Cuando el pensamiento positivo se vuelve una carga
Muchas personas identifican la salud emocional con una forma de ver la vida optimista y positiva, en la que se da prevalencia a los mensajes y experiencias agradables sobre el resto. Casi sin importar la circunstancia en que uno se halle, tener la visión de que todo va a salir bien o de que si se lucha, se conseguirá, parece ser el dogma imperante en estos casos.
Tras esta visión tan aparentemente inocua, el optimismo se iguala a la salud y por tanto, la tristeza, la rabia o el pesimismo se convierten en sinónimos de enfermedad o de problema emocional. Como si el estado saludable del ser humano debiera ser estar siempre optimista y alegre y estas otras emociones vinieran a perturbar ese equilibrio natural.
He podido observar cómo esta forma de ver las cosas causa infelicidad en algunas personas que la sostienen. Imaginemos por ejemplo que Fulanito acaba de ser despedido de su trabajo. Llevaba varios años en la empresa y le ha resultado muy duro recibir esa noticia tan inesperada. Nunca se había enfrentado a nada parecido y está desorientado. Se siente traicionado, inseguro, no sabe qué hacer. Le da vergüenza decirle a la gente que lo ve paseando un martes que no está de vacaciones. Tiene miedo de volver a echar currículums, pues se siente mayor para eso. Le aterra la idea de no volver a trabajar más.
Es evidente que está pasando por un momento complicado, por lo que su amigo decide animarlo de la mejor manera que se le ocurre: “Fulanito, eres muy negativo”, “lo estás llevando demasiado lejos”, “deberías tomarlo como una oportunidad de encontrar un trabajo mejor”... Frases que para Fulanito resuenan como: “quizás no debería sentirme así, pero no puedo cambiarlo”, “quizás soy demasiado pesimista”, “quizás no estoy haciendo bien las cosas”, “quizás tenga un problema psicológico”...
Con la mejor de las intenciones, su amigo acaba de generar en Fulanito la idea de que algo no va bien en él cuando está sufriendo. Por lo que es probable que Fulanito se sienta aún más hundido, pensando que le ocurre algo más, aparte de haber perdido su trabajo. Ha perdido el optimismo. Añadirá a la culpa que siente por pensar que tal vez no ha hecho bien las cosas en el trabajo, la culpa de no hacer las cosas bien en el despido.
Si no se contextualiza bien a la situación que está viviendo una persona, si no se respetan sus tiempo, si se trata de presionar un cambio de conducta o se invalida una emoción, es muy fácil que esa visión positiva de la vida se vuelva una auténtica losa para el que en esos momentos no es capaz de tenerla.
Pensar positivamente es algo agradable, pero no hacerlo en ciertos momentos también es algo natural y saludable.
Muchas personas identifican la salud emocional con una forma de ver la vida optimista y positiva, en la que se da prevalencia a los mensajes y experiencias agradables sobre el resto. Casi sin importar la circunstancia en que uno se halle, tener la visión de que todo va a salir bien o de que si se lucha, se conseguirá, parece ser el dogma imperante en estos casos.
Tras esta visión tan aparentemente inocua, el optimismo se iguala a la salud y por tanto, la tristeza, la rabia o el pesimismo se convierten en sinónimos de enfermedad o de problema emocional. Como si el estado saludable del ser humano debiera ser estar siempre optimista y alegre y estas otras emociones vinieran a perturbar ese equilibrio natural.
He podido observar cómo esta forma de ver las cosas causa infelicidad en algunas personas que la sostienen. Imaginemos por ejemplo que Fulanito acaba de ser despedido de su trabajo. Llevaba varios años en la empresa y le ha resultado muy duro recibir esa noticia tan inesperada. Nunca se había enfrentado a nada parecido y está desorientado. Se siente traicionado, inseguro, no sabe qué hacer. Le da vergüenza decirle a la gente que lo ve paseando un martes que no está de vacaciones. Tiene miedo de volver a echar currículums, pues se siente mayor para eso. Le aterra la idea de no volver a trabajar más.
Es evidente que está pasando por un momento complicado, por lo que su amigo decide animarlo de la mejor manera que se le ocurre: “Fulanito, eres muy negativo”, “lo estás llevando demasiado lejos”, “deberías tomarlo como una oportunidad de encontrar un trabajo mejor”... Frases que para Fulanito resuenan como: “quizás no debería sentirme así, pero no puedo cambiarlo”, “quizás soy demasiado pesimista”, “quizás no estoy haciendo bien las cosas”, “quizás tenga un problema psicológico”...
Con la mejor de las intenciones, su amigo acaba de generar en Fulanito la idea de que algo no va bien en él cuando está sufriendo. Por lo que es probable que Fulanito se sienta aún más hundido, pensando que le ocurre algo más, aparte de haber perdido su trabajo. Ha perdido el optimismo. Añadirá a la culpa que siente por pensar que tal vez no ha hecho bien las cosas en el trabajo, la culpa de no hacer las cosas bien en el despido.
Si no se contextualiza bien a la situación que está viviendo una persona, si no se respetan sus tiempo, si se trata de presionar un cambio de conducta o se invalida una emoción, es muy fácil que esa visión positiva de la vida se vuelva una auténtica losa para el que en esos momentos no es capaz de tenerla.
Pensar positivamente es algo agradable, pero no hacerlo en ciertos momentos también es algo natural y saludable.
























