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Andrés Acevedo
Miércoles, 13 de Enero de 2021 Actualizada Miércoles, 13 de Enero de 2021 a las 11:26:06 horas

Cuando no pedir perdón se convierte en necesario

Sí, habéis leído bien. No pedir perdón también es necesario, incluso igual de necesario que saber disculparse. Y esta primera, es una habilidad de la que hemos oído poco hablar y en la que seguro, de disponer de ella, hemos sido autodidactas.


Todos los padres en algún momento han instruido a su hijo, cuando han hecho algo inadecuado, en pedir disculpas. Ya sabéis, lo típico de “Juanito, ve y pídele perdón a tu prima por haberle roto el dibujo”.
Excusarse, tiene la función de tratar de dar un conflicto por terminado. Reconociendo la mala actuación propia, pedimos que el otro vuelva a comportarse con nosotros como lo hacía antes del conflicto.
Como se supone que pedimos disculpas cuando consideramos que hemos actuado mal, entendemos implícitamente, que la persona que se excusa, tratará de no actuar así más.


Entrar en conflicto o tener un roce con una persona, suele ser algo incómodo para la mayoría de nosotros. Para algunos, incluso, demasiado incómodo para ser soportado durante un largo periodo de tiempo.
Pongamos por ejemplo que el otro día, Menganita no tuvo tiempo de preparar la comida porque tuvo que ir a Badajoz a hacer unos trámites administrativos. Al llegar, Fulanito se enfado mucho y estuvo dos días bastante distante con Menganita y, aunque ella creía que su ausencia estaba plenamente justificada, acabó pidiendo perdón a Fulanito.


¿Qué ha pasado aquí?, ¿Menganita cambió de opinión de repente?
Nada de eso. A Menganita siempre le ha constado mantener un conflicto con alguien, porque esa situación le parece extraordinariamente incómoda.


Como decíamos más arriba, excusarse, es una forma de zanjar un conflicto. Una forma que, probablemente, a Menganita le ha resultado efectiva en múltiples ocasiones.


Pero, una forma que asume que ella no llevaba razón y que le condiciona a tratar de no repetirlo más.
Es aquí donde pedir perdón se convierte en un problema. No en el hecho, legítimo, de tratar de calmar el conflicto. Sino en que la forma de hacerlo, restringe su libertad. Comprometiéndola en futuras ocasiones a levantarse más temprano o dejar las gestiones a medio terminar.


Además, como Menganita ha asumido el relato de que estaba equivocada, es sencillo que se empiece a sentir culpable. Sí, culpable por algo que sabe que no estuvo mal. Y que, incluso, trate de “compensar” a Fulanito por su supuesto error (hacer su plato favorito, estar más sumisa…).


De este modo, Menganita está tejiendo una red alrededor de ella que cada vez estrecha más su espacio. Es por esto que , a veces, aprender a no pedir perdón se convierte en necesario.
 

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