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Lunes, 11 de Noviembre de 2013

Intercambio de Whastapp

   Por estas maravillas de la globalización, he tenido en mi casa unos días a Celin, una adolescente rusa  de San  Petersburgo, en  un intercambio escolar en el que ha participado mi hijo.  Cuando se planteó esta actividad,  el curso pasado, fue maravilloso ver como todos  conectaron rápidamente gracias a las redes sociales. Estos  chicos rusos hablaban perfecto castellano y  las familias de aquí hemos jugado con ventaja. No solo se comunicaban con su pareja de intercambio,  sino con unos y otros de manera que se iban creando afinidades, amistades, expectativas. Hablaban por Skipe, Whatsapp  y  VK, una red  social rusa. Se mandaban videos y conocían las voces, las caras, las expresiones.  Conectaban incluso otros miembros de las familias, de manera que se iba haciendo un grupo compacto y unido.  Nuestros hijos estuvieron en San Petersburgo una semana en abril  y ahora nos han devuelto la visita. En esos meses  he pensado muchas veces  la gran ventaja que supone tener el mundo a través de una pantalla, sin distancia, pudiendo crear  y mantener amistades  a miles y miles de kilómetros.

  Pero esa ventaja se transformó en el  gran inconveniente cuando llegaron aquí, porque las chicas  y chicos rusos han pasado buena parte de su tiempo en España  conectados,  con el mismo despliegue de medios,  con amigos y familiares de su país. Es decir, que se trata de estar donde no estás realmente. Digamos que la gracia está en la comunicación virtual.  Lo cierto es que  han perdido la oportunidad de estar verdaderamente integrados durante una semana con una familia española, practicando mas el idioma, interesándose más por nuestras costumbres, nuestra cultura…estrechando esos lazos que se forman con una buena conversación cara a cara. Pero ahora, según parece, lo atractivo tiene que venir a través de una pantalla.

   El mundo virtual gana la batalla al mundo real a pasos agigantados. En las excursiones,  en cuanto paraban un segundo, rusos y españoles se embelesaban  cada uno con su móvil y no había conversación posible. Donde quiera que entraban solo se oía la voz del primero para pedir la clave de wifi. A su favor hay que decir que eran unos adolescentes  educados,  respetuosos,  simpáticos y  listos  que, viniendo de una de las ciudades más impresionantes del mundo, se han mostrado encantados en todo momento con nuestra  tierra extremeña, lo cual es de agradecer. Celin tiene quince años  y  una curiosa mezcla de  sangre libanesa, francesa, argelina y rusa. Nos ha encantado tenerla en casa  estos días, aunque se nos han quedado muchas conversaciones pendientes.  Pero creo que, a partir de ahora,  como tenemos que volver  a la pantalla, mantendremos con ella una buena  y duradera amistad. Hasta siempre, Celin. 

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