculo de amistades a los hermanos Valdés, Matute, del Corral, Periáñez, Temprano, Márquez, Sánchez, Vivas…
Volvimos a encontrarnos a menudo en la etapa universitaria en Madrid en la que nos juntábamos con Luís Matute, otro amigo de la adolescencia en las fiestas y saraos típicos de esa época (para estudiar no recuerdo haber quedado ningún día je, je) Eran los tiempos en los que para hacer amistad decíamos estudiar “arte abstracto”. De Madrid, Luis y yo nos volvimos, pero Antonio se quedó y, a pesar de estudiar Ingeniería Industrial, desarrolló su trabajo fundamentalmente en Recursos Humanos aprovechando así sus dotes para las relaciones sociales, derivando su profesión a su trabajo de Coach para empresas (tuve la oportunidad de asistir a alguna de las que impartió en las que disfrutaba de sus enseñanzas y, sobre todo, de su amistad).
Hace ya unos años, una grave dolencia le ha ido minando el cuerpo (que no la mente) hasta que después de una larga lucha en la que nunca dio su brazo a torcer, ha descansado rodeado de toda su familia, una familia unida y ejemplar. Si bien es cierto que se ha ido, nos queda todo lo que aquí hizo que es mucho y de calidad. Se va un gran profesional, una gran persona, pero por encima de todo, un gran amigo. Antonio, Pepe, Tarri, Forfait, Mon… Cómo decían en su homilía, “Allí donde estés, la estarás organizando”. [email protected]
























