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Andrés Acevedo
Lunes, 10 de Mayo de 2021 Actualizada Lunes, 10 de Mayo de 2021 a las 14:25:17 horas

Sobre los discursos motivacionales


Hace un tiempo que los discursos motivacionales se instauraron en nuestras vidas. Deportistas, empresarios, padres modelo y cualquiera que hubiera tenido un cierto éxito se apuntaba a esta nueva moda. Proliferaban en casi todos los ambientes: Conferencias Tedx, charlas en empresas, competiciones deportivas y hasta institutos. Parecían sacados de la peli “un domingo cualquiera”. Sentaban bien, eran agradables y en cierto modo sí que conseguían inspirarte.
Sin embargo, en mi opinión, hay al menos dos motivos para pensar que estos discursos no siempre son demasiado útiles, o incluso, a veces pretenden cubrir un problema que ellos mismos crean y alimentan.
-Para empezar, suelen transmitir una idea de la responsabilidad personal bastante irreal. Todo es por ti, no existen factores ambientales que influyan, o estos son superables si uno se lo propone. No existe la suerte, la herencia, o las circunstancias, todo es una cuestión de actitud. Por lo que si lo logras , genial, es todo mérito tuyo, pero si no lo consigues, no hay excusas, es sólo tu culpa.
Estos discursos pretenden crear una disposición hacia la acción y lo logran minusvalorando los obstáculos que pudiera haber en el camino.
-Además, todos ellos se instauran en la creencia de que la motivación es el antecedente de la conducta y nunca su consecuente. Pareciera que para que uno comience a andar un camino primero ha de estar motivado para poder recorrerlo.
Esto es una verdad a medias. Es cierto que muchos de nuestros propósitos provienen de un cierto estado de motivación, puesto que uno anticipa las consecuencias agradables que podría lograr. Pero, no siempre se produce así. Por ejemplo, ¿qué pasa si uno tiene claro lo que quiere y aún así no consigue esa euforia?, ¿no es entonces ese su camino?, ¿qué creéis que pasará si alguien dedica una y otra vez sus esfuerzos a buscar esa sensación de motivación y no lo consigue?
Muy probablemente, lo abandonará y creerá que ese no era su verdadero objetivo. Quizá sí lo fuera. Quizá tras un tiempo en contacto con eso, estaría uno mucho más dispuesto a continuar haciéndolo. Sin embargo, si la motivación se constituye siempre como causa del comportamiento, éste puede no llegar nunca.
Fijaos en la paradoja: esos discursos de “no hay excusas” para no hacer lo que quieres, se han convertido en la mejor excusa para no moverse.
Por todo lo anterior, creo que los discursos motivacionales pueden tener su utilidad en determinadas ocasiones, pero no deberían entenderse como el santo grial de la consecución de logros. Sentirse inspirado o motivado es sólo una parte del proceso y no siempre se da al inicio.

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