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Lucas Navareño
Miércoles, 07 de Julio de 2021 Actualizada Miércoles, 07 de Julio de 2021 a las 12:59:12 horas

La "seño" Ana

Se llama Ana. Todos los años en su primer día escolar la misma cantinela. “Os trato a todos por igual, no tengo predilección por ninguno”. Pero no era cierto. A su aula había llegado un alumno al que ya había visto en el patio del colegio durante el curso pasado. L.J, ropa desaliñada y con lamparones, vagando solitario por el patio sin más compañía que la de sus descosidos zapatos.
Durante el primer trimestre, la relación con L.J. se fue tornando áspera y a pesar de que no lo reconocía, Ana casi que se sentía complacida cuando al corregir en su cuaderno tachaba con la firmeza que registra el rotulador rojo los errores de su alumno, o ponía muecas cuando en los exámenes veía que el suspenso era un seguro al que L.J. estaba siempre abonado.
Cierto día Ana recibió el expediente de sus alumnos y dejó a L.J. el último. Al fin y al cabo se imaginaba los resultados que no le iban a hacer cambiar su impresión ya formada. Cuando tomó el expediente, un nudo le fue cerrando el cuello. Su profe de primero lo describía como brillante, amable, atento, una delicia de persona. En segundo su maestra comentaba que el niño era amable y querido por sus compañeros pero su madre había enfermado y en su casa existía una constante lucha. En tercero su madre murió y su padre no le prestó atención. En cuarto y quinto es fácil averiguar la deriva.
La seño Ana se sintió apenada y molesta consigo mismo. En Navidad recibió bonitos regalos de sus alumnos y de L.J, un tosco perfume ya usado al que ella no dio importancia, poniéndose unas gotas del perfume que, supuso, sería del que usaba su madre. Desde ese día, Ana dedicó especial atención a L.J. y al final de año, motivado, L.J. fue el primero de su aula.
Unos años después de abandonar el colegio, Ana encontró una nota debajo de la puerta de su casa. En ella L.J. le decía que había acabado secundaria y que había sido la mejor maestra que había tenido nunca. Unos años más tarde recibió otra de su alumno ya en la facultad de medicina en la que insistía en que seguía siendo la mejor maestra que tuvo jamás, y años más tarde llegó una última en la que L.J. le pedía que fuera madrina en su boda ocupando el lugar que hubiera correspondido a su madre.
Ya en la iglesia, L.J. abrazó a su maestra y le dijo: -gracias por creer en mí. A lo que la seño contestó: - te equivocas: gracias a ti, aprendí a enseñar.
Y es que las experiencias que tenemos en nuestra vida marcan lo que somos. No podemos juzgar a las personas sin saber la mochila que llevan a cuestas. Siempre hay que dar una oportunidad al cambio.
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