No se me ocurre una forma mejor de expresar una reflexión que me estoy haciendo estos días. Esta vez confieso que me ha costado elegir un título para esta tribuna. En los últimos meses, los procesos de coaching que desarrollo con mis clientes me llevan siempre a una conclusión que me gustaría comentar. Son perfiles muy variados, en objetivos, en situaciones laborales, económicas y sociales, en edad. Pero en todos ellos se produce un momento en que la tentación es juzgarse por algunos puntos concretos del pasado y por proyecciones a futuro que sólo están en su imaginación. De repente aparece un juez inflexible, que pega el golpe de mazo dictando una sentencia irrevocable: “He fracasado”, “Soy así, no puedo cambiar”, “Siempre meto la pata”, “No se me dan bien las relaciones”, “No tengo tiempo”, “Eso es imposible de conseguir”….Insisto en el tema de la edad, porque últimamente trabajo también con gente muy joven que, con poco más de veinte años, ya tienen claro ese veredicto.

Pero la vida no es un instante. A veces creo que la sabiduría que se va adquiriendo con los años tiene mucho que ver con el hecho de que te da tiempo a observar cómo transcurren los procesos a lo largo del tiempo. Las distintas etapas por las que vamos pasando hacen que la transformación sea constante, aunque a veces no nos demos cuenta. Siempre vamos evolucionando, en todos los aspectos, a medida que transcurren las experiencias, los aprendizajes, los fallos, los logros, las personas que nos acompañan. El proceso sigue y sigue hasta el final de nuestros días. Hay veces que la vida nos lleva como en volandas, sin darnos ni cuenta. Pero otras tomamos decisiones, que pueden más o menos acertadas. O nos atrevemos a afrontar retos importantes. O decidimos hacer un trabajo interno para tomar nuevos caminos. Nuestra vida es rica y variada y nos ofrece cada día la posibilidad de mejorar el rumbo, aunque sea a pequeños pasos.

Por eso no me gusta ese golpe de mazo del juez que todos llevamos dentro. Prefiero la imagen de una persona dedicada a la investigación, que entiende cada día traerá un nuevo resultado, que sabe que si se hacen nuevas combinaciones, pasará algo diferente. Y afronta ese proceso con la curiosidad despierta, la ilusión de ir aprendiendo de los errores y apuntarse un tanto en los aciertos. Sin miedo, sin veredictos inamovibles, sin la rigidez de que las cosas sean “como tienen que ser” en cada momento. Nuestra vida vale mucho más que eso, vale más que la sensación de un instante. Disfrutemos del proceso con confianza, a cualquier edad, en cualquier momento. Nuestro cerebro está preparado para el cambio. De nosotros depende soltar la red y darle alas para volar.

Elisa Martín Crespo es periodista y coach profesional