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Juan Aunión Sierra · Montijo | 61
Miércoles, 09 de Diciembre de 2015

El maestro de maestros · Juan Aunión Sierra · Montijo

Mis ídolos en el cante flamenco fueron dos figuras ya desaparecidas, primero “El Niño de Marchena” y posteriormente el gran “Camarón de la Isla”, pero vamos al indiscutible MAESTRO: José Tejada Martín, Pepe Marchena (1903-1976), había nacido en el pueblo sevillano de su nombre artístico, en el seno de una familia muy humilde. No había artistas en esa familia, pero el padre se entonaba muy bien por malagueñas y soleares.

 

A los siete años ya era una gran promesa, a los doce o catorce ya hacía cantecitos por las tabernas de Marchena, hasta que fue a otros pueblos sin cobrar menos y nada.  A partir de aquel momento, afirmó su carrera cantando en cualquier lugar de Andalucía, adivinándose ya un estilo diferente, llegando al triunfo grande en Jerez y Sevilla.

 

1920 fue un año clave en su biografía, debutando en Madrid en el restaurante “La Bombilla”, y en esa capital dio un auténtico vuelco al arte flamenco. La revolución que formó no es fácil de explicar, pues Pepe Marchena minimizó el cante, haciéndolo superficial a fuerza de suavizarlo y dulcificarlo, quitándole jondura. Comenzó cantando de pie cuando todo el mundo lo hacía sentado al viejo estilo; también fue el primero que cantó flamenco a orquesta, aunque después volvería a la guitarra. Se decía por algunos, que Marchena no tenía poder para hacer el cante profundo, pero esto en flamenco es siempre algo relativo, pues sabemos que ha habido y hay cantaores que, con muy poca voz, han cantado los estilos en toda su verdad; no nos olvidemos que en el arte flamenco no importa tanto la potencia como el rajo y la jondura.

 

Con tales características, lo de Marchena tenía que ser más convincente en géneros que no exigen profundidad ni grandeza y sí, en cambio, melodía y dulzura: el fandango y el fandanguillo, los aires llamados de ida y vuelta, los cantes malagueñeros y levantinos… Impuso el cante bonito, a base de falsetes y filigranas, de preciosismo, llevó la creación personal a la ópera flamenca; introdujo los recitados en el cante, inventándose cruces con un estilo jamás ensayado antes. Decía Aurelio de Cádiz, que Marchena era una de las personas más malas del mundo, porque era malo para él, pues no hacía más que cantar eso de está “lloviendo en el campo”, cuando por tarantas cantaba que quitaba el sentío y las medias granaínas de Chacón podía hacerlas mejor que nadie. Su cante fue patrimonio personal, en cierto modo intransferible.

 

No puede negarse la seducción que ejercía sobre su público. Lo peor fueron los seguidores e imitadores, porque del marchenismo el único que se salvaba era PEPE MARCHENA.

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