Maravillosa filosofía de vida
Hace unos días tuve la suerte de sentarme frente a frente con una persona mayor de esas que tienen una maravillosa filosofía de vida y una sabiduría infinita. Fue muy emocionante escuchar el recorrido por su vida y esos momentos entrañables que disfrutó en familia. Con cualquier recuerdo, por insignificante que pueda parecer, se le iluminaba el rostro y sus ojos reflejaban una luminosidad que te hacían estremecer… fue hermoso aprender de él como se puede disfrutar tanto de esas pequeñas cosas que se nos plantean en la vida y que apenas valoramos.
La sabiduría de este hombre me invitaba a despreocuparme de tantos condicionantes que nos pone la sociedad y, sobre todo, hay algo que me impactó de sus sabias palabras: asumir más riesgos. Sí, asumir riesgos, sin esos condicionantes absurdos con los que la sociedad nos convierte en seres temerosos y conformistas.
Uno de sus lemas en la vida, me comentaba, había sido escuchar a los demás y valorar a cada uno en su justa medida. Intentar comprender a cada uno antes de formarnos una opinión que quizá no se corresponda con la realidad.
También me habló de poesía. Se sentía pleno mientras intentaba rellenar de sentimientos cualquier papel en blanco que se encontraba.
Esa sensación de amor hacía los suyos recorría todo su cuerpo, mientras se llenaban de emociones la mente y los sentidos.
Era hermoso escuchar cómo se sentía escribiendo. Liberar la mente, me decía, y hacer volar la imaginación para plasmar momentos vividos que perdurasen en el tiempo y sobre todo, que siempre estuviera en un rincón preferido en los hogares de sus seres queridos.
Y, sin él saberlo, su familia fue recogiendo todos esos poemas que escribía y el Día del Padre se los entregaron en forma de libro. Una publicación limitada para que cada familiar y amigo tuviese su ejemplar y a eso vino a verme, a entregarme a mí el libro dedicado. Un regalo tan hermoso como esa compañía que me brindó ese día.
Después de hablar con él, emanar del ser humano su sensibilidad, creo que ahí radica la verdadera magia de la poesía.
Sacar a flote la esencia de uno mismo, plasmarla en un papel y que llegue al corazón de las personas que quieres. Ese, al menos, es el objetivo que yo ví esa mañana en las palabras de Manuel.
Y lo mejor de todo, el placer de escucharlo, como narraba, con total claridad, sus momentos de amor, de lucha, de convivencia… mientras sonreía.
Hace unos días tuve la suerte de sentarme frente a frente con una persona mayor de esas que tienen una maravillosa filosofía de vida y una sabiduría infinita. Fue muy emocionante escuchar el recorrido por su vida y esos momentos entrañables que disfrutó en familia. Con cualquier recuerdo, por insignificante que pueda parecer, se le iluminaba el rostro y sus ojos reflejaban una luminosidad que te hacían estremecer… fue hermoso aprender de él como se puede disfrutar tanto de esas pequeñas cosas que se nos plantean en la vida y que apenas valoramos.
La sabiduría de este hombre me invitaba a despreocuparme de tantos condicionantes que nos pone la sociedad y, sobre todo, hay algo que me impactó de sus sabias palabras: asumir más riesgos. Sí, asumir riesgos, sin esos condicionantes absurdos con los que la sociedad nos convierte en seres temerosos y conformistas.
Uno de sus lemas en la vida, me comentaba, había sido escuchar a los demás y valorar a cada uno en su justa medida. Intentar comprender a cada uno antes de formarnos una opinión que quizá no se corresponda con la realidad.
También me habló de poesía. Se sentía pleno mientras intentaba rellenar de sentimientos cualquier papel en blanco que se encontraba.
Esa sensación de amor hacía los suyos recorría todo su cuerpo, mientras se llenaban de emociones la mente y los sentidos.
Era hermoso escuchar cómo se sentía escribiendo. Liberar la mente, me decía, y hacer volar la imaginación para plasmar momentos vividos que perdurasen en el tiempo y sobre todo, que siempre estuviera en un rincón preferido en los hogares de sus seres queridos.
Y, sin él saberlo, su familia fue recogiendo todos esos poemas que escribía y el Día del Padre se los entregaron en forma de libro. Una publicación limitada para que cada familiar y amigo tuviese su ejemplar y a eso vino a verme, a entregarme a mí el libro dedicado. Un regalo tan hermoso como esa compañía que me brindó ese día.
Después de hablar con él, emanar del ser humano su sensibilidad, creo que ahí radica la verdadera magia de la poesía.
Sacar a flote la esencia de uno mismo, plasmarla en un papel y que llegue al corazón de las personas que quieres. Ese, al menos, es el objetivo que yo ví esa mañana en las palabras de Manuel.
Y lo mejor de todo, el placer de escucharlo, como narraba, con total claridad, sus momentos de amor, de lucha, de convivencia… mientras sonreía.
























