Sobre la intimidad
Skinner, uno de los padres de la psicología moderna, definía la intimidad como un contexto en el que ciertas conductas que normalmente son castigadas, se permiten o refuerzan..
Esto significa que la intimidad es una situación, lugar o persona en la que uno puede decir o actuar de cierta forma que, en otras situaciones sería mal visto, juzgado o criticado.
En este sentido la intimidad no lo proporciona la confidencialidad o la familiaridad con alguien. Aún cuando estos suelen ser aspectos relevantes. La esencia de la intimidad radica en la libertad y aceptación que uno siente al comprobar que lo que expresa es válido, está permitido y es legítimo.
Vivimos rodeados de condicionantes. Modelos de comportamiento que nos indican cómo es adecuado actuar en determinadas circunstancias.
Modelos que nos dicen qué es adecuado pensar y que no (por tu edad, sexo, orientación, gremio profesional, ideología…). Y por último, modelos que nos indican cómo deberíamos sentirnos y qué emociones “no están permitas” en ese momento.
Si, por ejemplo, yo dijera que miento con frecuencia, que siento envidia o que pienso en si elegí a la persona adecuada para casarme. Con mucha probabilidad, los demás me dirán que estoy equivocado: que no debería actuar, sentir o pensar así. Y esto no será algo agradable de escuchar para mí. Me sentiré juzgado y no entendido. Por lo que, en futuras ocasiones, este no será un espacio de intimidad para mí.
Lo relevante aquí no es si la otra persona opina, siente o actúa como nosotros. Lo relevante es que esa persona responda de forma agradable a lo que le contamos.
Puede parecer una obviedad, pero en la práctica esto no siempre es tan sencillo. Muchas parejas carecen de intimidad porque uno de los miembros se dedica a aconsejar con muy buena intención cada vez que el otro expresa algo que considera inadecuado o perjudicial. Muchos amigos de toda la vida dejan de ser espacios para la intimidad porque “ya sé lo que me va a decir”. Incluso nosotros mismos a veces no nos permitimos esa intimidad juzgando y criticando aquello que sentimos, pensamos o hacemos.
Desprovista así de otros añadidos, la intimidad se convierte en un contexto donde uno puede expresar aspectos que se alejan de los modelos de comportamiento y ser atendido o reforzado. Por lo que si uno quiere aumentar la intimidad con otra persona es mejor que deje “los debería” en un cajón y se dedique a hacer sentir bien al que nos está contando algo que normalmente sería criticado, por mucho que pueda opinar diferente.
Skinner, uno de los padres de la psicología moderna, definía la intimidad como un contexto en el que ciertas conductas que normalmente son castigadas, se permiten o refuerzan..
Esto significa que la intimidad es una situación, lugar o persona en la que uno puede decir o actuar de cierta forma que, en otras situaciones sería mal visto, juzgado o criticado.
En este sentido la intimidad no lo proporciona la confidencialidad o la familiaridad con alguien. Aún cuando estos suelen ser aspectos relevantes. La esencia de la intimidad radica en la libertad y aceptación que uno siente al comprobar que lo que expresa es válido, está permitido y es legítimo.
Vivimos rodeados de condicionantes. Modelos de comportamiento que nos indican cómo es adecuado actuar en determinadas circunstancias.
Modelos que nos dicen qué es adecuado pensar y que no (por tu edad, sexo, orientación, gremio profesional, ideología…). Y por último, modelos que nos indican cómo deberíamos sentirnos y qué emociones “no están permitas” en ese momento.
Si, por ejemplo, yo dijera que miento con frecuencia, que siento envidia o que pienso en si elegí a la persona adecuada para casarme. Con mucha probabilidad, los demás me dirán que estoy equivocado: que no debería actuar, sentir o pensar así. Y esto no será algo agradable de escuchar para mí. Me sentiré juzgado y no entendido. Por lo que, en futuras ocasiones, este no será un espacio de intimidad para mí.
Lo relevante aquí no es si la otra persona opina, siente o actúa como nosotros. Lo relevante es que esa persona responda de forma agradable a lo que le contamos.
Puede parecer una obviedad, pero en la práctica esto no siempre es tan sencillo. Muchas parejas carecen de intimidad porque uno de los miembros se dedica a aconsejar con muy buena intención cada vez que el otro expresa algo que considera inadecuado o perjudicial. Muchos amigos de toda la vida dejan de ser espacios para la intimidad porque “ya sé lo que me va a decir”. Incluso nosotros mismos a veces no nos permitimos esa intimidad juzgando y criticando aquello que sentimos, pensamos o hacemos.
Desprovista así de otros añadidos, la intimidad se convierte en un contexto donde uno puede expresar aspectos que se alejan de los modelos de comportamiento y ser atendido o reforzado. Por lo que si uno quiere aumentar la intimidad con otra persona es mejor que deje “los debería” en un cajón y se dedique a hacer sentir bien al que nos está contando algo que normalmente sería criticado, por mucho que pueda opinar diferente.