Rafa: Diana, ¿Dónde pusiste lo del otro día?.

-Diana: ¿Qué cosa? No sé a qué te refieres

-Rafa: ¡Es que no me entiendes nada de lo que te digo! El contrato del piso de la calle Segovia que…..

-Diana (interrumpiéndole y subiendo el tono): ¡Ése lo tienes tú, ya me estás echando la culpa, siempre me echas la culpa de todo!

-Rafa: Mira, déjalo. No hay manera de hablar contigo.

-Diana (se siente atacada, no entiende nada): ¡Con quién no se puede hablar es contigo! ¡Eres imposible!

-Rafa (ofuscado, se siente injustamente incomprendido) ¡No entiendo que me estás diciendo, yo siempre estoy abierto al diálogo! Tú te pasas la vida…..

A partir de aquí, esta discusión puede durar hasta el infinito y más allá.
Y van a aparecer varias vertientes: sacar los trapos sucios de tiempos atrás (incluso muuuy atrás); aprovechar para hacer el repaso de todos los reproches, meteduras de pata; lanzar toda clase de amenazas o el silencio absoluto, retirando la mirada, la palabra, la atención en general.
Y un catálogo de reacciones más. Cada cual suele tener su propio repertorio.
Una vez que se da el pistoletazo de salida, se abren varios caminos posibles: las críticas, el desprecio, la actitud invasiva o las ganas de paz a toda costa.

¿Cómo es posible que dos personas que se quieren se lancen a encender una mecha que, claramente, les va a estallar en la cara?.
Muchas veces pensamos que los conflictos son malos, olvidando que donde hay más de una persona siempre habrá desacuerdos, porque es imposible que piensen siempre igual. Conseguir una buena comunicación y entendimiento en la pareja es un arte.
Y pasa por dejar espacios para escuchar con atención, tener en cuenta las necesidades del otro, olvidarnos de imponer nuestra opinión a toda cosa y fomentar el respeto y la confianza. Fácil de decir, pero no tan fácil de poner en práctica, ya lo sé. Pero por una buena relación merece la pena el esfuerzo.