El odio político
Conozco – es un decir, porque sólo me cruzo con ella por las redes sociales - a una persona que me odia. Bueno, en realidad no me odia sólo a mí; odia a todos los que no pensamos políticamente igual que ella. Es un odio profundo, rotundo, seco, amargado, pero no tiene, aparentemente, ningún tipo de componente personal. Es odio político.
Esta persona, que milita activamente en un partido de extrema izquierda – aunque sus miembros evitan calificarse así, la realidad es que a la izquierda de ese partido no hay nada – señala como fascistas a quienes están ideológicamente a su derecha. Que somos todos, claro, porque cuando te sitúas en el extremo izquierdo del arco ideológico, todos los demás te caen a tu derecha. Da igual socialdemócratas, liberales o conservadores. Para ella, persona de trazos gruesos y poco dada al pensamiento crítico y las sutilezas intelectuales, todos somos “fachas”. Es una persona de escasa cultura, sin formación, trabajo ni oficio conocido, sin que su carencia de currrículum le suponga ningún reparo para pontificar, cual cura de posguerra, desde su púlpito virtual en las redes sociales, dando rienda suelta a su enfermiza obsesión, a su odio visceral contra todos los que no compartimos su visión política, estrecha, sectaria y cateta, del blanco o negro, del estás conmigo o contra mí.
Se define esta persona como republicana y radical, ignorando – como tantas cosas ignora – que existió durante el primer tercio del siglo pasado un Partido Republicano Radical, que desempeñó un importante papel durante los gobiernos de la Segunda República. Un partido de corte centrista, liberal, laico y españolista, lo que vendría a ser el Ciudadanos de antes de la Guerra Civil. Ya ves, ironías de la Historia.
Ese odio a muerte que esta persona manifiesta libre y abiertamente contra quienes, según ella, estamos equivocados en nuestra ideología y posicionamiento político - es decir, todos los que no pensamos como ella quiere que pensemos - deviene en un peligroso tic totalitario con toques supremacistas: por un lado están ella y quienes comparten sus posturas, iluminados en posesión de la verdad absoluta que terminarán por implantar en nuestra sociedad como sea, al coste que sea y pasando por encima de quien sea; por otro lado, estamos los “fachas” socialdemócratas, liberales y conservadores, todos mezclados, da lo mismo, sólo somos para ella gente irritante, errados en nuestras convicciones, obstinados, que nos negamos a seguir la luz de la fé ideológica verdadera que ella nos señala.
Me dirán que esta persona manifiesta un evidente desequilibrio, incluso algún tipo de patología mental. Pero yo creo que no, que tan sólo es rehén de sus propias limitaciones. Porque como dijo Tennessee Williams, el odio es un sentimiento que sólo puede existir en ausencia de toda inteligencia.
Conozco – es un decir, porque sólo me cruzo con ella por las redes sociales - a una persona que me odia. Bueno, en realidad no me odia sólo a mí; odia a todos los que no pensamos políticamente igual que ella. Es un odio profundo, rotundo, seco, amargado, pero no tiene, aparentemente, ningún tipo de componente personal. Es odio político.
Esta persona, que milita activamente en un partido de extrema izquierda – aunque sus miembros evitan calificarse así, la realidad es que a la izquierda de ese partido no hay nada – señala como fascistas a quienes están ideológicamente a su derecha. Que somos todos, claro, porque cuando te sitúas en el extremo izquierdo del arco ideológico, todos los demás te caen a tu derecha. Da igual socialdemócratas, liberales o conservadores. Para ella, persona de trazos gruesos y poco dada al pensamiento crítico y las sutilezas intelectuales, todos somos “fachas”. Es una persona de escasa cultura, sin formación, trabajo ni oficio conocido, sin que su carencia de currrículum le suponga ningún reparo para pontificar, cual cura de posguerra, desde su púlpito virtual en las redes sociales, dando rienda suelta a su enfermiza obsesión, a su odio visceral contra todos los que no compartimos su visión política, estrecha, sectaria y cateta, del blanco o negro, del estás conmigo o contra mí.
Se define esta persona como republicana y radical, ignorando – como tantas cosas ignora – que existió durante el primer tercio del siglo pasado un Partido Republicano Radical, que desempeñó un importante papel durante los gobiernos de la Segunda República. Un partido de corte centrista, liberal, laico y españolista, lo que vendría a ser el Ciudadanos de antes de la Guerra Civil. Ya ves, ironías de la Historia.
Ese odio a muerte que esta persona manifiesta libre y abiertamente contra quienes, según ella, estamos equivocados en nuestra ideología y posicionamiento político - es decir, todos los que no pensamos como ella quiere que pensemos - deviene en un peligroso tic totalitario con toques supremacistas: por un lado están ella y quienes comparten sus posturas, iluminados en posesión de la verdad absoluta que terminarán por implantar en nuestra sociedad como sea, al coste que sea y pasando por encima de quien sea; por otro lado, estamos los “fachas” socialdemócratas, liberales y conservadores, todos mezclados, da lo mismo, sólo somos para ella gente irritante, errados en nuestras convicciones, obstinados, que nos negamos a seguir la luz de la fé ideológica verdadera que ella nos señala.
Me dirán que esta persona manifiesta un evidente desequilibrio, incluso algún tipo de patología mental. Pero yo creo que no, que tan sólo es rehén de sus propias limitaciones. Porque como dijo Tennessee Williams, el odio es un sentimiento que sólo puede existir en ausencia de toda inteligencia.