Estado precontemplativo
A principios de los años 80 en EEUU se trató de dar impulso al abandono del consumo de tabaco. Estaba ya más que claro que su uso acarreaba un deterioro importante de la salud y su popularidad empezó a descender. En este contexto surgieron las primeras terapias antitabaco: Se desarrollaron protocolos, guías de tratamiento, técnicas eficaces…Y, sin embargo, algo curioso ocurría; había algunos pacientes que, pasando por esos tratamientos, no obtenían mejora alguna. ¿Cómo era esto posible? Podían haber asistido a todas las sesiones, podían no ser los que más cigarrillos fumaran, podían tener facilidad para llevar a cabo las técnicas y sin embargo, seguían fumando..
Prochaska y Diclemente, dos psicólogos norteamericanos, se dieron cuenta que había factores motivacionales que tenían muchísimo peso a la hora de predecir la eficacia del tratamiento. Entonces, desarrollaron un modelo que describía las distintas fases por las que una persona pasa antes de dejar de consumir una sustancia.
Hoy me gustaría centrarme exclusivamente en la primera de ellas, la fase precontemplativa. Se considera que una persona se halla en este estado cuando no tiene disposición a cambiar una conducta en un tiempo cercano. En esta primera etapa la persona no contempla dejar dicho hábito por distintos motivos: cree que no es el mejor momento, que no va a ser capaz de hacerlo, disfruta haciéndolo, cree que no es para tanto, etc.
Puede que aprecie con claridad las ventajas de hacerlo, pero no por ello está en estos momentos motivada para comenzar: “ahora tengo mucho estrés”, “hay cosas peores”, “fumo bastante poco”, etc.
Lo interesante de esto es que si nosotros tratamos de convencer a la persona para que deje de fumar, lo más probable es que se sienta poco comprendida e incluso atacada.
Con toda seguridad, la información que le demos ya la conoce. Todo el mundo sabe que fumar no es bueno para la salud. Por lo que no es cuestión de ignorancia, no es que no sepa los riesgos de hacerlo, es que en estos momentos no se plantea hacer ese cambio (por el motivo que sea).
Si nosotros tratamos de llevarla de la mano hacia un sitio a donde no ha elegido ir , la persona se sentirá juzgada. Muy probablemente se defenderá y lo que es peor, justificará esa conducta. Anclándose más aún a ella: “Todo el mundo tiene algún vicio”, “de algo hay que morir”, “¿me meto yo con lo que hacen los demás?” ...
Continuaremos en la siguiente tribuna, pero baste decir ahora que en ocasiones, la mejor intervención es no intervenir. O no al menos hasta que la persona no esté abierta a ello.
A principios de los años 80 en EEUU se trató de dar impulso al abandono del consumo de tabaco. Estaba ya más que claro que su uso acarreaba un deterioro importante de la salud y su popularidad empezó a descender. En este contexto surgieron las primeras terapias antitabaco: Se desarrollaron protocolos, guías de tratamiento, técnicas eficaces…Y, sin embargo, algo curioso ocurría; había algunos pacientes que, pasando por esos tratamientos, no obtenían mejora alguna. ¿Cómo era esto posible? Podían haber asistido a todas las sesiones, podían no ser los que más cigarrillos fumaran, podían tener facilidad para llevar a cabo las técnicas y sin embargo, seguían fumando..
Prochaska y Diclemente, dos psicólogos norteamericanos, se dieron cuenta que había factores motivacionales que tenían muchísimo peso a la hora de predecir la eficacia del tratamiento. Entonces, desarrollaron un modelo que describía las distintas fases por las que una persona pasa antes de dejar de consumir una sustancia.
Hoy me gustaría centrarme exclusivamente en la primera de ellas, la fase precontemplativa. Se considera que una persona se halla en este estado cuando no tiene disposición a cambiar una conducta en un tiempo cercano. En esta primera etapa la persona no contempla dejar dicho hábito por distintos motivos: cree que no es el mejor momento, que no va a ser capaz de hacerlo, disfruta haciéndolo, cree que no es para tanto, etc.
Puede que aprecie con claridad las ventajas de hacerlo, pero no por ello está en estos momentos motivada para comenzar: “ahora tengo mucho estrés”, “hay cosas peores”, “fumo bastante poco”, etc.
Lo interesante de esto es que si nosotros tratamos de convencer a la persona para que deje de fumar, lo más probable es que se sienta poco comprendida e incluso atacada.
Con toda seguridad, la información que le demos ya la conoce. Todo el mundo sabe que fumar no es bueno para la salud. Por lo que no es cuestión de ignorancia, no es que no sepa los riesgos de hacerlo, es que en estos momentos no se plantea hacer ese cambio (por el motivo que sea).
Si nosotros tratamos de llevarla de la mano hacia un sitio a donde no ha elegido ir , la persona se sentirá juzgada. Muy probablemente se defenderá y lo que es peor, justificará esa conducta. Anclándose más aún a ella: “Todo el mundo tiene algún vicio”, “de algo hay que morir”, “¿me meto yo con lo que hacen los demás?” ...
Continuaremos en la siguiente tribuna, pero baste decir ahora que en ocasiones, la mejor intervención es no intervenir. O no al menos hasta que la persona no esté abierta a ello.