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Elisa Martín
Martes, 08 de Junio de 2021 Actualizada Martes, 08 de Junio de 2021 a las 11:20:04 horas

Con la paz no se juega

Cuando era pequeña oí hablar mucho de la guerra. Era mi relato favorito. Mi madre la vivió en Madrid siendo una niña, junto a su madre y sus dos hermanas. Era una historia totalmente de novela. Me contaba montones de aventuras increíbles que ella, con una memoria excelente, relataba de una forma maravillosa. Había momentos de tensión, de miedo, de sorpresa y de valor. Y también mucha tristeza, porque su padre y su hermano, que tenía sólo 18 años, fueron víctimas de la contienda, en Paracuellos del Jarama. Todavía hoy, cuando paseo en Madrid por la zona donde vivían, en la Plaza de Oriente, me parece que estoy metida en un cuento. De hecho, las vueltas de la vida me han permitido estar en el sótano de su casa, donde ella me contaba que se escondían en los bombardeos y que ahora es el comedor del Café de Oriente.

 

Hasta el final de sus días hablamos mucho sobre ese tema, analizándolo desde diferentes perspectivas, en una conversación más madura. Nos educó sin rencor, con el corazón de la persona absolutamente buena que era. Reflexionábamos sobre la locura colectiva que fue aquella desgraciada parte de nuestra historia que dejó a la población en general sin aliento y sumidos en una tristeza infinita. No puedo imaginar nada peor.

 

En mi adolescencia me convertí en lectora voraz sobre las guerras recientes. Me impresionaba sobre todo la parte social, la repercusión en la vida de las personas, la evolución de la mentalidad, los desastres que sobrevinieron, la violencia que se despertó por parte de la gente aparentemente normal. Las revanchas, las venganzas, las vejaciones, los crímenes consentidos y admitidos. En todos los casos se desató una brutalidad que luego se ha querido justificar con cuestiones políticas, religiosas y económicas.. Lo siento, pero no me lo creo. Sólo veo afán de poder, miedo por perder privilegios y un empeño desmedido por imponer las creencias propias. Y una manipulación descarada en la que buena parte de la población cae como moscas en una tela de araña. Hay formas estudiadas para hacerlo, como crear problemas y vender las soluciones en el mismo paquete, presentar decisiones “dolorosas pero necesarias”, mantener a la gente en la ignorancia y la mediocridad o lanzar consignas para que se repitan como una onda expansiva. Y, por supuesto, ocultar buena parte de la información, poniendo el foco mediático sólo en unos pocos datos que sirven a los intereses de unos cuantos.

 

Por eso se me encoge el alma cuando leo la ligereza con la que se lanzan mensajes de odio en las redes sociales a diestro y siniestro o se reacciona de forma violenta en las calles. Por ideas políticas, por territorios, por desavenencias sociales y hasta por aficiones, como en el caso de los toros. Libertad de expresión, por supuesto. Absolutamente. Toda opinión es respetable. Pero jugar con la violencia es peligroso. Como decía Mario Camús, la paz es la única batalla que vale la pena librar.

 

Elisa Martín es periodista y coach de comunicación

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