El síntoma no siempre es el problema
El caso que se describe a continuación es un caso ficticio que no se basa en ninguna persona concreta.
Fulanito es un hombre tímido, delgado, con mirada esquiva. Está casado desde hace 20 años y es padre de dos hijos a los que a penas conoce.
Siempre fue una persona recta y muy disciplinada. Hombre de pocas palabras que se vuelve mudo si el tema se torna emocional.
Trabaja 11 horas al día en el negocio familiar. El domingo, su único día libre, satisface asuntos familiares que a él no le satisfacen.
Tiene ansiedad. Se lo dijo su médico de atención primaria en la última visita, cuando fue muy preocupado por un fuerte dolor en el pecho y la sensación de estarse ahogando.
Fulanito entendió ese diagnóstico como si de una enfermedad al uso se tratara: Habría de seguir un tratamiento farmacológico, como mucho unas pautas y ese malestar desaparecería.
Pasado un tiempo, Fulanito tiene menos episodios de miedo profundo (eso a lo que llamamos ataque de pánico o de ansiedad), pero hay una sensación más leve, que no para de acompañarle. Una especie de nerviosismo, un malestar que le envuelve desde que se levanta hasta que se acuesta.
¿Por qué no se le acaba de quitar esta sensación?, se pregunta él.
¿Cómo podría tener una vida así sin sentir nada de malestar? Podríamos preguntarnos nosotros.
Pareciera que pretende vivir sin vivir. Como un autómata que debe siempre cumplir una tarea que no le es propia, ni se relaciona en modo alguno con lo que él desea.
Casi parece que ese dolor es un rasgo que le humaniza. Pese a todas esas obligaciones, pese a esa formalidad, pese a esa rigidez, ahí hay alguien que quiere cosas. Alguien que ha prescindido durante demasiado tiempo de sus deseos, de sus aficiones, de su originalidad, pero alguien que aún existe más allá de su trabajo y sus obligaciones.
La ansiedad se convierte en un humo negro y denso que le hace difícil respirar , pero que le avisa que cerca hay un incendio que debe atender. Quizá si no fuera por ese humo, Fulanito nunca repararía en ese fuego que le quema lentamente.
El difícil que Fulanito se sienta pleno renunciando de forma sistemática a tiempo, placeres y deseos y no sienta malestar por ello. Porque por muy negativos que le parezcan ahora sus pensamientos y mucho que luche porque desaparezcan, estos le dicen algo que él no puede negar: “No estás viviendo la vida que deseas vivir”.
El caso que se describe a continuación es un caso ficticio que no se basa en ninguna persona concreta.
Fulanito es un hombre tímido, delgado, con mirada esquiva. Está casado desde hace 20 años y es padre de dos hijos a los que a penas conoce.
Siempre fue una persona recta y muy disciplinada. Hombre de pocas palabras que se vuelve mudo si el tema se torna emocional.
Trabaja 11 horas al día en el negocio familiar. El domingo, su único día libre, satisface asuntos familiares que a él no le satisfacen.
Tiene ansiedad. Se lo dijo su médico de atención primaria en la última visita, cuando fue muy preocupado por un fuerte dolor en el pecho y la sensación de estarse ahogando.
Fulanito entendió ese diagnóstico como si de una enfermedad al uso se tratara: Habría de seguir un tratamiento farmacológico, como mucho unas pautas y ese malestar desaparecería.
Pasado un tiempo, Fulanito tiene menos episodios de miedo profundo (eso a lo que llamamos ataque de pánico o de ansiedad), pero hay una sensación más leve, que no para de acompañarle. Una especie de nerviosismo, un malestar que le envuelve desde que se levanta hasta que se acuesta.
¿Por qué no se le acaba de quitar esta sensación?, se pregunta él.
¿Cómo podría tener una vida así sin sentir nada de malestar? Podríamos preguntarnos nosotros.
Pareciera que pretende vivir sin vivir. Como un autómata que debe siempre cumplir una tarea que no le es propia, ni se relaciona en modo alguno con lo que él desea.
Casi parece que ese dolor es un rasgo que le humaniza. Pese a todas esas obligaciones, pese a esa formalidad, pese a esa rigidez, ahí hay alguien que quiere cosas. Alguien que ha prescindido durante demasiado tiempo de sus deseos, de sus aficiones, de su originalidad, pero alguien que aún existe más allá de su trabajo y sus obligaciones.
La ansiedad se convierte en un humo negro y denso que le hace difícil respirar , pero que le avisa que cerca hay un incendio que debe atender. Quizá si no fuera por ese humo, Fulanito nunca repararía en ese fuego que le quema lentamente.
El difícil que Fulanito se sienta pleno renunciando de forma sistemática a tiempo, placeres y deseos y no sienta malestar por ello. Porque por muy negativos que le parezcan ahora sus pensamientos y mucho que luche porque desaparezcan, estos le dicen algo que él no puede negar: “No estás viviendo la vida que deseas vivir”.