Predicar con el ejemplo
Estamos acostumbrado, en esta sociedad que nos ha tocado vivir, a escuchar opiniones o consejos de responsabilidad en los labios de personas irresponsables, cuando en realidad, estas personas, antes de expresar palabras que no tienen credibilidad viniendo de ellos, lo que deberían hacer, si su prepotencia se lo permite, es lo que en realidad quieren que hagan los demás. Eso se llama, predicar con el ejemplo y de ello quiero hablar en este artículo.
A la mayoría de los seres humanos, por naturaleza, nos gusta predicar el bien, actuando mal. Dar lecciones de moral desde la inmoralidad, eso, por extraño que nos parezca, forma parte de nuestra vida y lo que es peor, lo asimilamos de la manera más natural del mundo, seguramente, por miedo, porque lo que deberíamos hacer es gritarle a la cara: “-¿No te da vergüenza dar públicamente lecciones de valores, de moral, cuando con tus actos, has demostrado a todo el mundo que eres una persona inmoral?-”. Pero no decimos nada, al menos en voz alta, a pesar de saber que tenemos ante nosotros a un ser que tiene la poca vergüenza de opinar, analizar y denunciar situaciones que si echasen una vista atrás, a su pasado, tienen situaciones vergonzosas para todos los gustos. Sinceramente, no me explico cómo algunos, cuando hablan de valores, no se les cae la cara de vergüenza.
No me explico, sinceramente, cómo a los seres humanos no se nos revuelven las tripas cuando estamos ante un personaje que nos piden decencia cuando son los más indecentes del mundo. Parece un disparate, una sinrazón y por supuesto que lo es, pero tan real que lo estamos todos, padeciendo, a diario. Solamente hay que sentarse frente al televisor y escuchar a esos salvadores del mundo que nos dicen como ser personas íntegras. Esto lo comparo yo con un refrán que solía decir mucho mi madre: “La sartén le dijo al cazo: échate para allá que me pringas”. Pues eso lo dice todo.
Para muchos seres humanos la coherencia no es una palabra que forme habitualmente parte de su vida porque si fuese así, no abrirían la boca para aconsejar ni para decirle a los demás como mantenerse íntegros, cuando todos sabemos, que los que tenían que aprender, de una puñetera vez, a ser íntegros son ellos. Sí, ellos, y que se dejen de cuentos porque todos hemos descubierto, a través de sus acciones, que su credibilidad es completamente nula.
¿Cuándo vamos los seres humanos a abandonar tanta hipocresía y vamos a emplear la razón, la coherencia y los buenos sentimientos para vivir en sociedad?. Los valores en las personas son lo único que pueden zanjar tanta mentira, usémoslos más a menudo y no será tan difícil soportar el día a día que nos ha tocado vivir.
Me gustaría que algún día dejemos de escuchar consejos absurdos de personas que lo primero que tenían que hacer, si su ego se lo permite, es predicar con el ejemplo.
Estamos acostumbrado, en esta sociedad que nos ha tocado vivir, a escuchar opiniones o consejos de responsabilidad en los labios de personas irresponsables, cuando en realidad, estas personas, antes de expresar palabras que no tienen credibilidad viniendo de ellos, lo que deberían hacer, si su prepotencia se lo permite, es lo que en realidad quieren que hagan los demás. Eso se llama, predicar con el ejemplo y de ello quiero hablar en este artículo.
A la mayoría de los seres humanos, por naturaleza, nos gusta predicar el bien, actuando mal. Dar lecciones de moral desde la inmoralidad, eso, por extraño que nos parezca, forma parte de nuestra vida y lo que es peor, lo asimilamos de la manera más natural del mundo, seguramente, por miedo, porque lo que deberíamos hacer es gritarle a la cara: “-¿No te da vergüenza dar públicamente lecciones de valores, de moral, cuando con tus actos, has demostrado a todo el mundo que eres una persona inmoral?-”. Pero no decimos nada, al menos en voz alta, a pesar de saber que tenemos ante nosotros a un ser que tiene la poca vergüenza de opinar, analizar y denunciar situaciones que si echasen una vista atrás, a su pasado, tienen situaciones vergonzosas para todos los gustos. Sinceramente, no me explico cómo algunos, cuando hablan de valores, no se les cae la cara de vergüenza.
No me explico, sinceramente, cómo a los seres humanos no se nos revuelven las tripas cuando estamos ante un personaje que nos piden decencia cuando son los más indecentes del mundo. Parece un disparate, una sinrazón y por supuesto que lo es, pero tan real que lo estamos todos, padeciendo, a diario. Solamente hay que sentarse frente al televisor y escuchar a esos salvadores del mundo que nos dicen como ser personas íntegras. Esto lo comparo yo con un refrán que solía decir mucho mi madre: “La sartén le dijo al cazo: échate para allá que me pringas”. Pues eso lo dice todo.
Para muchos seres humanos la coherencia no es una palabra que forme habitualmente parte de su vida porque si fuese así, no abrirían la boca para aconsejar ni para decirle a los demás como mantenerse íntegros, cuando todos sabemos, que los que tenían que aprender, de una puñetera vez, a ser íntegros son ellos. Sí, ellos, y que se dejen de cuentos porque todos hemos descubierto, a través de sus acciones, que su credibilidad es completamente nula.
¿Cuándo vamos los seres humanos a abandonar tanta hipocresía y vamos a emplear la razón, la coherencia y los buenos sentimientos para vivir en sociedad?. Los valores en las personas son lo único que pueden zanjar tanta mentira, usémoslos más a menudo y no será tan difícil soportar el día a día que nos ha tocado vivir.
Me gustaría que algún día dejemos de escuchar consejos absurdos de personas que lo primero que tenían que hacer, si su ego se lo permite, es predicar con el ejemplo.