Luchar o aceptar, esa es la cuestión
Imagina que en estos momentos tienes un problema, el que sea: Te duele la cabeza, el coche se ha quedado sin gasolina o mañana tienes un examen para el que apenas has estudiado.
Supongo que al igual que cualquiera, buscarás diferentes alternativas para hacer frente a tal dificultad. Estas opciones pueden ser muchas y muy variadas, pero se pueden ordenar en dos grandes categorías: Luchar o aceptar.
Con luchar englobamos cualquier acción que pretenda modificar aquello que está pasando, controlarlo, disminuirlo o huir de ello. En esencia hacer un cambio en el ambiente que lo modifique para nuestro beneficio.
Por el contrario, con aceptar me refiero a cualquier acción destinada a asumir algo, a sostener aquello que no nos gusta, a abrirnos a algo que es incómodo. En esencia, hacer un cambio en nosotros mismos que nos permita estar mejor con lo que sucede.
Estos dos caminos son alternativos y opuestos, no es posible hacer ambos al mismo tiempo. Como sorber y soplar, cuanto más hagamos de uno, más nos alejaremos del otro.
Cada camino tiene sus ventajas y sus inconvenientes: Si aceptamos una situación que fácilmente podríamos cambiar, renunciaremos al bienestar que podríamos conseguir si luchamos por ello. ¿A quién se le ocurriría aceptar que nuestro coche se ha quedado sin gasolina y no se va a mover más?
Por otro lado, si tratamos de luchar contra algo sobre lo que no tenemos control, muy probablemente empeoraremos la situación. Imagínate intentar con todas tus fuerzas hacer cualquier cosa por haber aprovechado mejor tu tiempo de estudio en el pasado o porque no te duela la cabeza en estos momentos. En ambos casos no hay nada que puedas hacer para modificar estas situaciones. Ahora bien sí que puedes elegir llevarlo mejor (asumirlo, aceptarlo y comprometerte con lo que sí puedes hacer ahora) o culpabilizarte, desesperarte y enfrascarte en fallidos intentos de control sobre algo imposible de modificar.
Es muy importante elegir bien qué camino vamos a emprender, porque como decíamos antes, todo lo que caminemos por uno, nos distanciará del otro.
A falta de un análisis específico de cada situación, valga adelantar que en líneas generales lo más útil es modificar todo aquello que se pueda modificar (o que no nos lleve más esfuerzo que recompensa hacerlo) y aceptar todo lo que no tenemos control (que son bastantes más cosas de lo que nos gustaría pensar).
“Señor, concédeme serenidad para aceptar todo lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que sí puedo y sabiduría para reconocer la diferencia.”
Plegaria de la serenidad.
Imagina que en estos momentos tienes un problema, el que sea: Te duele la cabeza, el coche se ha quedado sin gasolina o mañana tienes un examen para el que apenas has estudiado.
Supongo que al igual que cualquiera, buscarás diferentes alternativas para hacer frente a tal dificultad. Estas opciones pueden ser muchas y muy variadas, pero se pueden ordenar en dos grandes categorías: Luchar o aceptar.
Con luchar englobamos cualquier acción que pretenda modificar aquello que está pasando, controlarlo, disminuirlo o huir de ello. En esencia hacer un cambio en el ambiente que lo modifique para nuestro beneficio.
Por el contrario, con aceptar me refiero a cualquier acción destinada a asumir algo, a sostener aquello que no nos gusta, a abrirnos a algo que es incómodo. En esencia, hacer un cambio en nosotros mismos que nos permita estar mejor con lo que sucede.
Estos dos caminos son alternativos y opuestos, no es posible hacer ambos al mismo tiempo. Como sorber y soplar, cuanto más hagamos de uno, más nos alejaremos del otro.
Cada camino tiene sus ventajas y sus inconvenientes: Si aceptamos una situación que fácilmente podríamos cambiar, renunciaremos al bienestar que podríamos conseguir si luchamos por ello. ¿A quién se le ocurriría aceptar que nuestro coche se ha quedado sin gasolina y no se va a mover más?
Por otro lado, si tratamos de luchar contra algo sobre lo que no tenemos control, muy probablemente empeoraremos la situación. Imagínate intentar con todas tus fuerzas hacer cualquier cosa por haber aprovechado mejor tu tiempo de estudio en el pasado o porque no te duela la cabeza en estos momentos. En ambos casos no hay nada que puedas hacer para modificar estas situaciones. Ahora bien sí que puedes elegir llevarlo mejor (asumirlo, aceptarlo y comprometerte con lo que sí puedes hacer ahora) o culpabilizarte, desesperarte y enfrascarte en fallidos intentos de control sobre algo imposible de modificar.
Es muy importante elegir bien qué camino vamos a emprender, porque como decíamos antes, todo lo que caminemos por uno, nos distanciará del otro.
A falta de un análisis específico de cada situación, valga adelantar que en líneas generales lo más útil es modificar todo aquello que se pueda modificar (o que no nos lleve más esfuerzo que recompensa hacerlo) y aceptar todo lo que no tenemos control (que son bastantes más cosas de lo que nos gustaría pensar).
“Señor, concédeme serenidad para aceptar todo lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que sí puedo y sabiduría para reconocer la diferencia.”
Plegaria de la serenidad.