Sufrir la pobreza
Si ya, en los últimos años, la pandemia ha golpeado con especial dureza a la población llevándola hacía la pobreza, la precariedad y la desigualdad, aún ha tenido la sociedad que vivir con otras situaciones tan severas como guerras y sus consecuencias, desastres ambientales, subidas de precios desorbitados… y todo ello, ¿a que nos lleva? ¡A que el hambre afecte cada día a más personas o que el frio o el excesivo calor se tenga que padecer en los hogares por no poder pagar la factura de la luz!.
Aunque a una minoría no les afecte para nada esta situación, la pobreza ha entrado en España como una guadaña despiadada que está marcando con dolor, en la piel de muchas familias, la desesperación más inhumana que muchos de nosotros hemos conocido. No respeta a nada ni a nadie (bueno, quitando algunos privilegiados, que en lugar de padecerla, se aprovechan de ella). Es casi imposible encontrar una familia que alguno de sus miembros no la esté padeciendo con toda la fuerza de su crudeza.
Y si la vida en los pueblos ya es penosa, en las grandes ciudades es dramática. Al menos, en el mundo rural, el continuo contacto con familiares y amigos te la hacen más llevadera pero en cambio, en las grandes urbes, que es todo más impersonal, resulta agobiante esa soledad inmensa que se palpa en el ambiente.
Cuanta impotencia ante tantas y tantas escenas de dolor como se nos muestran continuamente en los medios de comunicación: familias enteras viviendo en tiendas de campaña en plazas y parques; gente pidiendo comida; ancianos olvidados en cualquier esquina; artistas demostrando su arte por unas cuantas monedas, casi mendigando…¡Es imposible visualizar estas escenas sin que se te parta el alma!
Lo más alarmante es que no se ve un rayo de luz que frene tanta desesperación, es precisamente todo lo contrario lo que se palpa, una situación que empeora cada día y que no se sabe o no se quiere saber, el remedio para acabar con esta situación tan asfixiante.
De una puñetera vez, ¡vamos a empezar desde arriba, desde lo más alto, saneando todo!, ¡aportando todos y luchando y padeciendo por salir de este pozo sin fondo que nos hace tan infelices!. Vamos dejar de soltar tanta palabrería absurda, tanta promesa ridícula, tanto honestidad falsa y seamos, por una vez en nuestra vida honestos de verdad, intentando no jugar jamás con la vida y el respeto que se merece los más humildes.
Me gustaría terminar este artículo con las palabras del dramaturgo griego Menandro de Atenas porque resume perfectamente lo que yo he querido reflejar en mi escrito: “No es vergonzoso nacer pobre, lo es el llegar a serlo por acciones torpes”.
Si ya, en los últimos años, la pandemia ha golpeado con especial dureza a la población llevándola hacía la pobreza, la precariedad y la desigualdad, aún ha tenido la sociedad que vivir con otras situaciones tan severas como guerras y sus consecuencias, desastres ambientales, subidas de precios desorbitados… y todo ello, ¿a que nos lleva? ¡A que el hambre afecte cada día a más personas o que el frio o el excesivo calor se tenga que padecer en los hogares por no poder pagar la factura de la luz!.
Aunque a una minoría no les afecte para nada esta situación, la pobreza ha entrado en España como una guadaña despiadada que está marcando con dolor, en la piel de muchas familias, la desesperación más inhumana que muchos de nosotros hemos conocido. No respeta a nada ni a nadie (bueno, quitando algunos privilegiados, que en lugar de padecerla, se aprovechan de ella). Es casi imposible encontrar una familia que alguno de sus miembros no la esté padeciendo con toda la fuerza de su crudeza.
Y si la vida en los pueblos ya es penosa, en las grandes ciudades es dramática. Al menos, en el mundo rural, el continuo contacto con familiares y amigos te la hacen más llevadera pero en cambio, en las grandes urbes, que es todo más impersonal, resulta agobiante esa soledad inmensa que se palpa en el ambiente.
Cuanta impotencia ante tantas y tantas escenas de dolor como se nos muestran continuamente en los medios de comunicación: familias enteras viviendo en tiendas de campaña en plazas y parques; gente pidiendo comida; ancianos olvidados en cualquier esquina; artistas demostrando su arte por unas cuantas monedas, casi mendigando…¡Es imposible visualizar estas escenas sin que se te parta el alma!
Lo más alarmante es que no se ve un rayo de luz que frene tanta desesperación, es precisamente todo lo contrario lo que se palpa, una situación que empeora cada día y que no se sabe o no se quiere saber, el remedio para acabar con esta situación tan asfixiante.
De una puñetera vez, ¡vamos a empezar desde arriba, desde lo más alto, saneando todo!, ¡aportando todos y luchando y padeciendo por salir de este pozo sin fondo que nos hace tan infelices!. Vamos dejar de soltar tanta palabrería absurda, tanta promesa ridícula, tanto honestidad falsa y seamos, por una vez en nuestra vida honestos de verdad, intentando no jugar jamás con la vida y el respeto que se merece los más humildes.
Me gustaría terminar este artículo con las palabras del dramaturgo griego Menandro de Atenas porque resume perfectamente lo que yo he querido reflejar en mi escrito: “No es vergonzoso nacer pobre, lo es el llegar a serlo por acciones torpes”.