Decrecimiento · Alfonso Cabañas González · Lobón
No se trata de decir que, en el pasado, y aun siendo un sistema injusto y explotador, el capitalismo no haya dado beneficios. Lo que se trata de cuestionar es si lo que pudiera ser cierto en el pasado, lo es hoy, o más aún, si éste no es explicación principal de los problemas que nos acosan.
Desde el punto de vista biológico, el crecimiento económico lleva camino de cavar nuestra propia tumba. No lo digo yo sólo, lo dicen los informes científicos que se acumulan. Ahí está para atestiguarlo el cambio climático: una realidad que está ahí y que no tiene ninguna consecuencia saludable. Lo diré de otra forma: el capitalismo provoca agresiones medioambientales irreversibles.
En cuanto a los recursos naturales del planeta ni que decir tiene que no son infinitos. Porque no tiene mucho sentido -parece- que aspiremos a crecer ilimitadamente en un planeta que, por lo demás, cuenta con recursos finitos. Pues, para demostrarlo, ya tenemos aquí, también, el pico del petróleo, lo que traerá consigo que la producción del mismo ira decayendo y, paralelamente, los precios irán subiendo.
Si echamos la vista a los países del Sur, veremos que son constantemente explotados y que sus recursos son expoliados en favor del crecimiento económico de los del Norte. Y si hacemos lo propio con los integrantes de las generaciones venideras, veremos que sus posibilidades de vivir dignamente se reducen: ¿encontrarán un trabajo, cobrarán el subsidio de desempleo cuando se queden en paro, o tendrán derecho a una pensión?
Nuestros gobernantes al unísono obsequian con una imprevisión total a los problemas ambientales de los que hemos dado cuenta, lo que es, por lo demás, una muestra de la corrosión del sistema que nos domina, el capitalismo. Todos aceptan, sin sonrojo, el mito del crecimiento, el de las tecnologías liberadoras, el poder que ejercen escuelas o sindicatos, o por dejarlo ahí, no ven ninguna tara en la mercancía que suponen los trabajadores.
Por contra, el decrecimiento es como un freno de emergencia para parar el tren desbocado de este sistema. Reclama decrecer de forma serena y tranquila ante el colapso, de resultas del agotamiento de las principales materias primas como el petróleo y el gas, que se avecina y no de resultas del hundimiento del sistema que padecemos, que es lo que estamos viviendo ahora. En suma, el decrecimiento propone rebajar la presión que el sistema ejerce sobre el planeta para conservarlo, y no sin paradoja, vivir mejor. En suma éste reclama: producir menos, para consumir menos, trabajar menos -y repartir el trabajo-, y recuperar la vida social que hemos ido perdiendo en favor del consumo, reruralizar, destecnologizar y descomplejizar, y en su caso cerrar muchas de las infraestructuras que están en el origen de la huella ecológica: habla de la industria química, aeronáutica o, cómo no, la industria militar. Por el contrario, crearíamos puestos de trabajos relacionados con las necesidades sociales insatisfechas y del medio ambiente. Esto parece preferible al modo de vida esclavo al que nos someten: nos dicen que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos, y más bienes acertemos a consumir. En sociedades más simples podríamos autogestionarnos y, así, no ceder nuestras decisiones a delegados y representantes.
Por último. Si queremos un mundo nuevo, lo tenemos que empezar a construir, aquí y ahora. Me parece una tarea hacedera la de construir espacios autogestionados en la que las reglas del juego sean otras, las que queramos ver en la sociedad. Esos espacios además de crear resistencias, visibilizarán que las cosas se pueden de forma no coactiva o coercitiva, sin imposiciones, vaya, y por ende serán centros atractivos para la gente, lo que posibilitará su expansión. Me parece una opción realista, y un lugar donde agarrarnos cuando el sistema se termine de desmoronar.
No se trata de decir que, en el pasado, y aun siendo un sistema injusto y explotador, el capitalismo no haya dado beneficios. Lo que se trata de cuestionar es si lo que pudiera ser cierto en el pasado, lo es hoy, o más aún, si éste no es explicación principal de los problemas que nos acosan.
Desde el punto de vista biológico, el crecimiento económico lleva camino de cavar nuestra propia tumba. No lo digo yo sólo, lo dicen los informes científicos que se acumulan. Ahí está para atestiguarlo el cambio climático: una realidad que está ahí y que no tiene ninguna consecuencia saludable. Lo diré de otra forma: el capitalismo provoca agresiones medioambientales irreversibles.
En cuanto a los recursos naturales del planeta ni que decir tiene que no son infinitos. Porque no tiene mucho sentido -parece- que aspiremos a crecer ilimitadamente en un planeta que, por lo demás, cuenta con recursos finitos. Pues, para demostrarlo, ya tenemos aquí, también, el pico del petróleo, lo que traerá consigo que la producción del mismo ira decayendo y, paralelamente, los precios irán subiendo.
Si echamos la vista a los países del Sur, veremos que son constantemente explotados y que sus recursos son expoliados en favor del crecimiento económico de los del Norte. Y si hacemos lo propio con los integrantes de las generaciones venideras, veremos que sus posibilidades de vivir dignamente se reducen: ¿encontrarán un trabajo, cobrarán el subsidio de desempleo cuando se queden en paro, o tendrán derecho a una pensión?
Nuestros gobernantes al unísono obsequian con una imprevisión total a los problemas ambientales de los que hemos dado cuenta, lo que es, por lo demás, una muestra de la corrosión del sistema que nos domina, el capitalismo. Todos aceptan, sin sonrojo, el mito del crecimiento, el de las tecnologías liberadoras, el poder que ejercen escuelas o sindicatos, o por dejarlo ahí, no ven ninguna tara en la mercancía que suponen los trabajadores.
Por contra, el decrecimiento es como un freno de emergencia para parar el tren desbocado de este sistema. Reclama decrecer de forma serena y tranquila ante el colapso, de resultas del agotamiento de las principales materias primas como el petróleo y el gas, que se avecina y no de resultas del hundimiento del sistema que padecemos, que es lo que estamos viviendo ahora. En suma, el decrecimiento propone rebajar la presión que el sistema ejerce sobre el planeta para conservarlo, y no sin paradoja, vivir mejor. En suma éste reclama: producir menos, para consumir menos, trabajar menos -y repartir el trabajo-, y recuperar la vida social que hemos ido perdiendo en favor del consumo, reruralizar, destecnologizar y descomplejizar, y en su caso cerrar muchas de las infraestructuras que están en el origen de la huella ecológica: habla de la industria química, aeronáutica o, cómo no, la industria militar. Por el contrario, crearíamos puestos de trabajos relacionados con las necesidades sociales insatisfechas y del medio ambiente. Esto parece preferible al modo de vida esclavo al que nos someten: nos dicen que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos, y más bienes acertemos a consumir. En sociedades más simples podríamos autogestionarnos y, así, no ceder nuestras decisiones a delegados y representantes.
Por último. Si queremos un mundo nuevo, lo tenemos que empezar a construir, aquí y ahora. Me parece una tarea hacedera la de construir espacios autogestionados en la que las reglas del juego sean otras, las que queramos ver en la sociedad. Esos espacios además de crear resistencias, visibilizarán que las cosas se pueden de forma no coactiva o coercitiva, sin imposiciones, vaya, y por ende serán centros atractivos para la gente, lo que posibilitará su expansión. Me parece una opción realista, y un lugar donde agarrarnos cuando el sistema se termine de desmoronar.






















