Cuentos con moraleja
Uno de los mejores recuerdos que tengo de mi ya alejada infancia tiene que ver con la tan manida comprensión oral que tanto echamos de menos en nuestros alumnos cuando los evaluamos. En época de verano y por cuestiones logísticas, yo iba a lo que ahora llamaríamos clases de apoyo y qué en aquella época, si era en período escolar denominábamos permanencias y si estábamos en período vacacional llamábamos recuperaciones. Todos los días los que allí asistíamos a esas clases extras dedicábamos un par de horas a repasar lo que llevábamos día tras día, pero al llegar el viernes o víspera de fiesta había una actividad que me motivaba de tal manera que aun sabría responder con mucha exactitud a lo que en ella se me pedía: el maestro nos leía un cuento de unas dos o tres páginas que narraba alguna experiencia entre personas, o era una fábula y el nexo de unión entre todas ellas era que todas tenían al final una moraleja en la que se destacaba cual era el hecho principal del que debíamos aprender. La finalidad era doble. Por un lado, aprendíamos valores como equidad, generosidad, honestidad, integridad, sacrificio… por otro lado nos permitía realizar un ejercicio de comprensión de aquella lectura que debíamos memorizar y posteriormente redactar en casa para que viera el maestro el lunes si habíamos entendido lo que el quería transmitir con aquellos relatos.
Era una forma de trabajar nuestra memoria pero sobre todo, era una magnífica forma de enseñarnos a comprender porque en la actualidad, en las evaluaciones externas que realizamos a nuestros alumnos, el problema que con más frecuencia encontramos en su rendimiento escolar es el de la comprensión tanto oral como escrita, un verdadero problemón ya que es difícil que nadie pueda aprender si no entiende lo que ha leído y no entiende lo que ha oído. Con aquella actividad de reescribir y contar aquello que habíamos escuchado en el relato, se sabía quién tenía problemas de comprensión y se trabajaba con él para que aprendiera esa habilidad. De nada habría servido intentar enseñar matemáticas o historia si quien tiene que aprender no comprende lo que se le está diciendo.
Los nuevos sistemas de conocimiento son muy útiles para quien comprende todo lo que estos sistemas enseñan, pero son una muralla para aquellos a los que no se les enseña algo tan básico como es descifrar aquello que tenemos en nuestras manos. Siento una decepción muy grande cuando veo en los parques a adolescentes enfrascados en sus teléfonos comunicando con el de al lado y perdiendo por la pantalla información fundamental para comprender en su totalidad lo que le está transmitiendo el vecino o vecina. Y aplicaciones como Instagram, Tik Tok o whatsapp ayudan poco a esa comprensión que se les pide.
Uno de los mejores recuerdos que tengo de mi ya alejada infancia tiene que ver con la tan manida comprensión oral que tanto echamos de menos en nuestros alumnos cuando los evaluamos. En época de verano y por cuestiones logísticas, yo iba a lo que ahora llamaríamos clases de apoyo y qué en aquella época, si era en período escolar denominábamos permanencias y si estábamos en período vacacional llamábamos recuperaciones. Todos los días los que allí asistíamos a esas clases extras dedicábamos un par de horas a repasar lo que llevábamos día tras día, pero al llegar el viernes o víspera de fiesta había una actividad que me motivaba de tal manera que aun sabría responder con mucha exactitud a lo que en ella se me pedía: el maestro nos leía un cuento de unas dos o tres páginas que narraba alguna experiencia entre personas, o era una fábula y el nexo de unión entre todas ellas era que todas tenían al final una moraleja en la que se destacaba cual era el hecho principal del que debíamos aprender. La finalidad era doble. Por un lado, aprendíamos valores como equidad, generosidad, honestidad, integridad, sacrificio… por otro lado nos permitía realizar un ejercicio de comprensión de aquella lectura que debíamos memorizar y posteriormente redactar en casa para que viera el maestro el lunes si habíamos entendido lo que el quería transmitir con aquellos relatos.
Era una forma de trabajar nuestra memoria pero sobre todo, era una magnífica forma de enseñarnos a comprender porque en la actualidad, en las evaluaciones externas que realizamos a nuestros alumnos, el problema que con más frecuencia encontramos en su rendimiento escolar es el de la comprensión tanto oral como escrita, un verdadero problemón ya que es difícil que nadie pueda aprender si no entiende lo que ha leído y no entiende lo que ha oído. Con aquella actividad de reescribir y contar aquello que habíamos escuchado en el relato, se sabía quién tenía problemas de comprensión y se trabajaba con él para que aprendiera esa habilidad. De nada habría servido intentar enseñar matemáticas o historia si quien tiene que aprender no comprende lo que se le está diciendo.
Los nuevos sistemas de conocimiento son muy útiles para quien comprende todo lo que estos sistemas enseñan, pero son una muralla para aquellos a los que no se les enseña algo tan básico como es descifrar aquello que tenemos en nuestras manos. Siento una decepción muy grande cuando veo en los parques a adolescentes enfrascados en sus teléfonos comunicando con el de al lado y perdiendo por la pantalla información fundamental para comprender en su totalidad lo que le está transmitiendo el vecino o vecina. Y aplicaciones como Instagram, Tik Tok o whatsapp ayudan poco a esa comprensión que se les pide.