Un día para la historia · Manuela Roque · Montijo
El sábado pasado un grupo de amigos fuimos
a Madrid para apoyar a las columnas
humanas que concurrían allí desde todos los puntos de España
en la llamada "Marcha de la Dignidad". trabajadores en paro,
jubilados sin recursos, familias desahuciadas, niños sin futuro, enfermos sin atención...
gente solidaria que denuncia la injusticia en que vivimos. Ellos son los
verdaderos españoles, columnas potentes que han sostenido la infraestructura
de nuestro país, mientras otros viven a cuerpo de rey, a costa de la plusvalía
de los primeros, los que se han dejado la vida en las minas, en los andamios,
en las fábricas,
en la calle; los que se levantan al alba
y se acuestan molidos cuando llega la noche; las madres que paren sus hijos y
hacen equilibrios para poner una sopa en la mesa. Las mujeres que vuelven
obligadas al hogar porque no hay trabajo "ni" para los hombres. Los jóvenes
de sueños
mutilados, caminando a ninguna parte por qué no tienen ni un lugar donde
cobijarse.
Yo estuve allí.
Llegué con mi indignación a cuestas pero a, medida que
avanzábamos, iba tomando
fuerza la esperanza. Con serenidad y clarividencia todos coreaban los mismo.
Era un millón se voces al
unísono: !Trabajo, dignidad¡
También
imprecaciones al estado capitalista. Todo de manera pacífica y serena. Pero el Estado actúa como Saturno, comiéndose a sus hijos, por temor a perder el cielo. Y
no es eso lo que pedimos, sino algo más
real y tangible : !Una vida digna!
Los ciudadanos estamos
despertando del letargo, tenemos los ojos bien abiertos, sabemos que nos están robando, esclavizando,
ninguneando y humillando. Sabemos que estamos pagándole
las deudas a los banqueros. Y que las grandes empresas están moviendo los hilos para
devolvernos a la clase trabajadora al siglo XIX. Es una pena que las luchas de
nuestros antepasados para conseguir una vida más
digna hayan resultado estériles.
Tengo confianza en que, en adelante, se vaya incrementado el número de personas que se unan a
estas manifestaciones.
No hay que temer a nada y tenemos mucho que ganar. Los
manifestantes éramos pacíficos y cívicos. No llevábamos
pistolas, ni pelotas de goma, ni escudos protectores, ni porras; extendíamos las manos abiertas
coreando: ¡Estas son
nuestras armas!
El sábado pasado un grupo de amigos fuimos a Madrid para apoyar a las columnas humanas que concurrían allí desde todos los puntos de España en la llamada "Marcha de la Dignidad". trabajadores en paro, jubilados sin recursos, familias desahuciadas, niños sin futuro, enfermos sin atención... gente solidaria que denuncia la injusticia en que vivimos. Ellos son los verdaderos españoles, columnas potentes que han sostenido la infraestructura de nuestro país, mientras otros viven a cuerpo de rey, a costa de la plusvalía de los primeros, los que se han dejado la vida en las minas, en los andamios, en las fábricas, en la calle; los que se levantan al alba y se acuestan molidos cuando llega la noche; las madres que paren sus hijos y hacen equilibrios para poner una sopa en la mesa. Las mujeres que vuelven obligadas al hogar porque no hay trabajo "ni" para los hombres. Los jóvenes de sueños mutilados, caminando a ninguna parte por qué no tienen ni un lugar donde cobijarse.
Yo estuve allí. Llegué con mi indignación a cuestas pero a, medida que avanzábamos, iba tomando fuerza la esperanza. Con serenidad y clarividencia todos coreaban los mismo. Era un millón se voces al unísono: !Trabajo, dignidad¡ También imprecaciones al estado capitalista. Todo de manera pacífica y serena. Pero el Estado actúa como Saturno, comiéndose a sus hijos, por temor a perder el cielo. Y no es eso lo que pedimos, sino algo más real y tangible : !Una vida digna!
Los ciudadanos estamos despertando del letargo, tenemos los ojos bien abiertos, sabemos que nos están robando, esclavizando, ninguneando y humillando. Sabemos que estamos pagándole las deudas a los banqueros. Y que las grandes empresas están moviendo los hilos para devolvernos a la clase trabajadora al siglo XIX. Es una pena que las luchas de nuestros antepasados para conseguir una vida más digna hayan resultado estériles.
Tengo confianza en que, en adelante, se vaya incrementado el número de personas que se unan a estas manifestaciones.
No hay que temer a nada y tenemos mucho que ganar. Los manifestantes éramos pacíficos y cívicos. No llevábamos pistolas, ni pelotas de goma, ni escudos protectores, ni porras; extendíamos las manos abiertas coreando: ¡Estas son nuestras armas!