El dios de las pequeñas cosas
Tomo prestado el título del libro de Arundhaty Roy para este artículo, que inicio con la intención de hablar de pequeños pasos y pequeñas cosas. O de lo más cercano y próximo a nosotros. Porque quizás, en estos tiempos, cuando todo se nos ha hecho grande, global, universal y superlativo, sea el momento de pararnos a pensar en lo que tenemos alrededor. Últimamente trato de recordarlo cada día. Y cuando consigo traer mi mente a lo pequeño, me doy cuenta que ése es el sitio donde se produce la magia.
Creo que ésta es una de las cosas que nos diferencia de nuestros antepasados, porque ellos estaban muy centrados en su entorno inmediato. Las noticias que impactaban en su vida eran las de su familia, sus vecinos, lo que tenían a su alrededor. Y el resto, tenían que ser casos muy relevantes para que tuvieran conocimiento de ellos. Ahora, en cambio, recibimos cada día un auténtico bombardeo de miles y millones de actos y opiniones de infinitas personas, de multitud de países y de todos los idiomas. Creo que esta nueva realidad opera a modo de fuegos (o tufos) artificiales, que nos hacen mirar constantemente para todos lados, hasta caer en una especie de vértigo que nos satura, ante esa explosión incesante de estímulos. No es que prefiera los tiempos pasados, pero sí reivindico una estrategia para el presente. Y, sobre todo, no quiero perder de vista los detalles más próximos.
Cuando salgo a pasear a mi perro me encuentro dos escenas que se repiten a menudo. Solemos cruzarnos con un chihuagua que siempre se envalentona, perdiendo la noción de su propio tamaño (el mío es un pastor alemán que normalmente impone) y le monta unos escándalos considerables, ante el asombro de Fogo. Esa actitud fanfarrona nos resulta de lo más cómica, a mí y a su dueña, que me mira sin saber ya como excusarse. Un poco más adelante, mi ruta se cruza con una pareja de novios peculiar: los dos superan los 80 años. Normalmente están sentados en un banco mirando al frente, y parecen concentrados en lo que tienen delante, lo que alcanza su vista. Tranquilamente y siempre con la cara sonriente. Nos saludamos brevemente y sigo mi camino, agradeciendo ser testigo de los misterios del amor. Son algunos detalles de mi mundo cercano. Aunque pueda parecer extraño, después de ese paseo, si pongo el foco en una tarea, todo marcha sobre ruedas. Porque me sirve para entender que solo hay una manera de avanzar, y es con un paso después de otro. Consigo de esta forma mis momentos más productivos, respetando el tiempo que necesitan los procesos. Y es que, como dijo Van Gogh, las grandes cosas están hechas de la suma de pequeñas cosas.
Elisa Martin, periodista y coach certificada
Tomo prestado el título del libro de Arundhaty Roy para este artículo, que inicio con la intención de hablar de pequeños pasos y pequeñas cosas. O de lo más cercano y próximo a nosotros. Porque quizás, en estos tiempos, cuando todo se nos ha hecho grande, global, universal y superlativo, sea el momento de pararnos a pensar en lo que tenemos alrededor. Últimamente trato de recordarlo cada día. Y cuando consigo traer mi mente a lo pequeño, me doy cuenta que ése es el sitio donde se produce la magia.
Creo que ésta es una de las cosas que nos diferencia de nuestros antepasados, porque ellos estaban muy centrados en su entorno inmediato. Las noticias que impactaban en su vida eran las de su familia, sus vecinos, lo que tenían a su alrededor. Y el resto, tenían que ser casos muy relevantes para que tuvieran conocimiento de ellos. Ahora, en cambio, recibimos cada día un auténtico bombardeo de miles y millones de actos y opiniones de infinitas personas, de multitud de países y de todos los idiomas. Creo que esta nueva realidad opera a modo de fuegos (o tufos) artificiales, que nos hacen mirar constantemente para todos lados, hasta caer en una especie de vértigo que nos satura, ante esa explosión incesante de estímulos. No es que prefiera los tiempos pasados, pero sí reivindico una estrategia para el presente. Y, sobre todo, no quiero perder de vista los detalles más próximos.
Cuando salgo a pasear a mi perro me encuentro dos escenas que se repiten a menudo. Solemos cruzarnos con un chihuagua que siempre se envalentona, perdiendo la noción de su propio tamaño (el mío es un pastor alemán que normalmente impone) y le monta unos escándalos considerables, ante el asombro de Fogo. Esa actitud fanfarrona nos resulta de lo más cómica, a mí y a su dueña, que me mira sin saber ya como excusarse. Un poco más adelante, mi ruta se cruza con una pareja de novios peculiar: los dos superan los 80 años. Normalmente están sentados en un banco mirando al frente, y parecen concentrados en lo que tienen delante, lo que alcanza su vista. Tranquilamente y siempre con la cara sonriente. Nos saludamos brevemente y sigo mi camino, agradeciendo ser testigo de los misterios del amor. Son algunos detalles de mi mundo cercano. Aunque pueda parecer extraño, después de ese paseo, si pongo el foco en una tarea, todo marcha sobre ruedas. Porque me sirve para entender que solo hay una manera de avanzar, y es con un paso después de otro. Consigo de esta forma mis momentos más productivos, respetando el tiempo que necesitan los procesos. Y es que, como dijo Van Gogh, las grandes cosas están hechas de la suma de pequeñas cosas.
Elisa Martin, periodista y coach certificada