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Manuel García Cienfuegos
Miércoles, 02 de Marzo de 2022 Actualizada Miércoles, 02 de Marzo de 2022 a las 17:21:53 horas

La condesa que luchó por los derechos de la mujer

Una marcha pionera de obreras textiles, el 8 de marzo de 1857, recorrió los suburbios ricos de la ciudad de Nueva York para protestar por las miserables condiciones de trabajo. El 5 de marzo de 1908, en esa misma ciudad comenzó una nueva huelga de obreras textiles, quienes reclamaban la igualdad salarial, la disminución de la jornada a diez horas y que se permitiera un tiempo para la lactancia. En el contexto de aquella huelga, más de cien mujeres perecieron en un fuego provocado por el dueño de la fábrica, como respuesta a la toma pacífica del local por las trabajadoras en huelga. El año 1977, las Naciones Unidas declararon el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Un día en que las mujeres exigen ser tratadas con el respeto que se merecen todos los seres humanos.

Por ello, este mes, salgo al encuentro de la figura de doña María Francisca de Sales Portocarrero y Zúñiga (Madrid, 1754-Logroño, 1808), VI condesa de Montijo. La condesa fue secretaria de la Junta de Damas, adscrita a la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. Trabajó por la mejora de las Escuelas Patrióticas. Perteneció a la Comisión de Educación y Moral, luchando por la promoción de la mujer en el trabajo y la industria. Desde la Junta de Damas, la condesa de Montijo fue precursora en reivindicar la igualdad y los derechos de las mujeres, abriéndose camino, a base de trabajo, en una sociedad entonces muy tradicional y cerrada. Ejerció la caridad y la beneficencia que llevó a cabo preferentemente en las cárceles de mujeres y con los expósitos en la Inclusa.

En enero de 1788, cuando la Junta de Damas había recorrido su primer trimestre, María Francisca de Sales Portocarrero, a petición de la Junta, estudió la situación de las mujeres en la industria. Preocupada por la promoción de la mujer, la condesa de Montijo redactó una memoria en esa dirección. Su texto fue aprobado sin reservas. La condesa decía que convendría dar algún otro paso por el camino de la liberación, rompiendo las últimas trabas que se oponían al empleo de mano de obra femenina en numerosas ramas de la industria. La apreciación más acertada sobre la condesa de Montijo es la de haber sido integrante de la parte más sana, más digna y más admirable del siglo XVIII español. Una mujer inquieta, culta y convencida de los benéficos postulados de la Ilustración. Su singular personalidad supo desarrollar una actividad constante en aras de la pública felicidad, mediante un compromiso firme con el progreso social desconocido hasta entonces, especialmente entre las mujeres. Se vio acompañada en las tertulias de su palacio de las personalidades más significativas del momento, desde servidores del estado a escritores, artistas y eclesiásticos. Como Palafox, Tavira, Jovellanos, Cabarrús, Urquijo, Goya, Vicente López, Samaniego, y los extremeños Meléndez Valdés y Forner, entre otros.

La VI condesa de Montijo se vio inquietada por el Santo Oficio, al traducir una obra jansenista. Fue desterrada, por las implicaciones políticas de su hijo, de la corte por Manuel Godoy a Montijo y Logroño, ciudad en la que falleció. Durante su destierro en Montijo coincidió con Manuel Flores Calderón, su administrador. Un ilustrado, culto y progresista, que creyó que por la educación la sociedad española de su tiempo se encaminaría por la línea del progreso y el bienestar. Abrazó la Constitución de 1812 como el sueño patriótico y liberal de una sociedad que reivindicaba nuevos valores. Fue presidente de las Cortes durante el Trienio Liberal. Sin embargo fue devorado por los acontecimientos, pues como otros muchos perdedores construyó un paraíso tentado por lo imposible. Se exilió en Londres y fue fusilado junto a Torrijos en las playas de Fuengirola.

 

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