Es importante escuchar y apoyar a los más jóvenes
Septiembre es un mes que huele a nueva etapa, que nos hace saborear la sensación de cambio, nos invita a retos, a iniciar, a probar…Y eso es así para todos, pero no en la misma medida. Para los niños, adolescente y jóvenes, cada septiembre es un importante paso, que los lleva por caminos que van a condicionar su futuro. Y en esa aventura necesitan mucha ayuda. Ahora se une además esta pandemia que nos está haciendo tambalear muchas de esas certezas en las que estábamos cómodamente instalados. Y esa inseguridad ellos la acusan de forma exponencial. Los niños no saben qué hacer con los valores de compartir y socializar que les habíamos enseñado y los adolescentes ven bloqueadas las relaciones, que son el centro de su vida. Por su parte los jóvenes oyen hablar de paro, de falta de oportunidades, de mundos que cambian, de destrucción del planeta. Les estamos presentando un panorama negro, sin pensar en la repercusión que puede tener esto en su estado de ánimo.
Varios psicólogos amigos me han contado en los últimos meses que los más jóvenes llenan sus consultas con cuadro de ansiedad y depresión. Hay cuestiones externas que se escapan de nuestras manos, pero en nuestro entorno más personal sí hay cosas que podemos hacer. Por ejemplo darles un hueco real en las conversaciones.
Hace unos días me comentaba un joven: “No nos escuchan. En las reuniones con nuestros familiares sólo se habla de lo que interesa a los adultos. Te preguntan que qué tal te va, pero tienes escasos segundos para contestar, porque enseguida se lanzan a contarnos sus batallitas o a darnos la lista de consejos de siempre. No nos dejan explicar cómo estamos viviendo todo esto, cuáles son nuestros miedos, la inseguridad de estar dando pasos equivocado. He sacado la conclusión de que no les interesa escucharnos, sino seguir viviendo en su mundo. Pero de verdad que me gustaría poder expresar a mi gente todo lo que pienso realmente, todo lo que me está pasando. Me relajaría poder compartirlo con ellos”.
Me pregunto qué pasará con estos chavales de hoy, abandonados a su suerte en esa ficción que encuentran detrás de las pantallas, donde permanecen pegados durante horas al día. Y cada vez empiezan más pequeños. En un mundo hiperconectado como el que estamos viviendo, es curioso que encontremos tan pocos momentos para crear conexiones de calidad con las personas que tenemos a nuestro alrededor.
Escuchar en lugar de criticar.
Escuchar en lugar de contar.
Escuchar en lugar de esperar algo concreto.
Escuchar en lugar de discutir.
Escuchar en lugar dirigir.
Preguntar en lugar de suponer.
Abrazar en lugar de juzgar.
Apoyar en lugar de abandonar.
Y estar ahí, a su lado, donde ellos más nos necesitan.
Septiembre es un mes que huele a nueva etapa, que nos hace saborear la sensación de cambio, nos invita a retos, a iniciar, a probar…Y eso es así para todos, pero no en la misma medida. Para los niños, adolescente y jóvenes, cada septiembre es un importante paso, que los lleva por caminos que van a condicionar su futuro. Y en esa aventura necesitan mucha ayuda. Ahora se une además esta pandemia que nos está haciendo tambalear muchas de esas certezas en las que estábamos cómodamente instalados. Y esa inseguridad ellos la acusan de forma exponencial. Los niños no saben qué hacer con los valores de compartir y socializar que les habíamos enseñado y los adolescentes ven bloqueadas las relaciones, que son el centro de su vida. Por su parte los jóvenes oyen hablar de paro, de falta de oportunidades, de mundos que cambian, de destrucción del planeta. Les estamos presentando un panorama negro, sin pensar en la repercusión que puede tener esto en su estado de ánimo.
Varios psicólogos amigos me han contado en los últimos meses que los más jóvenes llenan sus consultas con cuadro de ansiedad y depresión. Hay cuestiones externas que se escapan de nuestras manos, pero en nuestro entorno más personal sí hay cosas que podemos hacer. Por ejemplo darles un hueco real en las conversaciones.
Hace unos días me comentaba un joven: “No nos escuchan. En las reuniones con nuestros familiares sólo se habla de lo que interesa a los adultos. Te preguntan que qué tal te va, pero tienes escasos segundos para contestar, porque enseguida se lanzan a contarnos sus batallitas o a darnos la lista de consejos de siempre. No nos dejan explicar cómo estamos viviendo todo esto, cuáles son nuestros miedos, la inseguridad de estar dando pasos equivocado. He sacado la conclusión de que no les interesa escucharnos, sino seguir viviendo en su mundo. Pero de verdad que me gustaría poder expresar a mi gente todo lo que pienso realmente, todo lo que me está pasando. Me relajaría poder compartirlo con ellos”.
Me pregunto qué pasará con estos chavales de hoy, abandonados a su suerte en esa ficción que encuentran detrás de las pantallas, donde permanecen pegados durante horas al día. Y cada vez empiezan más pequeños. En un mundo hiperconectado como el que estamos viviendo, es curioso que encontremos tan pocos momentos para crear conexiones de calidad con las personas que tenemos a nuestro alrededor.
Escuchar en lugar de criticar.
Escuchar en lugar de contar.
Escuchar en lugar de esperar algo concreto.
Escuchar en lugar de discutir.
Escuchar en lugar dirigir.
Preguntar en lugar de suponer.
Abrazar en lugar de juzgar.
Apoyar en lugar de abandonar.
Y estar ahí, a su lado, donde ellos más nos necesitan.