Ana Cortés, centenaria (1909-2018)
Ana nació en la calle Mártires, en Montijo, el día 27 de Octubre de 1909 a la una de la mañana.
Era hija de un zapatero llamado Don Ruperto Cortés Amante y Doña Catalina González Díaz. Era la segunda de seis hermanos: Tomás (1907-1996), Ana (1909-2018), Coronada (1912-1982), Isabel (1916-2002), María (1920-2011) y Petra (1923-1923) Posteriormente se fueron a vivir a la calle Alonso Rodríguez, en el número 15.
Ana Cortés ha batido el record absoluto a la persona que más ha vivido en la Historia de Montijo, con 108 años y 344 días, era la cuarta mujer más anciana de Extremadura hasta la reciente muerte de Carmen Díaz Martín, natural de San Martín de Trevejo, Cáceres, que nació el 10/10/1908 y falleció el 29/09/2018, a los 109 años y 351 días. Sólo ha disfrutado del tercer puesto de Extremadura 7 días, por delante de ella se encuentran dos mujeres más, recientemente la más anciana de la historia de Extremadura, que ocupa el puesto número 1 es: Josefa Santos González, nacida el 07/09/1906 en Burguillos del Cerro, Badajoz y que cuenta con 112 años de edad, aunque vive en Madrid, el 2º puesto lo regenta Mercedes Arias Muñana nacida el 18/06/1909 con 109 años de edad, natural de Villamesias, Cáceres, y vive en Madrid.
Actualmente el 3º puesto lo ocupa Inocencia Zofio Cajal, nacida el 01/05/1910 con 108 años de edad, natural de Valencia de Alcántara, y vive en Madrid.
El 4º puesto lo ocupa Juliana Hierro Barbancho, nacida el 18/06/1910 con 108 años de edad natural y reside en Cordobilla de Lácara, Badajoz.
Ana Cortes no pudo estudiar, pero era una gran lectora y muy despierta. Por eso una vecina de su pueblo, con posibilidades económicas, le dijo a sus padres que le pagaría los estudios en Badajoz para convertirla en profesora. Su madre, sin embargo, no se lo permitió. Contestó a aquella invitación con que no tenían para pagarle los vestidos que la joven tendría que ponerse para ir a las clases. Y ahí quedó la propuesta. «Si naciera otra vez, sería profesora, para enseñar a los pequeños lo que tengan que saber», dice convencida.
No se casó. «Dios no me mandó hijos», dice en otro momento. Y no tiene claro que los eche de menos. Al menos, cuando se le pregunta, insiste firme: «Es que Dios no me los mandó».
Cuando los padres de Ana se hicieron mayores, ella se hizo cargo de la casa. Una de sus hermanas se casó y salió de la residencia familiar. Su hermano Tomás tuvo un accidente de tren y perdió un brazo. Sus otras dos hermanas se convirtieron en modistas, y les fue bien en el negocio. Así que ella se dedicó a cuidar de su casa. Las tres continuaron viviendo juntas, y con
ellas se mudó Amalia, una prima por parte de madre. «Tenía mucha energía, hasta los 90 se echaba al suelo a fregar. Eso de las fregonas no iba con ella», explica su sobrino. «Era imposible discutir con ella», cuenta con una sonrisa.
Ana vivió en su casa de Montijo hasta los 95 años. Entonces se le rompió la cadera y tanto ella como su hermana, con la que entonces compartía vivienda, decidieron ingresar en la residencia de Olivenza.
Allí se fueron hasta que hace un par de años sus familiares la trasladaron a la Residencia de Puente Real, en Badajoz.
Ella vivió la I Guerra Mundial, conoció la gripe española, pasó su juventud con la gran depresión económica, sufrió la Guerra Civil y las penurias que la siguieron y después la II Guerra Mundial. Y todo lo que ha pasado desde entonces.
Durante la guerra, tenía unos 27 o 28 años. Ella no habla de eso. Su mirada no está fija en ningún punto, pero tampoco revolotea sin control. Hubo un día en que sus ojos fueron verdes, hoy sin embargo son tan celestes que casi parecen cristalinos. Pero aún transmitían vida.
Finalmente, tenía la piel ajada, las manos tranquilas descansando una encima de otra y el pelo blanco elegantemente recogido en un moño al estilo italiano. En el pecho lleva prendida una flor roja.
Su cuerpo se aferraba a la vida con plena fuerza y desempeño, pero su corazón y su mente estaba desde hace tiempo con los suyos como decía ella.
Se ha ido tranquila y para que nuestras mentes estén tranquilas esperemos que estés con los tuyos… ese es nuestro desconsuelo. Ana, de parte de tu querido y amado pueblo, damos las gracias a sus sobrinos por estar tan pendiente de ella
y sobre todo a la Residencia Puente Real por ese cuidado y cariño que le habéis dado. Ella ya descansa en el cementerio de Montijo, con sus padres, como ella quería.
Hasta siempre Ana Cortes González, has sido todo un ejemplo y digna admiración.
Ana nació en la calle Mártires, en Montijo, el día 27 de Octubre de 1909 a la una de la mañana.
Era hija de un zapatero llamado Don Ruperto Cortés Amante y Doña Catalina González Díaz. Era la segunda de seis hermanos: Tomás (1907-1996), Ana (1909-2018), Coronada (1912-1982), Isabel (1916-2002), María (1920-2011) y Petra (1923-1923) Posteriormente se fueron a vivir a la calle Alonso Rodríguez, en el número 15.
Ana Cortés ha batido el record absoluto a la persona que más ha vivido en la Historia de Montijo, con 108 años y 344 días, era la cuarta mujer más anciana de Extremadura hasta la reciente muerte de Carmen Díaz Martín, natural de San Martín de Trevejo, Cáceres, que nació el 10/10/1908 y falleció el 29/09/2018, a los 109 años y 351 días. Sólo ha disfrutado del tercer puesto de Extremadura 7 días, por delante de ella se encuentran dos mujeres más, recientemente la más anciana de la historia de Extremadura, que ocupa el puesto número 1 es: Josefa Santos González, nacida el 07/09/1906 en Burguillos del Cerro, Badajoz y que cuenta con 112 años de edad, aunque vive en Madrid, el 2º puesto lo regenta Mercedes Arias Muñana nacida el 18/06/1909 con 109 años de edad, natural de Villamesias, Cáceres, y vive en Madrid.
Actualmente el 3º puesto lo ocupa Inocencia Zofio Cajal, nacida el 01/05/1910 con 108 años de edad, natural de Valencia de Alcántara, y vive en Madrid.
El 4º puesto lo ocupa Juliana Hierro Barbancho, nacida el 18/06/1910 con 108 años de edad natural y reside en Cordobilla de Lácara, Badajoz.
Ana Cortes no pudo estudiar, pero era una gran lectora y muy despierta. Por eso una vecina de su pueblo, con posibilidades económicas, le dijo a sus padres que le pagaría los estudios en Badajoz para convertirla en profesora. Su madre, sin embargo, no se lo permitió. Contestó a aquella invitación con que no tenían para pagarle los vestidos que la joven tendría que ponerse para ir a las clases. Y ahí quedó la propuesta. «Si naciera otra vez, sería profesora, para enseñar a los pequeños lo que tengan que saber», dice convencida.
No se casó. «Dios no me mandó hijos», dice en otro momento. Y no tiene claro que los eche de menos. Al menos, cuando se le pregunta, insiste firme: «Es que Dios no me los mandó».
Cuando los padres de Ana se hicieron mayores, ella se hizo cargo de la casa. Una de sus hermanas se casó y salió de la residencia familiar. Su hermano Tomás tuvo un accidente de tren y perdió un brazo. Sus otras dos hermanas se convirtieron en modistas, y les fue bien en el negocio. Así que ella se dedicó a cuidar de su casa. Las tres continuaron viviendo juntas, y con
ellas se mudó Amalia, una prima por parte de madre. «Tenía mucha energía, hasta los 90 se echaba al suelo a fregar. Eso de las fregonas no iba con ella», explica su sobrino. «Era imposible discutir con ella», cuenta con una sonrisa.
Ana vivió en su casa de Montijo hasta los 95 años. Entonces se le rompió la cadera y tanto ella como su hermana, con la que entonces compartía vivienda, decidieron ingresar en la residencia de Olivenza.
Allí se fueron hasta que hace un par de años sus familiares la trasladaron a la Residencia de Puente Real, en Badajoz.
Ella vivió la I Guerra Mundial, conoció la gripe española, pasó su juventud con la gran depresión económica, sufrió la Guerra Civil y las penurias que la siguieron y después la II Guerra Mundial. Y todo lo que ha pasado desde entonces.
Durante la guerra, tenía unos 27 o 28 años. Ella no habla de eso. Su mirada no está fija en ningún punto, pero tampoco revolotea sin control. Hubo un día en que sus ojos fueron verdes, hoy sin embargo son tan celestes que casi parecen cristalinos. Pero aún transmitían vida.
Finalmente, tenía la piel ajada, las manos tranquilas descansando una encima de otra y el pelo blanco elegantemente recogido en un moño al estilo italiano. En el pecho lleva prendida una flor roja.
Su cuerpo se aferraba a la vida con plena fuerza y desempeño, pero su corazón y su mente estaba desde hace tiempo con los suyos como decía ella.
Se ha ido tranquila y para que nuestras mentes estén tranquilas esperemos que estés con los tuyos… ese es nuestro desconsuelo. Ana, de parte de tu querido y amado pueblo, damos las gracias a sus sobrinos por estar tan pendiente de ella
y sobre todo a la Residencia Puente Real por ese cuidado y cariño que le habéis dado. Ella ya descansa en el cementerio de Montijo, con sus padres, como ella quería.
Hasta siempre Ana Cortes González, has sido todo un ejemplo y digna admiración.