Las filas del hambre
Empieza un nuevo año y todos, al unísono, derrochamos buenos deseos con todos los que nos cruzamos en la calle. Esto está muy bien, no voy a criticarlo pero todos sabemos que muchos de esos deseos caerán en sacos rotos por las grandes desigualdades con las que vivimos los seres humanos.
A mí, personalmente, me parece bochornoso que haya personajes mediáticos que salgan en los medios de comunicación delante de un árbol de Navidad, que casi no se ve porque lo oculta una gran montaña de regalos mientras contemplan esa imagen familias que saben, a ciencia cierta, que ni Papa Noel ni los Reyes Magos van a pasar este año por sus casas porque le falta hasta lo más básico: alimentos.
La crisis ha entrado en nuestra sociedad como una guadaña despiadada que está marcando con dolor, en la piel de muchas familias, la desesperación más inhumana que muchos de nosotros hemos conocido. No respeta a nada ni a nadie (bueno, quitando algunos privilegiados, que en lugar de padecerla, se aprovechan de ella). Es casi imposible encontrar una familia que alguno de sus miembros no la esté padeciendo con toda la fuerza de su crudeza.
Y si la vida en los pueblos ya es penosa, en las grandes ciudades es dramática. Al menos, en el mundo rural, el continuo contacto con familiares y amigos te la hacen más llevadera pero en cambio, en las grandes urbes, que es todo más impersonal, resulta agobiante esa necesidad inmensa que se palpa en el ambiente. No hay nada más que ver esas filas del hambre que continuamente nos abofetean la cara y hasta el alma.
Impotencia. Una impotencia que hace sentirte mal, muy mal cuando ves esas interminables filas de personas a los que le falta lo más básico.
Cuando entre las filas sientes el hambre del oprimido, las dudas del vulnerable, el tic tac de sus latidos, la rabia brota en el alma como de acero fundido al ver cuervos al acecho posando su mirar altivo.
Vuelve de nuevo la historia a darle hambre a sus hijos montándolos en la noria de los eternos suspiros.
No me pidas, Señor, jaculatorias no soy ni seré, hijo adoptivo de absurdas oratorias que chocan en mi memoria golpeando mis oídos.
Duelen las filas del hambre, los seres desvanecidos, la doble moral, la vergüenza, lo injusto permitido… pero lo que más duele, de los hijos, sus quejidos.
Me preocupa entrar en el 2022 sin ver ese rayo de luz que frene tanta desesperación. Me duele esta situación tan asfixiante para esas personas que forman las interminables FILAS DEL HAMBRE.
Empieza un nuevo año y todos, al unísono, derrochamos buenos deseos con todos los que nos cruzamos en la calle. Esto está muy bien, no voy a criticarlo pero todos sabemos que muchos de esos deseos caerán en sacos rotos por las grandes desigualdades con las que vivimos los seres humanos.
A mí, personalmente, me parece bochornoso que haya personajes mediáticos que salgan en los medios de comunicación delante de un árbol de Navidad, que casi no se ve porque lo oculta una gran montaña de regalos mientras contemplan esa imagen familias que saben, a ciencia cierta, que ni Papa Noel ni los Reyes Magos van a pasar este año por sus casas porque le falta hasta lo más básico: alimentos.
La crisis ha entrado en nuestra sociedad como una guadaña despiadada que está marcando con dolor, en la piel de muchas familias, la desesperación más inhumana que muchos de nosotros hemos conocido. No respeta a nada ni a nadie (bueno, quitando algunos privilegiados, que en lugar de padecerla, se aprovechan de ella). Es casi imposible encontrar una familia que alguno de sus miembros no la esté padeciendo con toda la fuerza de su crudeza.
Y si la vida en los pueblos ya es penosa, en las grandes ciudades es dramática. Al menos, en el mundo rural, el continuo contacto con familiares y amigos te la hacen más llevadera pero en cambio, en las grandes urbes, que es todo más impersonal, resulta agobiante esa necesidad inmensa que se palpa en el ambiente. No hay nada más que ver esas filas del hambre que continuamente nos abofetean la cara y hasta el alma.
Impotencia. Una impotencia que hace sentirte mal, muy mal cuando ves esas interminables filas de personas a los que le falta lo más básico.
Cuando entre las filas sientes el hambre del oprimido, las dudas del vulnerable, el tic tac de sus latidos, la rabia brota en el alma como de acero fundido al ver cuervos al acecho posando su mirar altivo.
Vuelve de nuevo la historia a darle hambre a sus hijos montándolos en la noria de los eternos suspiros.
No me pidas, Señor, jaculatorias no soy ni seré, hijo adoptivo de absurdas oratorias que chocan en mi memoria golpeando mis oídos.
Duelen las filas del hambre, los seres desvanecidos, la doble moral, la vergüenza, lo injusto permitido… pero lo que más duele, de los hijos, sus quejidos.
Me preocupa entrar en el 2022 sin ver ese rayo de luz que frene tanta desesperación. Me duele esta situación tan asfixiante para esas personas que forman las interminables FILAS DEL HAMBRE.






















