Un hombre bueno
Hace poco, en la esquina de mi calle, ha muerto un hombre bueno. Esto puede parecer algo simple o poco novedoso para comentar, pero yo creo que no lo es. Entiendo que conseguir esta calificación tiene un mérito enorme y que merece la pena dedicarle una reflexión. He tenido la curiosidad de buscar la definición de buena persona y esto es lo que he encontrado: “Alguien que manifiesta paz, amabilidad, bondad, paciencia, cariño, alegría y humildad. Además es capaz de resistir y permanecer leal frente a todo. Y también ejercita el autocontrol y considera a los demás más importante que a uno mismo”. No es fácil hacer todo esto en un tiempo mantenido, ni mucho menos. Creo que estas personas se hacen notar porque, cuando te encuentras con ellas, la sensación del cuerpo te cambia. Ahora que está de moda todo lo relacionado con la neurociencia, esa química natural que nuestro cuerpo pone en marcha según qué circunstancias, creo que charlar un rato con ciertas personas debe activar varias de esas hormonas de la felicidad, como la oxitocina, la dopamina y la serotonina. Porque siempre tienen un buen gesto, una forma franca de mirar, una sonrisa tranquila, unas palabras amable... Al menos consiguen que, después de ese encuentro, tu ánimo sea mejor y veas la vida de un color más brillante. Que no es poco.
En su despedida, se escucharon palabras de mucho valor. Por ejemplo, destacaron que cuando iban a visitarlo en las últimas semanas, él se interesaba por la persona que tenía delante, y preguntaba además por otros enfermos de la localidad. Ese detalle me impresionó, porque hace falta ser muy generoso para estar gravemente enfermo y tener fuerza para salir de sí mismo. Lo normal en este caso es quedarse secuestrado en las circunstancias propias. Éste y otros comportamientos han hecho que mucha gente estuviera conmovida ese día. Pensando después en ello, recordaba esa famosa publicación de la enfermera de cuidados paliativos australiana Bronnie Ware que recogió los principales motivos de arrepentimiento que tiene la gente antes de morir, entre los que señalaban no haber mantenido el contacto con los amigos o no decir a las personas lo que sentían por ellas. Lo que yo escuchaba esta semana era un triunfo de una vida, o al menos eso es lo que a mí me ha llegado al ver todo el cariño que este hombre ha sembrado y ha recogido.
Me gusta aprender de la gente que merece la pena. No dejo de leer y de escuchar a personas que son un referente por su sabiduría en distintos ámbitos. Pero también aprendo mucho de los que tengo cerca, como este vecino que tanto nos ha enseñado desde la sencillez. Las buenas personas están hechas de un material inolvidable. Hasta siempre, Ramón. Te echaremos de menos.
Elisa Martin, periodista y coach certificada
Hace poco, en la esquina de mi calle, ha muerto un hombre bueno. Esto puede parecer algo simple o poco novedoso para comentar, pero yo creo que no lo es. Entiendo que conseguir esta calificación tiene un mérito enorme y que merece la pena dedicarle una reflexión. He tenido la curiosidad de buscar la definición de buena persona y esto es lo que he encontrado: “Alguien que manifiesta paz, amabilidad, bondad, paciencia, cariño, alegría y humildad. Además es capaz de resistir y permanecer leal frente a todo. Y también ejercita el autocontrol y considera a los demás más importante que a uno mismo”. No es fácil hacer todo esto en un tiempo mantenido, ni mucho menos. Creo que estas personas se hacen notar porque, cuando te encuentras con ellas, la sensación del cuerpo te cambia. Ahora que está de moda todo lo relacionado con la neurociencia, esa química natural que nuestro cuerpo pone en marcha según qué circunstancias, creo que charlar un rato con ciertas personas debe activar varias de esas hormonas de la felicidad, como la oxitocina, la dopamina y la serotonina. Porque siempre tienen un buen gesto, una forma franca de mirar, una sonrisa tranquila, unas palabras amable... Al menos consiguen que, después de ese encuentro, tu ánimo sea mejor y veas la vida de un color más brillante. Que no es poco.
En su despedida, se escucharon palabras de mucho valor. Por ejemplo, destacaron que cuando iban a visitarlo en las últimas semanas, él se interesaba por la persona que tenía delante, y preguntaba además por otros enfermos de la localidad. Ese detalle me impresionó, porque hace falta ser muy generoso para estar gravemente enfermo y tener fuerza para salir de sí mismo. Lo normal en este caso es quedarse secuestrado en las circunstancias propias. Éste y otros comportamientos han hecho que mucha gente estuviera conmovida ese día. Pensando después en ello, recordaba esa famosa publicación de la enfermera de cuidados paliativos australiana Bronnie Ware que recogió los principales motivos de arrepentimiento que tiene la gente antes de morir, entre los que señalaban no haber mantenido el contacto con los amigos o no decir a las personas lo que sentían por ellas. Lo que yo escuchaba esta semana era un triunfo de una vida, o al menos eso es lo que a mí me ha llegado al ver todo el cariño que este hombre ha sembrado y ha recogido.
Me gusta aprender de la gente que merece la pena. No dejo de leer y de escuchar a personas que son un referente por su sabiduría en distintos ámbitos. Pero también aprendo mucho de los que tengo cerca, como este vecino que tanto nos ha enseñado desde la sencillez. Las buenas personas están hechas de un material inolvidable. Hasta siempre, Ramón. Te echaremos de menos.
Elisa Martin, periodista y coach certificada