¿Alguien quiere equivocarse?
Mi amigo Paul es norteamericano y los misterios del amor le han llevado a unir su vida a la de María, una simpática emeritense con la que tiene ya familia numerosa. Viven en Texas, en pleno corazón yanqui y este verano han cruzado en charco para visitar a su familia extremeña. Ahí estábamos una tarde de julio, combatiendo los 40 grados remojados en una piscina, en un chalet de Proserpina, charlando de lo humano y lo divino... e inevitablemente llegamos al tema de la crisis.
Con su acento americano y una buena capacidad de análisis va haciendo una disertación sobre la enorme preocupación con la que sus compatriotas siguen la situación de Europa en general y de España en particular. Por la cuenta que les tiene, claro. Nos comenta aspectos que ya sabemos. Por ejemplo, les llama la atención que aquí todo el mundo esté loco por trabajar para la administración, nacional, regional o local, la que sea. La mitad de la población es funcionaria y el resto sueña con serlo. En su país, en cambio, lo interesante es ser emprendedor.
--“Pero lo que más me llama la atención de los Españoles- dice Paul- es el miedo que tenéis al error. En América entendemos que tropezar es una oportunidad de aprender. Todo el mundo cae y se levanta continuamente y vuelve a probar por otro lado. El curriculum de cada uno es de lo más variopinto, sin condicionantes sociales ni limitaciones propias. Podéis leer la entrevista de cualquier actor famoso que cuenta ha sido cocinero, taxista, camionero y al final han acabado en Hollywood. Sin complejo ninguno. Aquí, si alguien tiene una iniciativa y le sale mal, lo toma como un fracaso personal, se avergüenza, se viene abajo y se pasa media vida justificándose. ¡No vaya alguien a pensar que la culpa es suya y no de las circunstancias externas!. Tenéis un exceso de pudor que es un gran inconveniente en estos momentos difíciles”.
La idea me empieza a pesar como una losa y me doy cuenta que tiene razón. Por eso, por ejemplo, nos cuesta tanto comunicarnos en otros idiomas, mientras que ellos utilizan las cuatro palabras que saben sin ningún miedo al ridículo. Y solo queremos dar un paso cuando tengamos todo atado y bien atado, cuando muchas veces ese momento nunca llega. Hasta hemos cerrado nuestra cabeza a los sueños y a la imaginación y no nos permitimos pensar en proyectos originales. Creo, sinceramente, que el perfeccionismo es un buen problema, Escuchando a mi amigo Paul la idea del fracaso cobra un nuevo significado y a partir de ahora voy a darme la oportunidad de cometer muchos errores. Creo que será una buena manera de tener una vida más interesante.
Mi amigo Paul es norteamericano y los misterios del amor le han llevado a unir su vida a la de María, una simpática emeritense con la que tiene ya familia numerosa. Viven en Texas, en pleno corazón yanqui y este verano han cruzado en charco para visitar a su familia extremeña. Ahí estábamos una tarde de julio, combatiendo los 40 grados remojados en una piscina, en un chalet de Proserpina, charlando de lo humano y lo divino... e inevitablemente llegamos al tema de la crisis.
Con su acento americano y una buena capacidad de análisis va haciendo una disertación sobre la enorme preocupación con la que sus compatriotas siguen la situación de Europa en general y de España en particular. Por la cuenta que les tiene, claro. Nos comenta aspectos que ya sabemos. Por ejemplo, les llama la atención que aquí todo el mundo esté loco por trabajar para la administración, nacional, regional o local, la que sea. La mitad de la población es funcionaria y el resto sueña con serlo. En su país, en cambio, lo interesante es ser emprendedor.
--“Pero lo que más me llama la atención de los Españoles- dice Paul- es el miedo que tenéis al error. En América entendemos que tropezar es una oportunidad de aprender. Todo el mundo cae y se levanta continuamente y vuelve a probar por otro lado. El curriculum de cada uno es de lo más variopinto, sin condicionantes sociales ni limitaciones propias. Podéis leer la entrevista de cualquier actor famoso que cuenta ha sido cocinero, taxista, camionero y al final han acabado en Hollywood. Sin complejo ninguno. Aquí, si alguien tiene una iniciativa y le sale mal, lo toma como un fracaso personal, se avergüenza, se viene abajo y se pasa media vida justificándose. ¡No vaya alguien a pensar que la culpa es suya y no de las circunstancias externas!. Tenéis un exceso de pudor que es un gran inconveniente en estos momentos difíciles”.
La idea me empieza a pesar como una losa y me doy cuenta que tiene razón. Por eso, por ejemplo, nos cuesta tanto comunicarnos en otros idiomas, mientras que ellos utilizan las cuatro palabras que saben sin ningún miedo al ridículo. Y solo queremos dar un paso cuando tengamos todo atado y bien atado, cuando muchas veces ese momento nunca llega. Hasta hemos cerrado nuestra cabeza a los sueños y a la imaginación y no nos permitimos pensar en proyectos originales. Creo, sinceramente, que el perfeccionismo es un buen problema, Escuchando a mi amigo Paul la idea del fracaso cobra un nuevo significado y a partir de ahora voy a darme la oportunidad de cometer muchos errores. Creo que será una buena manera de tener una vida más interesante.