El precio que pagamos por cambiar
Dice el refrán que el que algo quiere, algo le cuesta. Y es que, todo en nuestra vida parece tener un precio. Sea económico, de esfuerzo, de renuncia o de cualquier otro tipo.
En psicoterapia esto se traduce en que cada cambio que llevemos a cabo, por muy adecuado y positivo que pueda ser para la vida de una persona, tendrá un coste para quien lo realiza (y probablemente también para los que le rodean). Además, cuanto mayor sea ese cambio, mayor será el precio que deberemos pagar por él.
Esta es una norma sin excepciones. Podríamos decir que es la tercera ley de Newton aplicada a la modificación de conducta: “para cada cambio hay una reacción igual y en el sentido contrario, que se opone a éste”.
Imaginemos, por ejemplo, que Fulanito está dejando de consumir cocaína. Tras mucho pensar, tomó esta decisión porque le hace conseguir cosas valiosas para él: puede ahorrar con más facilidad, tiene menos discusiones con su pareja, menos posibilidad de recibir una denuncia, mejor salud…
Sin embargo, si dejar de consumir cocaína es algo complicado, es precisamente por los costes que se pagan al hacerlo. Dejar de consumir hace que Fulanito aguante menos de fiesta, que se convierta en un tipo aburrido dentro de su grupo de amigos, que renuncie a esa experiencia física tan agradable de poder con todo, que se encuentre en muchas ocasiones desmotivado… De hecho, si decimos que la cocaína tiene tanto potencial adictivo, no es porque la sustancia tenga una característica en sí que la haga indispensable para nuestro organismo, sino porque consumirla es tan agradable, que dejar de hacerlo nos enfrenta a todas estas renuncias.
Por esto es tan importante que a la hora de planificar cualquier tipo de cambio, por útil y necesario que pueda resultarnos, evaluemos también cuáles serán los costes de hacerlo. Sí, incluso cuando hablamos de no consumir cocaína. Porque aún inclinándose la balanza hacia los beneficios de cambiar, es absolutamente seguro que nos toparemos con los inconvenientes y si no los hemos previsto, es muy normal que comencemos a dudar o a actuar de forma inconsistente.
Además, una característica común que tienen la mayoría de las conductas que valoramos cambiar es que resultan agradables a corto plazo. Por lo que debido a esa “reacción igual y en sentido opuesto” de la que hablábamos antes que suponen los costes, lo que primero aparecerá cuando llevemos a cabo un cambio, será el precio a pagar a corto plazo. Todas las renuncias se agolparán y tratarán de frenar el movimiento que habíamos iniciado y sólo tras un tiempo, comenzaremos a saborear los beneficios de haberlo hecho.
Dice el refrán que el que algo quiere, algo le cuesta. Y es que, todo en nuestra vida parece tener un precio. Sea económico, de esfuerzo, de renuncia o de cualquier otro tipo.
En psicoterapia esto se traduce en que cada cambio que llevemos a cabo, por muy adecuado y positivo que pueda ser para la vida de una persona, tendrá un coste para quien lo realiza (y probablemente también para los que le rodean). Además, cuanto mayor sea ese cambio, mayor será el precio que deberemos pagar por él.
Esta es una norma sin excepciones. Podríamos decir que es la tercera ley de Newton aplicada a la modificación de conducta: “para cada cambio hay una reacción igual y en el sentido contrario, que se opone a éste”.
Imaginemos, por ejemplo, que Fulanito está dejando de consumir cocaína. Tras mucho pensar, tomó esta decisión porque le hace conseguir cosas valiosas para él: puede ahorrar con más facilidad, tiene menos discusiones con su pareja, menos posibilidad de recibir una denuncia, mejor salud…
Sin embargo, si dejar de consumir cocaína es algo complicado, es precisamente por los costes que se pagan al hacerlo. Dejar de consumir hace que Fulanito aguante menos de fiesta, que se convierta en un tipo aburrido dentro de su grupo de amigos, que renuncie a esa experiencia física tan agradable de poder con todo, que se encuentre en muchas ocasiones desmotivado… De hecho, si decimos que la cocaína tiene tanto potencial adictivo, no es porque la sustancia tenga una característica en sí que la haga indispensable para nuestro organismo, sino porque consumirla es tan agradable, que dejar de hacerlo nos enfrenta a todas estas renuncias.
Por esto es tan importante que a la hora de planificar cualquier tipo de cambio, por útil y necesario que pueda resultarnos, evaluemos también cuáles serán los costes de hacerlo. Sí, incluso cuando hablamos de no consumir cocaína. Porque aún inclinándose la balanza hacia los beneficios de cambiar, es absolutamente seguro que nos toparemos con los inconvenientes y si no los hemos previsto, es muy normal que comencemos a dudar o a actuar de forma inconsistente.
Además, una característica común que tienen la mayoría de las conductas que valoramos cambiar es que resultan agradables a corto plazo. Por lo que debido a esa “reacción igual y en sentido opuesto” de la que hablábamos antes que suponen los costes, lo que primero aparecerá cuando llevemos a cabo un cambio, será el precio a pagar a corto plazo. Todas las renuncias se agolparán y tratarán de frenar el movimiento que habíamos iniciado y sólo tras un tiempo, comenzaremos a saborear los beneficios de haberlo hecho.